Fría noche de Otoño en Rosario. Él desparrama los cartones y Juan, que duerme en el portal del edificio frente al parque ribereño, acomoda como puede el colchón.

Juan no se enteró del aumento de los aranceles que el presidente de Estados Unidos de Norteamérica le estableció a las mercancías de diferentes países y del impacto mundial en los mercados financieros.

La guerra comercial desatada entre las potencias globales tendrá consecuencias que afectarán a todas las poblaciones del planeta de modos diferentes, pero seguramente ampliando la brecha entre las clases poderosas y las sometidas.

En efecto, la conflictividad social ya se manifiesta y por más que quienes gobiernan y sus voceros mediáticos pretendan ocultar esto, lo evidente salta a la vista.

Juan estuvo ocupado en procurarse el sustento, acarreando cajones en una verdulería del barrio y cartoneando con su carro, cuestiones inmediatas para llenar su estómago, lleva más de diez años sobreviviendo en calle junto a su compañera de vida, enfrentando el escarnio y también muchas veces los insultos de algunas vecinas y de algunos vecinos en declive pero no asumidos como tales.

El impacto de la crisis va corroyendo la vida en comunidad, deteriorando los vínculos, pero no todo son miserias, también nos encontramos recorriendo las calles con gestos de altruismo y solidaridad. No siempre impera la indolencia y la indiferencia frente al sufrimiento de las demás personas.

Acaso eso sea lo que aún alimente nuestra esperanza de un futuro distinto a este sombrío presente.

Sin duda esa transformación no será consecuencia de un milagro sino de la lucha social colectiva.

Carlos A. Solero