Se podría hacer una guía de actuación para resistir este desastre que estamos viviendo, siguiendo los ataques de la derecha. Si estás desorientade, si no sabés por dónde agarrar a la bestia, qué hay que hacer, qué hay que defender primero o con más fuerza, lo mejor es mirar al fascismo y ver dónde apunta su cañón del odio.

Cuando asumió este gobierno, una de las primeras medidas fue la de prohibir el uso del lenguaje inclusivo a las Fuerzas Armadas. Nadie sabe a ciencia cierta el efecto real de la proscripción de la E (difícil imaginarse a los gendarmes recibiendo la orden de reprimir a “les jubilades” o a los comandantes gritando “¡párese dereche!”); pero fue significativo que empezaran por ahí. Después vino a desarmar la agencia de noticias estatal, el Ministerio de las Mujeres, el INADI, la educación pública, la salud pública y los programas de Desarrollo Social. Luego los subsidios para el cine, el ataque a artistas (mujeres), la homofobia llevada a su expresión más delirante, negacionismo, destruir todo el aparato estatal que no sirva para garantizar el marco de devastación de los recursos, arrasar con la naturaleza y pegarle todos los miércoles a les jubilades. Ah, y por supuesto el comunismo como el enemigo principal. Un comunismo que, después de la caída del muro, del desdibujamiento de los Partidos Comunistas latinamericanos en movimientos populares con propuestas de justicia social y de la institucionalización del trotskismo en aspiraciones parlamentarias, la mayoría daba por muerto o al menos dormido y aletargado.

Tomemos nota para nuestro programa de resistencia: el lenguaje es un campo de batalla, el feminismo no fue una exageración, la discriminación es un problema real, lo que se enseña en las escuelas (y lo que no), tiene efectos contundentes, la salud debe ser para todes y comunitaria, la educación universitaria tiene que llegar a todas partes, la cultura no es un decorado, las identidades de género no son una moda ni un capricho, sino un derecho humano, el Estado es un espacio en disputa permanente, la naturaleza no es un recurso sino vida que debe ser defendida, la memoria sigue siendo una bandera, movilizarse aunque seamos poquitos y frágiles les hace subir la presión, y el problema central es el capitalismo.

Pero el ataque de la derecha más brillante, mi villanada favorita, es la remoción del monumento a Osvaldo Bayer que en su figura recordaba la gesta de la Patagonia rebelde, que se complementa, por supuesto, con el videíto “con datos” de Agustín Laje para explicarnos que la memoria debe ser completa.

Son mis dos piezas comunicacionales favoritas porque realmente, según me parece, dan en el blanco. Veamos.

Osvaldo Bayer dedicó toda su vida a rescatar luchadores olvidados de la historia del campo popular. Los anarquistas se llevaron casi todos sus esfuerzos de investigación histórica y sus libros son un material invaluable para entender de dónde venimos. ¿Qué pasaría si nos pusiéramos a revisar esas gestas populares?

La de la Patagonia, por ejemplo. No sólo la masacre de 1500 obreros solamente, no la Patagonia Trágica, sino la Patagonia Rebelde. La historia de esos obreros que hicieron las huelgas, pero también que enfrentaron al ejército argentino y chileno que tenía el mandato de terminar con la obra de Roca, exterminando pueblos y resistencias para concentrar la tierra en pocas y poderosas manos. Es cierto que la represión fue brutal y que el teniente coronel Varela no ahorró en balas, ni en golpizas ni en enterramientos al costado de la carretera. Cierto es que la Sociedad Rural le ofreció un agasajo digno de un héroe de guerra y el líder de la Liga Patriótica (ejército paraestatal dedicado a matar a luchadores populares) lo propuso como ejemplo de valentía y de coraje en el combate al comunismo. Sin embargo, no fue lo único que recibió Varela. También fue destinatario de una bomba y cuatro balazos (misma cantidad con las que él ultimaba a los obreros) por parte de un anarquista alemán. Un anarquista que siempre había sido partidario de la paz, pero que la crueldad lo había enervado. Kurt Wilckens, el anarquista en cuestión, escribió en una carta mientras cumplía su pena por el asesinato: "No fue venganza; yo no vi en Varela al insignificante oficial. No, él era todo en la Patagonia: gobierno, juez, verdugo y sepulturero. Intenté herir en él al ídolo desnudo de un sistema criminal. ¡Pero la venganza es indigna de un anarquista! El mañana, nuestro mañana, no afirma rencillas, ni crímenes, ni mentiras; afirma vida, amor, ciencias; trabajemos para apresurar ese día". ¿Qué pasaría si nos enteráramos de su historia, de sus ideas, de su vida?

