Salen de las cuevas y al caminar dejan una larga estela hedionda. Se sienten habilitados para decir barbaridades en un contexto de avance de las ultraderechas, envalentonados. Personajes como el rector de la Universidad Católica Argentina, Miguel Angel Schiavone, huelen mal. Che Schiavone, olés mal.
Schiavone se hizo famoso en las últimas horas por su bruta intervención en un evento contra el derecho al aborto, organizado por la vicepresidenta Victoria Villarruel en el Senado, el martes 25 de marzo, en el llamado Día del Niño por Nacer, una efeméride instaurada durante el menemismo que ningún gobierno posterior se atrevió a quitar, digamos todo.
No fueron sus dichos contra la Ley de IVE, sancionada por el Congreso --sobre la que puede estar en contra– lo que escandaliza. Sino su rechazo a la inserción laboral y en el deporte de las mujeres. Schiavone calificó como un “fracaso” que las mujeres trabajen y practiquen deportes.
En su pensamiento, las mujeres tienen como único destino ser madres. Nos quiere de incubadoras. Para ser inseminadas, parir y criar en pos de contrarrestar la caída de las tasas de natalidad. Como el multimillonario Elon Musk. ¿Por qué no se hacen un implante de útero y se ponen a parir ellos?
Los conservadores se venden como pro familia, pero finalmente no impulsan políticas de cuidado. Tampoco quieren garantizar la ESI, anticonceptivos, ni aborto legal. En pleno siglo XXI pretenden que las mujeres se recluyan en el ámbito doméstico del hogar como madres.
La exitosa novela de Margaret Atwood, El Cuento de la Criada, se leyó como una distopía. Schiavone no hace ficción. En la República de Gilead, una sociedad totalitaria, las élites gubernamentales obligan a un grupo de mujeres, que son más fértiles que el resto, a procrear con ellas para salvar el planeta de una gran catástrofe humanitaria. En Gilead, las mujeres son consideradas objetos y su valor está en sus ovarios. El régimen fundamentalista las trata como si fueran de su propiedad. Las mujeres que se rebelan o no logran concebir son ejecutadas públicamente o desterradas a colonias. El régimen controla todos los aspectos de la vida de las mujeres, como su alimentación, vestimenta y actividad sexual.
Las palabras de Schiavone, como señaló en un comunicado de prensa, la Red de Mujeres para la Justicia, refuerzan estereotipos sexistas, desvalorizan la autonomía de las mujeres y vulneran normas de jerarquía constitucional, como la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer, que en su artículo 11 reconoce el derecho de las mujeres al trabajo en igualdad de condiciones, y en su artículo 13, inciso c) garantiza el derecho a participar en actividades de esparcimiento, deportes y vida cultural. También lo establece la Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la Mujer, que en su artículo 6, inciso b) consagra el derecho de las mujeres a ser “valoradas y educadas libres de patrones estereotipados de comportamiento y prácticas sociales y culturales basadas en conceptos de inferioridad o subordinación”. Y el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (PIDESC, 1966, ratificado en 1986) que reconoce el derecho al trabajo, sin discriminación alguna (artículo 6).
Hace casi 100 años –a través de la Ley N° 11.357, de 1926– se reconoció por primera vez en Argentina la capacidad civil plena de las mujeres para ejercer profesión, empleo, comercio o industria. “Resulta inaceptable que una autoridad universitaria desconozca abiertamente derechos fundamentales conquistados hace casi un siglo”, repudiaron desde la Red de Mujeres para la Justicia.
Los dichos de Schiavone no son los de un varón conservador más. Es rector de una universidad y en tanto se presente con esa investidura en uno de los pilares de la democracia, como es el Senado, no puede enseñar a discriminar a las mujeres, porque la discriminación de género no encuadra en nuestros estándares normativos. La libertad de expresión no se puede confundir con la libertad de enseñar a discriminar.