Silvina Ocampo se preguntaba cómo evitar la muerte en los cuentos. “Es tan difícil como evitar la muerte en la vida”, escribió. Manuela Martínez no busca evitarla sino nombrarla hasta convertirla en un escenario.
En los ocho cuentos de Días de estreno no hay velorios ni coronas de flores. Los tiempos mueren. Procesos culminan, emociones se diluyen, cuerpos cambian de forma, vínculos se enrarecen, amores que se apagan. Crecer es un ensayo de pequeñas muertes.
En su segundo libro, Manuela Martínez se convierte en una sommelier de despedidas, degusta ese sabor agridulce, entre la tristeza de la pérdida y la incertidumbre de lo que depara el futuro. El adiós se presenta en un estado visceral, el perfume que despide la tierra tras una lluvia. Un duelo envuelto de petricor. “Me cuestan los finales. Me pasa ahora con mi hija, por ejemplo. Todos los días aprende algo nuevo y entonces deja de hacer otra cosa. Cuando camina, ya no gatea, cuando habla ya no señala tanto, y así. Y yo soy la primera en incentivarla para que logre cosas nuevas y, a la vez, la primera en detectar qué otras cosas se están perdiendo. Es algo natural. Soy melancólica, no es algo que me enorgullezca. Hago el duelo a medida que lo vivo. La paso peor en el momento de la despedida, que cuando el otro se fue y yo me di vuelta para hacer otra cosa. Si pudiese sacaría una foto de todo eso que sé que no voy a ver más. Pero bueno, cuando las fotos no son suficientes, escribo”, cuenta Manuela a Las12, nacida en 1995.
En Días de estreno no hay forma de escapar del duelo, está presente como la luna cada noche. Y cuando los personajes comienzan a acostumbrarse a los cambios de la vida sucede otro, el movimiento permanente. Todo acaba, todo está a punto de nacer. "Días de estreno es una sensación. Me refiero a los días y minutos previos a salir a un escenario, pero también a caminar con un par de zapatos nuevos que todavía te sacan ampollas, o a enamorarse, o a lucir un nuevo color de pelo. Y yo creo que todos los cuentos tienen algo de eso, son los días que rodean la novedad. Creo que también es algo que tiene que ver con la juventud porque, a medida que crecemos, muchas cosas dejan de ser novedades”, reflexiona Manuela cuando le pregunto la razón del título.
La voz narradora apuesta una y otra vez al reencuentro, con un destino, una persona, un ritual. Un intento por recuperar el pasado, por sujetarlo de atrás con las dos manos como una niña que se desespera cuando su madre se va al trabajo. En cada cuento la autora rodea al tiempo, se obsesiona con atraparlo y guardarlo dentro de un frasco como si fuera una luciérnaga. Después lo observa hipnotizada, desarma las horas, los minutos, los segundos. Descompone al insecto que vive en su cabeza. La memoria.
Hay una característica que define la obra de Manuela, la autora nos sitúa en tiempo y espacio. La especificidad es su obsesión, más que eso: el derecho del lector. Una brújula en medio del texto. Como en su primer libro, El último hombre perfecto (Ediciones B, 2021), en Días de estreno hay un recitado de marcas de gaseosas, nombres de la farándula, golosinas nacionales, programas de televisión de culto, libros de autores argentinos, calles icónicas de Capital Federal donde abunda el 2x1. Un retrato de época a partirde los consumos populares.
“Cuánto más situados estemos, más verosímil va a resultar cuando algo se corra de ese eje. No es lo mismo que un perro salga volando en un lugar equis, totalmente inespecífico, a que lo haga en el medio de Corrientes y Callao”, explica. Editado por Rosa Iceberg, Días de estreno es un coming of age narrado con el sol de frente, a punto de ocultarse. Un atardecer donde amenaza la llegada de la noche. La mirada de Manuela es nostálgica, la palabra para ella es la batuta que dirige la orquesta, un concierto de recuerdos a los que volver. Un refugio del tamaño del cajón de la mesa de luz en el que intenta acostarse, pero ya no cabe.
De eso habla en cada uno de los cuentos, pero sobre todo en uno titulado "Una gran nube blanca". “Mi familia quedó tan lejos que las voces ya no se escuchan. Estamos en silencio y a oscuras. Estiro los brazos, me pregunto si la adultez es esto. Caminar a tientas con una seguridad impostada y ajustar la mirada intentando ver algo entre las sombras”. Los personajes se hacen preguntas, la respuesta es apenas un acercamiento. Nada se parece a lo que era ni a lo que imaginamos que podría ser. “Cuando era chica creía que ser adulto era algo totalmente distinto a lo que efectivamente es. Para mí los adultos eran totalmente autosuficientes, no tenían miedo ni problemas económicos, ni dudaban tanto antes de hacerlas cosas, y si sufrían era algo menor e intrascendente. Una fantasía, por supuesto. Pero es como si sentir, o sentir de cierta manera, fuese algo adolescente. Así que en algún punto es como si yo todavía no fuese adulta y estuviese esperando ese pasaje, o como si viviese dándome cuenta, una y otra vez, de que no tengo que ser distinta para serlo”, dice Manuela, un rostro conocido por su rol de actriz en teatro, cine y televisión.
Manuela Martínez hace un estudio puntilloso de la infancia y adolescencia, examina con lupa los conflictos de su generación a través de un humor ácido. Reconstruye un pasado donde no existeun límite nítido entre el bien y el mal, los acontecimientos son trampolines para saltar hacia adelante. A veces se lastima, otras cae parada y hace la pose final de una gimnasta olímpica. En definitiva, de eso se trata crecer: de hacer equilibrio.