Y ¿qué pasaría si leyéramos Anarquistas expropiadores, el libro donde Bayer cuenta la historia de los anarquistas que cometían robos para subvencionar publicaciones, o fugas de prisión para los compañeros presos, o la manutención de las familias de los presos y los muertos? En ese libro podríamos conocer la historia de esos inmigrantes rusos, italianos y también criollos, que pensaban en la libertad como la vida sin opresores ni oprimidos, que consideraban el capitalismo un robo y, algunas facciones, el robo a los dueños del capital como un acto legítimo de expropiación. Nombres como Miguel Arcángel Roscigna, Severino Di Giovanni, Buenaventura Durruti, Simón Radowitzky, Boris Vladimirovich, Juana Rouco Buela, Virginia Bolten y tantos otros, empezarían a ser protagonistas de nuestra historia. Una historia en la que el sindicalismo era poner el cuerpo. Poner el cuerpo en el trabajo y poner el cuerpo para defender derechos y compañeras y compañeros. Un sindicalismo que era capaz de defenderse como en Jacinto Arauz, que cuando los policías los rodearon en el patio de la comisaría adonde habían ido engañados a conversar un acuerdo, sacaron las armas de sus bolsillos y se prepararon para combatir. Defenderse de los tiros a los tiros. Matar y morir por la causa obrera. No la causa obrera en abstracto, sino causa de la fábrica, la de los talleres, la de las costureras. La de los compañeros despedidos, la de las compañeras con las espaldas dobladas, la de los derechos de las trabajadoras y trabajadores de cada sección, de cada asamblea.

El videíto hecho por Laje, pero promovido en las redes sociales desde las cuentas oficiales, propone una “memoria completa”. Y para eso nos trae la palabra de Roberto Santucho, líder del Partido Revolucionario del Pueblo (PRT) y de los Montoneros, que defienden la lucha armada. Se podría decir, con justicia, que es la teoría de los dos demonios 2.0, pero también una muestra más de cuál es el enemigo para este gobierno y para todo el poder concentrado: las organizaciones del pueblo. Laje, con su título de politólogo como escudo protector, discute “con datos” (dejando afuera los otros datos, en los que no vamos a abundar porque son de público conocimiento) el número de desaparecidos. ¿Por qué esa obsesión con el número? Tal vez porque los números reales (30.000 desaparecidos --al menos--, unos 35.0000 exiliados, casi 9000 presos en las cárceles, y una cantidad aún no calculada de militantes escondidos que lograron sobrevivir), harían que fuera difícil sostener la idea de “unos pocos insurrectos”. Tal vez porque los números siempre nos hacen perder de vista las personas, a los vecinos y vecinas, a les compañeres de trabajo, a quienes se sentaban en la misma aula en la facultad, a quienes iban a la misma escuela... a toda esa gente que es tan parecida a la gente con la que compartimos esos mismos espacios hoy.

Entonces, volvamos a tomar nota, además de los puntos que antes enumeramos en nuestro programa, podríamos agregar: pensar la memoria no sólo iluminando la tragedia de los muertos, sino también la historia de las luchas del campo popular, los cimientos de las estructuras --endebles, algunas corruptas, otras que habría que hacer de nuevo-- que existen hoy como son los sindicatos, los partidos políticos, algunas políticas de Estado; la discusión sobre la violencia política por parte de las organizaciones populares como un río revuelto todavía a vadear, no como un tema cerrado; el anarquismo y el comunismo como ideas que fueron acción y se plantearon --y se plantean-- el fin de capitalismo. Sin olvidar como punto fundamental que los escritores y las escritoras, como el enorme Osvaldo, cuando cuentan nuestra historia y cuando imaginan la historia por venir, pueden ser tan potentes que para sacarlos del camino hagan falta palas mecánicas.