"En muchos casos, se siente que las empresas tecnológicas pueden influir directamente en cómo pensamos y actuamos, lo que pone en duda esa visión inicial de libertad... ¡y ahora se nos meten en la cama!", asegura Tomás Balmaceda, Doctor en Filosofía, escritor y periodista especializado en tecnología y cultura digital. En diálogo con Página12 reflexionó sobre la deshumanización de nuestras interacciones sexoafectivas y sobre cómo las fronteras porosas entre "lo humano" y "la máquina" se ven cada vez más complejizadas por el perfeccionamiento de la Inteligencia Artificial.

Una periodista del Financial Times contó que tuvo una cita "perfecta" con un hombre, que luego se enteró había usado una herramienta de IA para gustarle. ¿Qué pasa cuando la IA funciona como intermediaria para "optimizar" interacciones entre desconocidos? ¿Qué preguntas éticas se disparan y qué pánicos morales?

-Surgen preguntas éticas que van desde el engaño hasta la privacidad. Un tema clave es que la IA puede presentar a las personas de forma "mejorada", resaltando ciertas características y escondiendo otras. Esto genera una especie de ilusión de compatibilidad que no siempre es real. Además, para hacer estas optimizaciones, la IA recopila datos personales sensibles, y ahí aparece la preocupación sobre cómo se usan, se almacenan y qué riesgos de privacidad existen. También está el riesgo de que la IA manipule las preferencias y decisiones de los usuarios. ¿Son las citas realmente lo que ellos desean, o solo están siendo dirigidos por lo que el algoritmo considera "ideal"?

Esta manipulación puede hacer que la confianza en la IA como intermediaria sea peligrosa, ya que la presentación "idealizada" de una persona no necesariamente refleja quién es realmente. Por otro lado, hay inquietudes sobre cómo esto afecta las relaciones humanas. 

El uso de IA podría restar autenticidad al proceso de descubrir y conectar con alguien, algo que normalmente implica vulnerabilidad y espontaneidad. Al final, todo se vuelve más artificial y menos humano. Y claro, los pánicos morales tampoco se quedan atrás. Por ejemplo, el temor de que las citas se vuelvan transaccionales, como si solo fueran un juego de datos. También está la preocupación de que, si las personas dependen cada vez más de la IA para gestionar sus citas, podrían perder habilidades sociales básicas y la capacidad de construir relaciones genuinas por su cuenta. Y no olvidemos el miedo a ser manipulados por los algoritmos, especialmente en un ámbito tan íntimo como el romance. En definitiva, el uso de IA en citas plantea una gran tensión entre la eficiencia y la autenticidad, con muchas preguntas abiertas sobre privacidad, manipulación y el impacto en la naturaleza de las relaciones humanas.

¿Qué cosas te preocupan en relación a los chatbots y los vínculos emocionales que las relaciones establecen con ellos?

-Lo que me preocupa es el engaño que está implícito en su diseño. Suelen parecer humanos, y eso puede llevar a que las personas les atribuyan características como sensibilidad o lealtad, lo cual no es real. Esto abre la puerta a que empresas o individuos manipulen emocionalmente a los usuarios, incluso influyendo en su forma de pensar o actuar. Además, el uso frecuente de chatbots puede cambiar cómo interactuamos socialmente. Se difuminan las líneas entre las relaciones humanas genuinas y las interacciones con máquinas que solo imitan esa empatía. Esto podría cambiar nuestras normas culturales y dificultar la distinción entre lo auténtico y lo artificial. Pienso en cómo esto afecta las relaciones humanas. 

Es posible que las personas busquen en los chatbots una conexión más fácil y eviten las relaciones humanas que son más complejas. Eso podría llevar a un mayor aislamiento social y a una pérdida de profundidad en las conexiones entre personas. Cuando se trata de robots terapéuticos, me inquieta que se presenten como "amigos" para poblaciones vulnerables, como niños que viven dentro del espectro autista. Esto puede llevarlos a creer que tienen una compañía genuina, y si esa conexión se rompe, la pérdida podría ser angustiante. 

La idea de que estas relaciones sean falsas también me genera preocupación porque pueden dar una impresión equivocada de pertenecer a un grupo social real.

Hace rato que el cine y la literatura imaginan este tipo de vínculos... ¿Será que ya llegamos ahí?

-Hace mucho que las ficciones literarias y cinematográficas han explorado estos tipos de vínculos entre humanos y tecnología. Si ya hemos llegado ahí, depende de cómo se mire. En los años 90, había una especie de "utopía digital" en torno a Internet, una idea de que sería un espacio de libertad y conexión sin restricciones. Pero la realidad actual es muy diferente. 

Hoy, las grandes empresas tecnológicas dominan el entorno digital y controlan cómo accedemos y compartimos información. Creo que ni siquiera la película "Her" lo representa bien a eso. Esta transición desde un Internet "abierto" a uno donde las plataformas tienen tanto poder plantea preguntas importantes. Por ejemplo, ¿cómo afecta este control al acceso democrático a la información? En muchos casos, se siente que estas empresas pueden influir directamente en cómo pensamos y actuamos, lo que pone en duda esa visión inicial de libertad... ¡y ahora se nos meten en la cama! Además, estas plataformas no solo regulan lo que hacemos, sino que limitan lo que podemos imaginar en términos de interacción libre.