Las transformaciones extremas del cuerpo, las posibilidades de unión y separación, las relaciones extrañadas, la ambigüedad entre lo humano y lo animal y lo vivo y lo muerto son ideas que Ramiro Cortez y Federico Fontán –jóvenes bailarines y coreógrafos– vienen investigando hace rato, volviéndolas carne y movimiento. Con la enigmática El otro lado, el dúo completa una trilogía iniciada en 2013 con Los cuerpos, destacada propuesta del circuito independiente. En La corporación (2016) no bailaban sino que dirigían a un grupo numeroso de intérpretes. Ahora regresaron al escenario con su espectáculo “más físico”, la asesoría de Ciro Zorzoli y, de nuevo, reminiscencias del cine de Cronenberg.
No es una obra amable. Tampoco es una obra que se entienda, que apele a la razón. Es bien intensa y visceral. No hay sentidos fácilmente asimilables; historia, argumento. El otro lado tiene en primer plano a dos cuerpos aprovechando posibilidades, implicándose desde la fealdad e invocando un imaginario oscuro, que pareciera –y en esto influye la música de Facundo Negri– apocalíptico. Los bailarines usan remeras grises, de tono plateado, y pantalones negros. En el espacio no hay un solo objeto. “Surgió desde un lugar muy distinto a las obras previas, que apelaban a ciertos símbolos e instancias de representación. En cambio, El otro lado fue creada desde un lugar mucho más físico y es más de danza”, compara Cortez, en diálogo con PáginaI12.
Se retuercen, convulsionan, se alteran, se acercan, se separan, desarrollan ambos la misma coreografía, se mueven sin parar, se aquietan. Cuando no hay música, el silencio deja escuchar sus agitadas respiraciones. Se los ve transpirar. Los detalles importan. Hasta sus lenguas tienen protagonismo, o las extrañas posiciones de sus manos. “Creemos que la obra cuenta con cada partícula”, dice Fontán. “Los cuerpos sentó las bases de ciertas investigaciones temáticas, como el movimiento de los animales, los zombies, los extraterrestres. Cuerpos no cotidianos. Todo ese imaginario que despliegan las películas de ciencia ficción y de terror”, completa.
Tienen menos de 30 años. Se conocieron hace siete como compañeros del taller de danza contemporánea del Teatro San Martín. Trabajaron juntos para varios coreógrafos y en un momento decidieron unirse, investigar y buscar “un lenguaje común y propio”, alejado del canon de la disciplina. “Mucha explosión e intensidad física”: tal era una de las premisas, y el resultado fue Los cuerpos, elegida como “proyecto a desarrollar” en la Bienal de Arte Joven de 2013. Una vez que los seleccionaron, les asignaron como tutor a Ciro Zorzoli. De modo que el director los viene acompañando desde el principio. De hecho, fue él quien les sugirió pensarse, por ejemplo, en relación al cine de Cronenberg. Cortez es cinéfilo y agrega otra referencia: David Lynch.
“Cronenberg inspiró bastante nuestro imaginario, que apela a las transformaciones físicas, la monstruosidad, la deformación, lo orgánico, tecnológico y oculto. Al terror y horror físicos. El otro lado es un organismo agresivo: estos dos individuos salen de una especie de huevo, a descubrir un espacio y a ver cómo relacionarse. El enfoque tiene una vertiente teatral, atravesado por estados, imaginaciones, universos. Nosotros tenemos claro un relato dramatúrgico, para poder transmitir y que sea creíble. Tenemos que entrar en una”, se explaya Cortez.
Después de la ópera prima y sus giras, la dupla obtuvo un subsidio para La corporación. Continuó explorando conceptos similares, pero “desde afuera”, dirigiendo a 14 artistas. “Queríamos trabajar con mucha gente sobre la idea de la multiplicación, un gran tejido conformado por muchos cuerpos. Quisimos expandir nuestro trabajo sensorial. Y fue interesante el proceso porque tuvimos que pensar estrategias para traspasar el material. Trabajamos sobre lo celular, la fricción entre individuo y grupo, enfermedades, amenazas y contaminación dentro de un sistema… era un pequeño cuento muy simple, en relación a ciertas ideas biológicas, como la alimentación, el nacimiento, la muerte. El otro lado surge de la necesidad de volver al dúo”, cuenta Fontán. Recientemente estrenaron otro espectáculo creado en conjunto, Regresiones, en el marco de un ciclo de danza contemporánea en el Teatro de la Ribera.
En El otro lado el núcleo es el movimiento. “Si en Los cuerpos la intención era unirse, ahora es individualizarse. Desde la unidad hacia la separación: ésta es la hipótesis principal. El primer material era explosivo con el cuerpo entero. Ahora está fragmentado, roto, dividido. El movimiento tiene que ver con lo inacabado, lo que no termina de desplegarse, de expandirse en un 100 por ciento. Lo monstruoso, deforme y tullido”, describe el bailarín. También comenta que la composición es “complicada”, y que en ella dialogan la improvisación y la estructura. “Somos bastante manija”, se ríe Cortez. Ensayan mucho. Casi todos los días.
Aunque en escena estén solos, no lo están del todo. Cortez y Fontán quieren destacar el trabajo del equipo. Aparte de Zorzoli (asesor artístico), cuentan con la asistencia de dirección de Julieta Ciochi. La iluminación de Paula Fraga construye, igual que la música, la atmósfera necesaria para una propuesta de estas características. El vestuario es de Alejandro Mateo. Además de crear piezas, este dúo se dedica a la docencia, dando seminarios. Cortez es también músico. Hasta ayer participó de otro proyecto de danza-teatro, El refugio de los invisibles, de Catalina Briski, como intérprete, y anuncia que en 2018 reestrenará en el Rojas su obra Delfín negro, sobre la revolución rusa. De El otro lado queda una sola función, en el Portón de Sánchez, pasado mañana a las 21 (Sánchez de Bustamante 1034).