Hilo y aguja. Coser para curar, coser para construir. Hija de un cirujano y una modista, las diminutas herramientas tenían un poder que determinaba la vida y sus posibilidades. En una antigua casa de Rosario, su padre tenía el consultorio. Ella lo veía trabajar, tenía menos de diez años, y mientras el médico cosía un cuerpo anestesiado y hablaba de política, ella, Nicola Costantino, le pedía que lo haga mejor, que esa marca le quedaría a la mujer durante toda su vida.
La instalación que recrea El jardín de las delicias de El Bosco, El verdadero jardín nunca es verde, se esconde tras un cerco de obra que remite tanto a la obra en construcción como a la propia vida, la de la artista y la del espectador, que es obligado a caminar en círculos alrededor a una alucinada reencarnación en volumen de La fuente de la vida, en un ciclorama de 360 grados. Ahí no hay geografía, hay paisaje. “El valle de la luna es el paisaje”, cuenta la artista. “Tiene 35 millones de años. Es un lugar único en el mundo, estética y simbólicamente, fui allí a hacer fotos.”
En El verdadero jardín nunca es verde tampoco hay tiempo: “Para mi no hay tiempo, hay arquetipos eternos. En este caso, en esta obra, arquetipos femeninos. Mujeres solas. No hay binomio hombre, mujer. Hay andróginos y mujeres.” La versión de El jardín de las delicias de Costantino es un jardín en el que el arte vuelve una y otra vez como historia (no como ficción), y como cita que construye la identidad, la colectiva y la de la propia artista, encarnando en arquetipos mitológicos, en referencia a su propia obra y a todas sus obsesiones. Esencialmente, la pregunta por el tiempo, y la pregunta por la carne.
Aglaya, Eufrósine y Talia, las Gracias, diosas griegas que representan la belleza, la naturaleza, la creatividad humana y la fertilidad conviven con La Venus del espejo de Velázquez y La bañista de Ingres. La amistad y la maternidad como lugar de amparo, representadas también por un grupo de aves hembras. Todas representadas por la misma Nicola en un fotomontaje sobre madera.
Ya no es El jardín de las delicias, si bien hay una conexión al original: es la interpretación de la artista del tríptico holandés. Los andróginos tienen máscaras de gas, vómitos, obra que incorpora otra realizada por la artista en 1997 con calcos de hocicos. “Siempre que puedo hago referencia a lo mío”, aclara. “El vómito es la ingesta, lo que comemos, los animales, es como un parto la boca, como una vagina pariendo”.
Hacer es lo que marca el pulso del tiempo y nos permite orientarnos en nuestra vida, eso cree la artista, quien hace de su vida, obra. La artefacta, documental de la italiana Natalie Cristiani, refleja la vida de Nicola como un cuento, donde la misma artista en primera persona recorre su trayectoria, desde la casona de Rosario repleta de asombro entre habitaciones con frascos, sangre y cuerpos anestesiados, y el encuentro, azaroso que marcará su vida: la reproducción de La mujer del sweater rojo de Berni, tapa de un fascículo de la colección Pinacoteca de los genios. Quería ser eso, quería ser como él, quería ser artista. Y también quería ser ella, la mujer que posa, la retratada.
La carrera de Bellas Artes con el fervor y del inicio de la democracia, cursos de taxidermia en el Museo de Ciencias Naturales en Rosario porque el compromiso con la obra tiene que ser absoluto: embalsamar cuerpos, congelar la muerte, con esos temas trabaja desde hace años. La carne de los animales, los que comemos. Y no desde una mirada valorativa o moral sino asimilando los procesos de muerte-vida que en nuestra vida diaria están presentes como el aire: los mataderos donde mueren, las mesas donde los comemos, en un rito delicioso totémico en el que queda de manifiesto las dos caras de una misma moneda.
Su primera muestra fue en 1992, Colchón sur canapé, pollos y lechones asados sobre una cama de agua, listos para comer, rodeados por animales momificados y envasados. Tenía 28 años. A los 30 se mudó a Buenos Aires y en 2004 expuso en Nueva York y en la galería Deitch Projects del Soho. Ni las críticas lapidarias de la reconocida crítica de arte Roberta Smith ni los escandalizados gritos de Louise Bourgoise evitaron que su Corset de peletería humana fuese comprado por el MoMA, momento en que Nicola ingresó, con menos de cuarenta años, a la colección del museo.
Cuatro años después volvió al cuerpo, pero al propio: se lipoaspiró dos litros de grasa de sus caderas y presentó en el Malba Savon de Corps, jabones con grasa de su propio cuerpo.
Constantino piensa los proyectos, pone el cuerpo, pone el trabajo y pone el saber: domina la materia como una alquimista, como una obrera, como una chef, una taxidermista y una modelo. Ella lo resume en la palabra “escultora”.
Luego llegará Evita, donde la tecnología ingresa a su obra con el vestido electrico y las lágrimas congeladas de millones de personas, derramadas durante los días que duró el funeral. Rapsodia inconclusa fue presentado en el 2013 en la Bienal de Venecia. Los fantasmas, las obsesiones, sobre los que gira su obra, siempre los mismos: la muerte, la del cuerpo, la del acto de matar, la de la ausencia, la que niega el tiempo.
Son varias las versiones sobre el origen de El jardín de las delicias: representación de las escenas orgíasticas de la hermandad nudista de la que El Bosco formaba parte, o producto hongos del centeno, usuales en el siglo XV y cuyos efectos vegetales y alucinógenos son poderosos. O cuadro de conversación encargado por un rey. No se sabe con exactitud y eso refuerza la contemporaneidad de uno de los pintores más admirados y menos comprendidos.
Pero muchos especialistas acuerdan en la presencia de una geometría divina, mística, donde no todo es lo que parece y donde el cuerpo aparece como metáfora de la ausencia de Dios.
Nicola Costantino propone al arte como fuente poética, cómo la única forma de desafiar el tiempo. Haciendo, frenética y mágicamente, juegos y nudos de sentido que nos ayuden a transitar por el jardín donde faltan las delicias, donde el verde no es garantía de felicidad.u
El verdadero jardín nunca es verde se puede visitar en Barro Arte Contemporáneo, Caboto 531, La Boca. Martes a viernes de 12 a 18 y sábados de 15 a 19. Hasta el 23 de diciembre.