Hay un mito instintivo de la civilización occidental, figura en contacto con el mundo natural y sus secretos, puente entre los oscuros espíritus del bosque y el humano pulido, refinado. Se trata del hombre salvaje, y en su búsqueda el fotógrafo francés Charles Fréger no solo descubrió que el corazón primal todavía late en Europa: también consiguió actualizar su rica imagen, vastamente representada por la literatura e iconografía en los siglos de los siglos. Recorriendo numerosas ciudades y pueblos de 21 países del Viejo Continente  -entre ellos, Portugal, Finlandia, Austria, República Checa, Suiza-, Fréger retrató a hombres en actuales fiestas paganas con orígenes rituales ancestrales. Y compuso Wilder Mann, celebrada serie, donde varones ataviados de extravagante modo, con disfraces que –en palabras de National Geographic– “cruzan la frontera entre lo real y lo espiritual, lo humano y lo animal, se transforman en osos, ciervos, diablos. Evocan la muerte, pero tienen el poder de otorgar la fertilidad”. Subraya la publicación cómo el contemporáneo Homme Sauvage (como se lo conoce en Francia), Wilder Mann (en Alemania), Uomo Selvaggio (en Italia), cambia de indumentaria y tradición según el poblado: “En el pueblo rumano de Corlata los hombres se visten de ciervos para recrear una cacería con bailarines. En Cerdeña el papel del animal sacrificial puede corresponder a cabras u jabalíes. En Austria una criatura de apariencia demoníaca, Krampus, castiga a los niños malos, en contraste con San Nicolás, que premia a los buenos”. “Transformarse en oso es un modo de expresar y controlar a la bestia”, ejemplifica Fréger sobre una figurita repetida, aunque aclara que “no se trata de estar poseído por un espíritu sino de saltar voluntariamente a la piel de otro ser, un animal. Convertirse en algo más. Elegir volverse aquello”. Poesía salvaje en estado puro.