Una epopeya sobre la soledad. Así podría definirse en principio El gran silencio, la nueva novela de Debret Viana. La trama inicial es aparentemente sencilla: un hombre vive solo en una casa inmensa, tanto que podría ser infinita, algo así como un laberinto del que no se sale por arriba, rodeada por un bosque, cuya extensión supera cualquier imaginación; pero cuyo límite podría ser una mezcla de miedo y espanto, un exceso de lucidez tensada hasta la locura, acaso como esas risas que se prolongan tanto que terminan degenerando en llanto. El personaje, vale decir, el protagonista, está convencido de que hay alguien más viviendo con él, a sus espaldas. Si escucha ruidos, los adjudica al otro. Si algo está fuera de lugar o una ventana abierta, debió haber sido el otro. Si no escucha nada y todo está intacto, el otro debe estar disimulando. Todo lo que pasa es decodificado bajo la lógica del otro, que exista o no es forzado a significar. La soledad está llena de cosas. Habitarla es persistir en un mundo misterioso, donde la quietud de la rutina es apenas una serena apariencia. Los peligros ocultos son numerosos y más irresolubles que los peligros reales, y el último y más oscuro de ellos implica la convivencia con la posibilidad de que detrás de la última mascarada no haya nadie. Ni nada. “La soledad está llena de cosas: sobre todo está llena de sí misma”, escribe el narrador. Y en otro momento: “La locura, si es sincera, sólo puede crecer sobre el lento escenario de la soledad: sólo allí podrá ejercer sus formas sin fronteras ni cohibiciones; sólo allí puede labrarse con delicadeza. Solo allí puede volverse un imperio".
La conciencia es dialógica, la memoria es arbitraria y el silencio absoluto, un mito canallesco. Sucede que a veces uno habla solo en voz alta. “¿Nunca te preguntaste por qué hablás solo? ¿Por qué necesitás decir esas palabras y no simplemente pensarlas?” se pregunta Debret Viana, interrogante que comparte con el narrador. El centro de la incógnita: no estás solo. La soledad está llena de cosas. Hay algo con vos cuando estás solo, algo que te hace compañía o se te opone, o que te ignora, pero habita por ahí, cerca, a tu lado o a tus espaldas, del mismo modo que el silencio no es la ausencia de sonido sino la reptante crepitación de una flora de susurros, roces, suspiros, chirridos y otros millones de sutiles ruidos que casi parecen no existir. “Hay una sensación que me afectó desde la infancia. Que no somos uno, sino dos, y que el otro que también somos y que se nos escabulle crece con el tiempo como una sombra al atardecer”.
“Esta presencia de una otredad incorroborable fue quizás en un principio la paranoia de una imaginación sobrealimentada de ficciones, pero luego devino en una grata compañía para lidiar con la soledad. Y más tarde, un tema literario infinito", dice Debret Viana, narrador, poeta y editor.
Otro asunto central en El gran silencio es el corazón. El silencio del corazón. “Solemos prestarle atención a lo que se mueve, a lo que habla, a lo que se hace ruido, y no tanto a lo quieto, a lo callado, a lo que no existe. El corazón emite latidos y esos latidos producen, por su revés, un silencio. O más bien dos silencios. Entre los dos latidos ocurre el pequeño silencio. Entre los pares de latidos, el gran silencio. Hay, desde luego, un tercer silencio, que se derrama cuando el cuerpo se seca o cuando los astros colisionan: eso es lo que va a explorar esta novela”.
Ante la pregunta del proceso creativo de la novela, Debret Viana repara primero en el horario. “A las cuatro de la mañana”, dice. “En un balcón de Almagro. Siempre esa rutina, entre las cuatro y las siete de la mañana, momento en el cual abría la panadería de abajo y eso cerraba la noche, quiero decir que me permitía desayunar e ir a dormir. Si bien es una novela espesa, que goza con las lentitudes que esgrime, lo cierto es que la escribí en dos meses, mientras otras me llevaron años. Pienso ahora, quizás demasiado tarde, que escribí esta novela para escapar de tener pesadillas. Y escribiéndola me metí en un bosque irreal. Y ahora voy a tener que escribir otra para salir de ese bosque, donde temo que quedé extraviado. Al menos esto sirve para decir que esta fue una novela sin plan y sin red de contención: la noche dictó el camino y yo seguí sus caprichos”.
El autor menciona que rescata una tradición perdida de algunos libros de su infancia: Elige tu propia aventura, por ejemplo. Si el lector escoge mal, la novela terminará en la página cien. Si elige bien, llegará hasta el final, que en realidad son cuatro finales, no alternativos, sí sucesivos. Bien puede dejarse de leer la novela luego del primer final, y se habrá leído una novela realista. O el lector puede continuar, y leer el segundo final, y ahí habrá leído una novela fantástica. Si sigue, puede volverse un ensayo astronómico. Pero esencialmente se trata de una novela poética en el más cabal sentido del término, capaz de poner en funcionamiento distintos mecanismos literarios y así narrar una travesía metafísica como quien se propone rescatar la mayor cantidad de lenguaje poético introspectivo. Es uno de los grandes logros que tiene la novela. Hay un halo muy presente de Shirley Jackson y de Lovecraft, pero como decodificados a través de un Twin Peaks seudo bonaerense. En un pueblo pequeño los habitantes parecen muñecos o entelequias y el protagonista está preso de una casa infinita, a la que no recuerda haber llegado, y si sale, queda extraviado en un bosque laberíntico desde donde una extraña dama de blanco lo llama, quizás para huir juntos, quizás para perderlo para siempre.
En El gran silencio se impone un lenguaje que traspasara la servidumbre narrativa a la acción y logra transportar a otro lugar, otra zona no tan fácilmente identificable en un inicio, donde hay además citas de cineastas y películas de culto, tradiciones literarias que revelan razones muy interesantes sobre la temática del doble, acaso porque El gran silencio ocurre en “otra parte”, más allá de los límites de su propia ficción.
“Puede decirse que este es mi cover sobre el doppelganger, y por eso revisita dobles ilustres, como los de Shelley y Byron. La mujer de blanco, quizás un espectro atrapado en el bosque, no deja de llamar al protagonista, pero como el protagonista no es uno sino dos, quizás la dama de blanco llama al otro, para escaparse con él, y para eso tiene que extraviar al protagonista en el bosque, del que solo se sale solo, y cualquier ayuda que uno reciba, cualquier dirección o asistencia, solo puede perderte”.
Tantas veces contar algo es ocultar otra cosa, es cierto. Notable novela de Debret Viana.
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