Un artículo publicado en la Revista INTERCOM (Revista brasileña de Ciencias de la Comunicación) con la firma de la investigadora Ana Regina Régo (Universidad Federal de Piauí) se refiere a la comunicación en tiempos de inteligencia artificial y abre el interrogante acerca de si este cruce ¿amplía o reduce las desigualdades? Más allá de exponer varias de las consideraciones que hace la autora al respecto de su propia pregunta, vale la pena retomar algunas de sus afirmaciones para reflexionar acerca de nuestra realidad y de las condiciones en las que se opera actualmente en el campo comunicacional sin la pretensión de presentar aquí la totalidad de la reflexión de Régo.

El texto completo del artículo puede encontrarse en la revista de los investigadores brasileños de la comunicación y allí pueden explorarse en extenso todas las argumentaciones de la autora.

Para Régo el sistema de tecnologías que, a partir de las plataformas, interactúa con la sociedad y se conocen como “inteligencia artificial” pueden ser entendidas como prácticas pos-humanas o anti-humanas. Para señalar en consecuencia que en términos comunicacionales hoy estamos frente a un “crimen perfecto” que, según la investigadora brasileña, está orientada a captar la experiencia humana de los usuarios para transformarla en un producto por el que se venden otros productos (tangibles, intangibles, ideológicos…) que teóricamente refuerzan sus gustos e intereses.

De esta manera -afirma- “la realidad se reduce a lo que se ve y se consume, con la conciencia de que las estructuras algorítmicas sólo permiten al ojo encontrar contenidos que pueden ser rentables para las plataformas”. Teniendo en cuenta además que “el contenido viral es exactamente lo que desencadena las emociones y afectos humanos”.

En ese contexto “la comunicación, junto con la información, constituyen el núcleo de la sociedad tecnológica que, a través de la interconectividad, impone una nueva sociabilidad, desviando afectos y creando respuestas compulsivas y patológicas al imponente atractivo que la tecnología nos hace cada día”.

Las transformaciones -se agrega- están guiadas, principalmente, por el campo económico con la intensificación de las disparidades entre los hemisferios Norte y Sur, entre los incluidos y los periféricos al sistema tecnomercado. En este complejo contexto de neocapitalismo y neocolonialismo, la potencialización de la dominación, que se estructura sobre el trípode ontológico, epistemológico y de poder, adquiere nuevos contornos.

En el marco del análisis se apunta entonces hacia “una ilusión de empoderamiento político” que, en realidad, dice la autora, no es más que “un estrechamiento ético que debilita el campo político desprovisto de criticidad y humanidad, dentro de una sociedad tecnológica, monopolizada por atracciones simplistas en términos de significado y conocimiento, y que nos llegan a través de la cultura de la tecnología digital capitalista”.

En otra parte de su trabajo Régo sostiene que “el mundo digital tiene la capacidad de recopilar, procesar y presentar información de formas sin precedentes, revelando patrones, comportamientos y datos que antes eran invisibles o difíciles de detectar”. Y que esta realidad, que no aparece a simple vista, “otorga a lo digital un poder transformador sobre la sociedad, la cultura y la política” al mismo tiempo que esconde “un gran peligro, ya que no sólo revela, sino que también moldea y construye nuevas realidades, influyendo profundamente en nuestras percepciones, decisiones y, en última instancia, en nuestra verdad”.

En esta línea de pensamiento la investigadora brasileña advierte que el poder de los algoritmos y los sistemas que se generan a partir de las plataformas digitales no solo contienen la potencialidad de “revelar y crear nuevas verdades” sino la capacidad de “cambiar la dirección de la construcción del conocimiento e intervenir en los procesos de dominación epistemológica, ontológica y de poder”.

La reflexión apunta al señalamiento de la pérdida del valor de lo político y de sus estructuras en la forma que hemos conocido hasta ahora.

El texto finaliza con dos conclusiones.  La primera señala que estos cambios que se producen en la sociedad, en la economía y en la política “favorecen principalmente una estructura de mercado que aumenta las desigualdades entre los seres humanos y, hasta la fecha, no ha resuelto los problemas del hambre”, sino que por el contrario, “en muchos casos los ha incrementado, ya que invierte en la acumulación y no en la distribución de recursos financieros”.

La segunda, teniendo en cuenta que “los avances tecnológicos tienen como telón de fondo la materialidad de un planeta ya exhaustivamente explorado y en avanzado estado de agotamiento de sus reservas naturales”, sostiene que “la independencia tecnológica depende de elementos raros como el litio, que se utiliza para fabricar baterías para coches autónomos y otros equipos” y que “los centros de datos, eufemísticamente llamados nubes, utilizan grandes cantidades de agua, tanto para el mantenimiento del sistema como cada vez que una persona hace una pregunta a un modelo generativo previamente entrenado·.

Para concluir que, “lamentablemente creemos que, a día de hoy, la IA aún no está al servicio de la reducción de las desigualdades”.

Nada que se no pueda verificar en el contexto de la Argentina en que vivimos.

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