¿Pertenece Rosario al Litoral? Esa región de cara al gran río, adornada por los versos de Juanele, el saludo de dos besos y el leísmo característico. Uno podría responder que no, o al menos es la sensación cuando transitamos sus espacios más característicos, o tomamos el pulso a las zonas más comerciales de la ciudad. Pero al pasar la circunvalación, en los barrios de conformación reciente, la negativa no sería tan enfática.

Y fue precisamente en el barrio La Bombacha, el denominado culo del mundo, donde por primera vez escuché esta historia, en la voz de don Roque -un viejo nutriero-, y que nos trae resonancias del litoral más profundo, inundado también de leyendas e imaginerías.

El viejo, como le decían en la cuadra, nos contó acerca del mito del “carpincho blanco”. El cuadrúpedo- supo sorprender a los voraces conquistadores- fue siempre el dueño de nuestras islas. Ante la presencia del humano, no huyó ni huye nunca; todo lo contrario. Pero existe uno en especial que realmente se planta: ese es el blanco. Un animal, en frase de don Roque, “verdaderamente retobao”. Y que, si lo miramos de cerca, mal augurio nos espera en el horizonte. Así le pasó a un extranjero.

En las islas, entre Santa Fe y Paraná, llegó, allá por el veinte, un alemán prófugo de la justicia. Levantó su rancho y comenzó a criar cerdos, los que a la noche encerraba en un corral. Una de sus distracciones era salir al atardecer a cazar carpinchos por la isla, silbando como ellos para atraerlos. Un día de viento, en el que miró un carpincho blanco, comenzó su mal sino. Al poco tiempo enfermó y los mismos chanchos que criaba, muertos de hambre, rompieron el corral, entraron a su pieza y se lo comieron. Los pescadores que habitan cerca aseguran haberlo visto, con una luz y la escopeta, silbándole a los carpinchos, y por sobre él un manto blanco que dibuja la figura del bicho.

¿Por qué cuento esto? En primer lugar, por la burguesía rosarina, nieta de italianos y españoles, y en menor número de emigrados del antiguo Imperio Turco- Otomano, que denigra, subestima y niega el sustrato legado de las provincias más humildes del país. Y en segundo término por el carpincho, un sinónimo de justicia (tan escasa en Argentina) y que gusta del infortunio de los que más tienen. Larga vida.