A mediados de los 90, aunque resulte difícil de creer, Max Gómez Canle dejó de pintar por varios años: “Me había hartado de mi pintura, de lo que yo estaba haciendo en ese momento, no me veía reflejado en lo que hacía; quería que me fuese bien y participar de concursos y cuando trataba de leer lo que pasaba veía que por entonces la pintura tenía que parecer hecha sin esfuerzo. Y empecé a hacer una pintura muy despojada y muy blanca en la que yo sentía que no estaba ahí presente. Y ahí me bloqueé”. El germen de esta impresionante y peluda nueva muestra que termina el último día hábil del año en la Fundación Klemm está en esa discreta, casera y más que humilde terca vuelta a hacer lo que más le gusta. “Cuando volví a pintar lo hice con una visión más doméstica de hacer sin mirar nada hacia afuera, sin nada estratégico ni de contexto: sólo pintar lo que más me gustaba”. Max cuenta que ese retorno por un lado lo llevó a pintar obras clásicas de la historia de la pintura “para colgarlas en mi casa” y, por otro lado, empezar a hacerse cargo de la fascinación que siempre tuvo por los paisajes de los fondos de los cuadros: “Capaz que nunca entendía mucho el tema principal de muchas obras, que quizá eran temas mitológicos o religiosos. Pero ahí, en los paisajes yo me podía imaginar que podía pasar, podía agregar algo”. En ese punto, cuenta Max, se puso a hacer una versión del célebre retrato que hizo El Bronzino (1503-1572) a uno de los infantes de la familia Médici (Ritratto di bambinello peloso con cardelino). Pero por alguna razón, al rozagante y cachetudo infante empezó a pintarle pelos, pelos y más pelos. La obra (que no llegó a colgar pero que forma parte de la muestra) guarda un inquietante parecido con el retrato de Lavinia Fontana (1552-1614) de Antionetta Gonsalves, parte de una serie de retratos de toda una familia tan noble como peluda. “Eso fue hace unos 10 años y un tiempo después me encontré con este cuadro de Lavinia Fontana que era una imagen muy parecida a esta que ya había hecho. Mi primera reacción fue que había llegado tarde a esa imagen, que ya había sido hecha 500 años antes de manera documental: no sabía qué hacer con eso porque en el mundo actual está esa cuestión de ser original; pero todo ese material incentivó aún más mi fascinación. Es muy linda esa obra porque la nena tiene un papel en la mano que explica que ella tiene un origen noble. Y en la muestra hay algo del orgullo y la vergüenza al mismo tiempo”. Condición y cabeza tiene mucho que ver con ese paradójico orgullo vergonzoso que parece ser esencial en la identidad de toda esta extraña fauna, fatalmente bella y bestial. “Lo que te avergüenza también puede ser lo que te enorgullece, creo que eso está presente en la mirada de la nena del retrato de Lavinia Fontana y en muchas de estas obras. Yo por entonces estaba fascinado con la historia de La Bella y la Bestia, en particular la versión de Jean Cocteau, y con la analogía entre la bestia y el pintor, que quizá no puede hablar bien y entonces necesita sacar algo que es pre lingüístico: y empecé a volver bestia a este nene y a pintarlo pelo por pelo. Hacer copias es algo propio de la baja pintura, siempre fue algo considerado bajo, pero hacer una pintura pelo por pelo es ya una cosa medio Utilísima. Y había algo bastante especular en trabajar con un palo atado con pelos (un pincel no es otra cosa), pintando justamente pelos”. Max cita al Bartleby de Melville invirtiéndolo: “Preferiría hacerlo” es el slogan que mejor define la actitud meticulosa y obsesiva que generó estas obras, que se fueron desarrollando casi en paralelo a su producción como una plaga de pelos expandiéndose en las figuras humanas de sus inconfundibles paisajes. Luego de la versión de Bronzino Max pintó la mano de una bestia pintando un rosa (casi un manifiesto visual de la bestia tratando de hacer algo más delicado), una pintura de Brueghel de unos monos, una Juana de Arco peluda y un autorretrato en el que el pintor se empezó a pintar cada vez más hirsuto. Tanto en las otras tres series de obras (unas intervenciones de láminas con obras clásicas plagadas de pelos pintados con tinta, óleos originales sobre tela y una serie de obras en grafito sobre papel calco en las que las figuras desaparecen y solo se ven los pelos de pelucas, barbas, cejas