El jueves en la mañana hubo estupefacción. Las cacerías se multiplican en distintos niveles, aunque el procesamiento de Cristina Kirchner por “traición a la patria” es un colmo, un cenit y un disparate, todo junto. Lo dijo ella en la conferencia de prensa. Como si la patria les importara. Si hasta les molestaba la palabra patria. Si hasta han sacado a los héroes nacionales de los billetes para reemplazarlos por “algo vivo”. Han mandado nuestro oro a Inglaterra. No han recibido a los familiares de ninguna víctima, ni a los de Santiago Maldonado y Rafael Nahuel ni a los de los 44 tripulantes del ARA San Juan. Lo transnacional no tiene patria, pero puede tener una capital: y Trump esta semana reconoció a Jerusalem como capital de Israel, empoderando al poderoso y debilitando al débil, como es la lógica de la gobernanza global en cuya ratonera hemos caído.
Es complejo pero es necesario trazar algunas líneas entre sucesos trágicos que ocurren en el mundo al compás de esta nueva derecha, que no es ya la derecha del territorio sino la del dinero: en el territorio, que planifican unificar y disciplinar por la fuerza o la guerra, lo único que ven es la posibilidad de hacer dinero. No le rezan a ningún santo más que al dólar, aunque cambiarán de moneda cuando les convenga. Incluso los buitres norteamericanos. Pero por dónde empezar. Este es apenas uno de los posibles comienzos.
Indígenas y naturaleza. Pueblos originarios y recursos naturales. Gobiernos corporativos frente a organizaciones sociales. Podría seguir la ruta de asociación y antagonismos que recorre como un latigazo esta región y otras, plagada de conexiones evidentes pero acalladas por los medios que forman parte del poder. Esta ruta es apenas un subrayado fuerte y también una síntesis de lo que está metamorfoseándose.
Las dirigencias políticas y sindicales de América latina están en distintos momentos de degradación o reorganización con cuadros que puedan resistir carpetazos o sobornos. Pero mientras tanto, el proceso de desmantelamiento y destrucción de los aparatos productivos está expulsando cada día a millones de personas del sistema, y junto con las diversas resistencias que se puedan oponer, podría decirse que en materia de organización popular el paisaje nos adelanta un escenario móvil y ascendente de escupidos hacia afuera, de ex ciudadanos reconvertidos en lo que podrían ser lúmpenes si hubiera proletariado. No es que no haya clase obrera, pero hasta la clase obrera tendrá una identidad en su haber que no tienen ya los que son la basura del modelo. Los que ya no hacen ni changas. Los que no manejan dinero. Los que si se enferman no se curan. Como en el ciclo de los 90, pero mucho más velozmente, ya hay millones de trabajadores desocupados. Ya hay privatizaciones a gran escala y precarización general. De allí nacieron los piquetes. Y de allí nacieron también las organizaciones sociales.
La Tupac Amaru fue una de las primeras y más desarrolladas. No es solamente contra una mujer coya y negra que actúa el gobernador Morales en Jujuy desde el mismo momento de su asunción: a la prisión de Milagro hay que leerla también como una acción ejemplificadora contra una organización social, y es más, contra la idea de una organización social, porque el modelo corporativo viene básicamente a aplastar lo social. Es lo social lo que urgentemente necesitan destejer, avasallar, subestimar, abortar. La derecha cuenta a la gente de a una. No le gusta lo gregario ni lo colectivo. Lo combate. De modo que estamos a las puertas de una necesaria asociación entre sindicatos y organizaciones sociales, porque quienes están hoy sindicalizados pueden ser mañana informales sin ningún derecho, pero sobre todo porque los latigazos caerán sobre los lomos tanto de unos como de otros, y se deben juntar fuerzas. Contra el embate disgregador y desintegrador, la respuesta tendría que ser la contraria.
