Vacaciones al mediodía
Los almuerzos laborales suelen resultar monótonos, por dos causas. Primero, la búsqueda de precio, que conduce a menúes ejecutivos de gran pereza gastronómica. Segundo, la necesidad de platos saludables y de servicio rápido, que puedan consumirse en pocos minutos y calorías. Todo esto termina en infames ensaladas prearmadas, sándwiches sin alma y los temidos “chinos al peso”. Pero hay escapatorias posibles, lugares que sin romper la billetera logran propuestas repletas de identidad y sabor, donde comer es mucho más que alimentarse. Por ejemplo, Nola, el conocido reducto dedicado a la cocina de Nueva Orléans, que desde hace unos meses abre todo el día, logrando uno de los más felices almuerzos de Palermo.
Nola es relajado, ruidoso, callejero. Un local chico (se rumorea que en unos meses se agrandará al doble) con la cocina a la vista y vereda alegre, donde se compra en caja y se espera que llamen por el nombre. Esta informalidad se ve recompensada al probar los sándwiches y potajes que ofrecen. De la mano de su cocinera Liza Puglia (y de su pareja, Francisco Terren, a cargo de las muy buenas cervezas tiradas Filidoro, $90 la pinta), Nola ofrece platos basados en la tradición cajún, un mix de herencias franco canadienses con inmigraciones africanas y caribeñas varias. Muchas especias y picantes sabrosos, que se corroboran al probar el tremendo pollo frito de la casa (plato insignia, $140), también los red beans and rice (porotos rojos con arroz, $100) o el clásico Gumbo, un estofado criollo con chorizo, pollo y arroz ($145).
Desde que abren todo el día, en Nola sumaron sándwiches que cambian constantemente ($160): los viernes sale el Asiático, con pechuga frita, cebolla caramelizada, hongos, salsa soja, sésamo y cilantro. Y de lunes a viernes hay combos para almorzar, siempre una milanesa de pollo frita y otra opción, como por ejemplo una bondiola a la cerveza negra y miel con puré de batata, ensalada y cebolla frita, que con bebida sale $130.
Ir a Nola es lo opuesto a la monotonía: una merecida vacación, en un mediodía laboral.
Brunch cervecero
Podría decirse así: Desarmadero es otra cervecería en Palermo, una más entre cientos de figuritas repetidas. Pero no, por suerte, hay mucho más para contar, ya que Desarmadero llegó al barrio con una propuesta y calidad que la separa de (casi) todo el resto. Y esto se verifica en cuatro puntos principales. Primero, la cerveza ($100 la pinta): no sólo cuentan con cámara de frío (a 2°C) donde mantener más de 50 de barriles de la mejor manera posible, sino que suman tecnología para lograr tiradas perfectas, tanto en temperatura como en gasificación y espuma. Segundo, la variedad de marcas: allí están varias de las mejores artesanales que se consiguen en Buenos Aires, incluyendo la casi imposible de encontrar Juguetes Perdidos, que se sirve en sus copas especiales. El tercer punto es la cocina, con platos muy ricos, por encima del promedio de su competencia. Y cuarto, el horario: es una de las pocas cervecerías que se anima a abrir sábados y domingos de mediodía, con una propuesta de brunch original y bienvenida, ideal para disfrutar en la preciosa terraza con cielo abierto.
Como parte del brunch, están por ejemplo los huevos rotos Desarmadero, dos huevos fritos montados sobre papas pay, panceta dorada, palta y rodajas de pan de campo ($110); hay croissant de jamón, queso, lechuga y tomate ($75) o un clásico bagel de salmón ahumado ($150); entre las tapas, salen muy bien los buñuelos de acelga con un aioli sabroso ($85); y, entre los muchos sándwiches, destaca en primer lugar el de pastrami, hecho con fetas de pastrón crocantes y terminadas a la plancha (como se suele hacer con la panceta), sumando cheddar, mucha cebolla caramelizada, mostaza dijón y pepinos agridulces. Mención aparte merecen los panes: elaborados en su mayoría por Copain (muy panadería de Parque Centenario), son simplemente perfectos. El de molde, usado para el pastrón, es elástico, de miga alveolada y repleto de sabor.
Una cervecería no suele ser el primer lugar que uno imagina a la hora de pensar un brunch: Desarmadero está ahí, para cambiar esa idea.
De las calles de Pakistán
Ajo, coriandro, cúrcuma, comino, jengibre, cayena, entre otros aromas, así se forma el masala básico (mezcla de especias) que cada día utiliza Shehryar Sumar en el local sobre la calle Honduras, que esta semana cumplió cinco meses de vida. Shehryar nació en Paquistán, estudió en Estados Unidos (primero Filosofía, luego un master en Leyes) y vive en Buenos Aires desde 1999. Aún recuerda la multitudinaria rave que se realizó para festejar el fin del milenio en Puerto Madero, junto al dúo Deep Dish. Flaco e irreverente, intercalando inglés en un porteño bien fluido, con ojos vivaces y lentes cancheros, gran anfitrión, Shehryar no es el prototipo de inmigrante que se dedica a la cocina de su país natal. Pero lo cierto es que, desde hace ya cinco años, primero en ferias y ahora en su propio local, maneja día tras día Kebab Roll, propuesta dedicada a los sabores de Paquistán y la India, en formato tan callejero como relajado.
El lugar es chico y simple, tan sólo dos barras donde sentarse a disfrutar la comida servida en pocos minutos en envases de plástico. Lo que más salen son los kebab rolls (rondan los $140/160), que salen envueltos en un pan delgado y flexible llamado paratha, con rellenos como el Afghan Boti (con ojo de bife marinado en coriandro y kiwi) o el más clásico Shish Kebab, con carne y pimiento verde. Siempre, con el sabor penetrante de las especias. Vale la pena pedir antes una deliciosa samosa frita, de carne, espinaca, garbanzo y coliflor, a $50. O apuntar platos como el Palak Alu, un curry intenso de espinaca con papas, hojas de mostaza y arroz basmati ($125), también el tikka de pollo a las brasas o el pollo en masala verde con arroz, a $180, entre más opciones.
Las recetas no buscan repetir tradiciones estrictas de Paquistán, sino de mantener el sabor real de la cocina callejera de esas latitudes, utilizando ingredientes y especias al gusto y capricho del propio Shehryar. “Me preguntan qué no tiene picante, pero todo tiene picante. Esa es mi cocina”, dice, a modo de manifiesto personal. Una cocina honesta y repleta de sabor.