“No sé bien cómo son las reglas del documental” dice Pablo Fayó ante un equipo técnico que obstinado lo persigue por distintos lugares: su casa, su terraza, el boliche de Roberto donde canta tangos con una guitarra o con un grupo de incautos, una sesión de acupuntura, una lancha en el Tigre, el Kónex, la presentación de un libro emblemático, bares, bares, más bares. Parece escaparse todo el tiempo, pero al mismo tiempo mira por la esquina del ojo para comprobar que la cámara todavía está ahí, registrando. Provoca sin agresividad, interpela con humor blando, se entrega con un pie afuera; en un momento, mira al camarógrafo, con quien tuvo una buena relación desde el principio del rodaje, por un fanatismo tanguero compartido, y pregunta: “¿Con vos puedo hablar?”
En ese ida y vuelta, en esa cosa “fallada”, donde se ven las costuras de la edición, las imágenes quemadas o subexpuestas que priorizan el ritmo acelerado, entre el acercamiento y el alejamiento (del mismo modo en el que Fayó describe la relación con su madre “”unos momentos de acercamiento pero siempre dentro un cuadro de alejamiento general. Eso es todo: está viniendo el sol acá, no sé si eso te complica la iluminación”, dice), está el núcleo de Algo Fayó, el documental que Santiago García Isler hizo durante un año de encuentros y desencuentros con uno de los historietistas más enigmáticos y talentosos de la generación de Fierro.
“Hagamos una comedia” cuenta Isler que arregló con el dibujante cuando la idea del documental comenzaba a aparecer: “Fayó al principio no entendía. Le parecía demasiado que alguien quisiera hacer una película sobre él. Pero cuando hicimos algunas jornadas rápidamente se enganchó con la idea. Lo tomó con mucha naturalidad y respeto por el equipo. Empezamos a grabar pero a los pocos meses de arrancar se murió mi papá”. No está de más aclararlo: el padre de García Isler fue Rogelio García Lupo, quien fura también motivo de su primer documental A vuelo de pajarito, que de un modo involuntario, quizás, funcionó de puente entre ¿Quién es Alejandro Chomski? su primera incursión en el género, después de una larga experiencia en televisión en piso y como guionista, y Algo Fayó. Documentales de personajes, de tipos centrales en la cultura que prefieren habitar el margen, que se imponen a fuerza de carisma y son retratados por los puntos de vistas de sus amigos. “En esos meses después de la muerte de mi papá, entré en un estado de nostalgia, de melancolía, pero fueron claves para que César Custodio y Julia Strafacce, editores de la película, se sentaran a ver el material y armaran un borrador con lo que teníamos. Y cuando lo vi dije, ah, la pucha, hay algo que puede servir. Se avizoraba que podía haber una película. No estaba tan equivocado”.
Otro detalle clave, en relación al tono, cuenta García Isler, ocurrió durante el velorio de Carlos Nine. Se encontraron Pablo Fayó y Juan Sasturain, quien había sido su editor en la primera Fierro. Fayó le comentó que estaban filmando una película sobre su vida. Sasturain quiso saber el nombre: Un parpadeo cósmico, dijo Fayó, que es una frase de Agapito, esa especie de subnormal con sabiduría que habla de la falta de trascendencia de las acciones en este mundo. Y Sasturain dijo no, si tiene que tener un nombre ese nombre es Algo Fayó. Muchas veces un nombre define una estética, y en este caso, define también una ética: porque lo que bordea la película de Isler García es justamente ese enigma, ¿qué pasó? ¿Por qué un tipo que ya dominaba la técnica a los 25 años decidió dejar de dibujar? ¿Por qué uno de los historietistas más talentosos de una generación tomó la decisión de abandonar para siempre una carrera que lo llevaría sin dudas al mismo éxito que hoy en día tienen sus viejos compañeros de ruta? Algo Fayó parece recorrer el camino inverso a Crumb, el clásico documental de Terry Zwigoff, que retrata la vida y la familia del gran historietista de Baltimore. Mientras en la segunda, la pregunta es cómo hace Crumb para seguir dibujando mientras todos sus hermanos dejaron de hacerlo absorbidos por los dramas de su vida familiar, Fayó impone el mismo misterio que su personaje Agapito: no se sabe qué lo llevó a tomar una decisión así. Y ese simple “preferiría no hacerlo” mueve miles de conjeturas.
“Estamos acá, sentados. Fayó no está. Fayó no dibuja, estamos hablando de sus dibujos. Fayó no hace. Y hablamos de lo que no hace. Y empezamos a especular de por qué no lo hace. Por ausencia cobra una existencia paradójica” dice Lucas Nine con el mismo dejo de consternación con el que hablan de él su padre, Diego Pares y sus compañeros de Los Medallones Poderosos, un grupo de dibujantes de la primavera alfosinista (“no éramos más que unos chicos de café con leche” le dice Fayó a un viejo compañero que le reclama haberse salido de la senda del trabajo formal), que también hacían música, se divertían, y no sabían lo que era pagar el monotributo. “Yo no me imaginaba la película como el típico documental de entrevistas con tipos con una biblioteca atrás hablando de su obra, pero surgieron entrevistas graciosas o ricas. La de Nine, por ejemplo, que en el prólogo que le hace a Agapito, toma un ejemplo por el cual yo empecé a hacer la película, que es el libro de Enrique Vila Matas, Bartleby y Compañía”.
En esa constelación de presupuestos, de especulaciones y teorías, se mueve Algo Fayó, que termina siendo también un tratado sobre la amistad porteña. Hay reclamos de viejos amigos, loas de admiradores jóvenes, paseos en auto por algunas de las tantas casas en las que Fayó vivió después de tener a su única hija y cuando, de la noche a la mañana, decidió entregar su vida a la bohemia del tango (otro posible punto de comparación con Robert Crumb, el dibujante-interprete de banjo) como un pasable cantor (“Vos dibujando sos Gardel. Pero cantando tangos no sos Gardel” dice Diego Parés). “Siempre me interesó la audacia de sus decisiones, dice García Isler, por ejemplo cuando dice que “se quiere bajar de la clase media” Todos tenemos más o menos un camino marcado que tenemos que recorrer, cosas que se espera que hagamos, ambiciones personales, y muchos fantaseamos con hacer lo que él hizo, decir: Hasta acá llegué, no me venden más nada.” Y sin embargo, cuando la película termina, el enigma se mantiene intacto, quizás porque en el fondo, tampoco importa. Es el propio Fayó quien hace una posible lectura sobre el hecho artístico y la tan mentada vinculación entre arte y vida: “no voy a dar detalles sobre mi vida privada, aunque es un poco un contrasentido, tratándose de un documental”.u