A esta altura, al mismo tiempo que se mira hacia Jujuy también miramos hacia la Patagonia. En el norte una mujer coya había pegado el salto a la organización de los que nunca habían sido admitidos más los que fueron expulsados, pero en el sur los mapuches, ancestralmente, son quienes “han velado por el paraíso”, defendiendo sus tierras sagradas, que son extraordinariamente bellas –y extraordinariamente rentables para su comercialización–, y es allí donde mataron a Santiago Maldonado y a Rafael Nahuel. Ninguno de los dos tenía nada que ver con la RAM, cuya existencia es de condición obligada para militarizar enormes zonas donde se harán negocios. De modo que si la RAM no existe hay que inventarla, y ya lo han hecho los mandantes de Macri en otras latitudes. Lo han hecho en Afganistán. Lo han hecho en Siria. Cuando un enemigo no existe, lo crean.
Mientras en la Amazonía, por primera vez en la historia, militares norteamericanos hacen maniobras que ni siquiera son conjuntas, en Honduras, hace un mes, un informe independiente de la GAIPE (Grupo Internacional de Personas Expertas) reveló que la activista indígena Berta Cáceres, que peleaba contra la instalación de la construcción de la represa de Agua Zarca, fue mandada a matar, en marzo de 2016, a instancias de ejecutivos de esa empresa hidroléctrica, DESA. El informe señala que la muerte de Cáceres “fue producto de un plan estructurado por altos directivos de DESA, quienes involucraron a empleados en acciones de seguimiento y vigilancia”. En el crimen actuaron en “alianza con fuerzas de seguridad del Estado y estructuras paralelas a las fuerzas de seguridad del Estado (de Honduras)”, añade. Como ahora en el caso de Milagro Sala, Berta Cáceres también había logrado acciones de la CIDH a su favor. No le sirvieron. El poder judicial hondureño, el mismo que preside un Tribunal Supremo que en 2009 encabezó el primer golpe blando y ahora acaba de avalar el intento de fraude electoral, no ha involucrado a ningún civil. Hay ocho detenidos, presuntos autores materiales del asesinato. Casi todos ellos recibieron instrucción en la Escuela de las Américas. ¿Se sigue la ruta?
Estamos en un escenario regional en el que todas estas coordenadas se entrelazan en un mismo modelo sostenido con corrupción política, mediática y judicial. Eso no falla: es el trípode todopoderoso que les permite a los gobiernos corporativos ejercer el poder de un modo inconstitucional sin que necesiten siquiera ajustarse a un mínimo sentido de realidad: Macri lo demostró esta semana llamando a los buenos ciudadanos a pagar los impuestos.
Ha pasado la época de “los verdes”. En América latina, en este enorme territorio por el que vienen, por el pulmón del planeta, a quitarle todo el aire para convertirlo en dinero depositado en offshores, los que ancestralmente han reclamado por la tierra son los pueblos originarios y los campesinos. Pero a los ojos de los buitres, indios somos todos, y la suerte de los coyas o los mapuches será la nuestra.
Sólo en 2016, según la organización Global Witness, fueron asesinados en todo el mundo 185 activistas indígenas que activaban en defensa de la tierra, de los bosques, del agua. Nunca había tenido lugar un exterminio así: es una marca de época (supone un aumento del 59 por ciento en relación a lo informado en 2014). Y hay que interpretarla así. Brasil, Filipinas y Colombia son los países donde se cometieron la mayor parte de los crímenes. En otros países, como México, los que aumentaron exponencialmente fueron los asesinatos de periodistas.
Son trazos. Flechas fluorescentes señalando en muchas direcciones a la vez. De Jujuy a Neuquén, de Neuquén a Honduras, de Honduras a la Amazonía, de la Amazonía a la represión generalizada contra la protesta social y sindical en toda la región, y a la mordaza o el balazo sobre las voces críticas. Esta caja de resonancia y de sentido es sistemáticamente retaceada para la opinión pública, es el juego que juegan ellos y sobre cuya lógica echan sombra. Pero hay que ver. Hay que prestarle atención a cómo se presenta este nuevo Plan Cóndor, porque tiene rasgos propios que lo diferencian del anterior, y son tan o más monstruosos.