y pestañas) el pintor se apropia de obras, fragmentos, citas o detalles de Lucas Cranach, Mantegna, Rafael, Velázquez, Holbein y Bouguereau, pero también de Malevich, Aizenberg, Lozza o Pombo: “Lo que yo vengo haciendo con mis muestras es mirar hacia atrás, creo que hay algo del tiempo en la muestra: por un lado en el objeto y en este depósito de tiempo que es el pintar, y por el otro por lo lento que es el desarrollo de las ideas. Yo trabajo así, no es que se me ocurre algo nuevo y hago una muestra con algo ‘novedoso’. Por un lado porque traigo cosas del pasado; y por el otro porque para mí pintar es una forma de entender y medio que no entiendo algo hasta que no lo termino de pintar. Cuando volví a pintar volví a los libros y las reproducciones porque mi viaje con la pintura viene de ahí. Cuando era chico nunca iba a un museo. El origen siempre son las reproducciones: yo compro muchos libros de arte de la década del 40, en general alemanes, que tienen unas reproducciones que son hermosas pero que a la vez no son fieles, por lo menos para los parámetros actuales: son fotografías viejas, algunas incluso en blanco y negro, algo que no se usa más, y las copias están hechas con un sistema de serigrafía: y terminan siendo casi como grabado. Si vos ves un libro nuevo con estas obras vas a ver que son muy distintos, pero tienen un aura. Aunque hayan sido una repetición cada una tiene algo especial, por el papel y la tinta”.
En uno de los distintos Jesucristos que aparecen hay un cartelito que dice: “la retaguardia”. “Eso es algo que le agregué yo: me interesa la idea de ‘la retaguardia’ como el lugar en el cual uno guarda las cosas que quiere atesorar y donde uno puede trabajar con eso hacia el futuro: como un trampolín que te puede llevar a un futuro distinto del que te genera una vanguardia, que siempre busca romper con lo que trae atrás y salir con una novedad, que creo que también tiene que ver con mi forma de trabajo”.
A Max Gómez Canle (que ahora tiene una tonsura que podría ser de un monje) le crece muchísimo el pelo y cuenta que él mismo cambia de look capilar permanentemente. Pero así como uno de los aspectos más sorprendentes de esta exposición es su diversidad de aproximaciones y hasta de estilos, lo que predomina siempre (salvo quizá en algunas obras más chistosas como su intervención duchampiana de la Gioconda de Leonardo) es un compromiso total y abnegado con su oficio de pintor que tiene algo de monacal: no es fácil en un espacio tan imponente como la Fundación Klemm lograr una muestra tan contundente y, a su manera, original: “Cuando era chico, hablando de religión para mí todo lo que no fuera Jesús me parecía tibio. Y era una presión gigantesca porque pensaba que era un ejemplo imposible: yo no soy Jesús. ¿Cómo puedo hacerlo? A mí me parece que aunque pinte aquí y ahora y esté dentro de lo contemporáneo yo quiero ser Brueghel: y lo tierno de no llegar nunca a lograr eso es parte de nuestra condición y es algo a atesorar. La muestra se muerde la cola todo el tiempo con respecto a mi obra y también con respecto a la historia de la pintura y eso aparece graficado en los círculos cromáticos o en el Ouroboros. Una condición es algo que no es una enfermedad, pero es algo que te define, como esta obra de los pelos que no se sabe si es una enfermedad o una condición, y a mí me interesa pensar en que nos hace ser lo que somos. Y creo que al final de cuentas cuando uno busca una condición que lo define tiende a terminar pensándolo orgullosamente, que es algo que está presente en el retrato de Lavinia Fontana de la niña peluda. Por más que haya obras mías viejas la muestra no es una retrospectiva, pero en las últimas obras se vuelven a reiincorporar todo el resto, así que aparecen muchos elementos repetidos como los anteojos, los mecanismos de visión, el paisaje, la geometría o algunos pequeños elementos fantásticos. A mí me gusta la idea de pensar que una muestra es como una nave con un montón de información, como el Voyager. Para mí todo lo que pasó en la historia de la pintura está simultáneamente ahora; trabajar con eso no es algo retro, sino que es algo que está pasando ahora”.u
Condición y cabeza se puede visitar de lunes a viernes de 11 a 20 en la Fundación Federico Klemm, M. T. de Alvear 626. Hasta el último día de 2016.