Lo peligroso era que los amigos lo llevaban a festejar y él accedía creyendo que sabría controlarse… Lo mismo las chicas que revoloteaban a su alrededor…, yo hacía correr el cuento de que él estaba de novio con una de otro barrio. Cuando él se entrenaba yo lo controlaba. Le controlaba que hiciera todos los ejercicios porque hubo un tiempo en el que se puso medio vago para ir al gimnasio. Yo lo llevaba a la fuerza, y hacía guantes con él. En general, él tenía conciencia de que debía cuidarse. A veces, era como medio tirar un tiro al aire, pero no era tonto… Sí, hubo una verdulera que estaba muy metida con él. Día por medio llegaba a casa una nenita de unos diez años con un canasto de verduras y frutas, y una cartita en la que se leía: Para Justito, su amiga Elsa que lo quiere bien. Justito comé sano así te ponés fuerte y les ganás a todos. Besito. Elsa, la que se sentaba delante de todos en el quinto grado… Un día nos llevamos una sorpresa inesperada. Detrás de la chiquita que traía la canasta llena, sin que ella lo supiera, a unos metros de distancia venía un señor de mostachos y chambergo que, cuando la chiquita llegó hasta mi hermano, bruscamente se abalanzó sobre ella y le quitó la canasta: ¡Y vos dame-eso-canasta!... Al tiempo que le gritaba a Justo Antonio: ¡Porca miseria! ¿Así que es osted el que tiene dominada a me ica?... A cuesto paso voy a quedare robinato. E ya lo sabe ¡non vaya a seguire haciéndole l´amore a Elsita perque yevaré l´asunto a la comesaría!, signore Romeo…Mi hermano le sonrió amable, pero el tano siguió atacándolo. Entonces Justo Antonio, -señalándome a mí- le responde: Ya tiene la canasta con la verdura, ¿qué más quiere?... Además, mi hermana Rosalía siempre pasó a pagarle… Y quédese tranquilo que yo a su hija no la conozco, y tampoco me llamo Romeo… Se dijeron unas palabras más, sin agresión. El tano agarró a la nena de la mano y se fue con ella, sin dejar de farfullar por lo bajo…
Barullos así tenía muchos… Pelea importante fue la que hizo con Lorenzo Caballero. Se realizó en Santiago, la capital de Chile; ahí tenía el público en contra. Cuando iba saludando camino al ring, alguien del ring-side disimulando un agasajo le dio una fuerte patada en los tobillos, y Justo Antonio subió al cuadrilátero casi rengo… Pero superó el dolor y estuvo inspirado. Se le notaba que caminaba mal, pero así y todo dominó desde el primero al último round. Aquella patada, en lugar de lesionarlo, como pensaría, digo yo, el hijo de puta ese que lo pateó, logró todo lo contrario; consiguió que Justo Antonio se superara, que pusiera el alma entera en ese combate. Allí no sólo se consagró Campeón Sudamericano, sino que, además, se ganó al público chileno; algo difícil porque los chilenos siempre tuvieron sus reservas contra nosotros. Cuando aún no se había dictado el fallo, Justo Antonio fue a saludarlo a Caballero, que estaba sentado en su banquito totalmente agotado, derrotado, con los segundos tratando de recuperarlo del tremendo castigo recibido, y en ese instante, todo el público de la popular y del ring-side se puso de pie al mismo tiempo y lo ovacionó extraordinariamente por haber tenido el gesto de ir a saludar al rival. Fue un momento maravilloso. No me lo olvidaré nunca. Ahora mismo me vuelve la misma emoción… Y sí, se vino el pase de Justo Antonio del gimnasio Belwarp Boxing Club, al Obras Sanitarias de la Nación. Éstos organizaron un gran festival de aficionados en el Parque Romano. Mi hermano enfrentaría a Pascual Bonfiglio, que era el niño mimado de la Belwarp… Como una hora antes de la pelea, un muchacho llamado Larrosa, que era conocido de Justo Antonio, apareció sorpresivamente, algo mareado, y hablando entre dientes…, balbuceaba que no sabía si Justo Antonio haría el combate… Se armó un tole-tole tremendo. Nos enloquecimos buscando a mi hermano sin poder hallarlo. Y hubo que reemplazarlo por Juan Pathenay, que era un buen amigo de Justo Antonio. Ellos, los empresarios, salieron del paso, pero la hinchada de Mataderos, que se había venido con banderas y tambores redoblando, manifestaron su disgusto insultando a los organizadores. Ya pasadas las dos de la madrugada Justo Antonio apareció en casa bastante alegre con su borrachera y con ganas de meterse en la cama… Le preguntábamos al mismo tiempo dónde había estado y él no entendía nada. Masculló: Estuve con amigos…, como me dijeron que se había suspendido la pelea me llevaron a una comilona que se hacía en honor de un comisario amigo de ellos…. -¡Te secuestraron los del Belwarp y no te diste cuenta! Lo hicieron para que fracasara tu debut con Obras Sanitarias…, ¿no te das cuenta?... ¿Secuestrado?... ¿Yo?... -Claro que sí, está muy clarito lo que pasó. Seguramente que te pusieron algo en la comida… En fin, luego, el combate contra Emilio Escudé fue muy promocionado. Era del barrio de Almagro y tenía fanáticos. Escudé era muy bueno, ya tenía 32 peleas y había ganado 30. La barra de él llevaba carteles en los que se proclamaba ganador al “Gauchito” Escudé. Los de Mataderos atronaban el espacio con sus bocinas, petardos y gritos: -¡Torito, Torito! … Los dos subieron al ring muy bien preparados. Se los veía optimistas y con un estado atlético inmejorable. La pelea fue dramática. Apenas sonó la campana, los dos se trenzaron como gladiadores… La pelea empezó pareja, con los dos dando y recibiendo. Nadie cedía ni un palmo de terreno. En un momento dado Escudé pareció dominar y se confió. Fue decidido a bajarlo a Justo Antonio con su famoso y temido gancho, pero mi hermano lo calzó con un fusilazo en el mentón, y el Gaucho urgente trabó. Mi hermano quería separarse, pero el Gaucho lo agarraba como a un madero en medio del mar. Sonó la campana y se salvó. Los dos salieron a la segunda vuelta con el mismo ímpetu. Cualquiera de los dos podía ser el ganador. Las tribunas no dejaban de alentar a sus pupilos. Hasta el quinto round se estuvieron dando muy parejo. Escudé perdió un derechazo en el aire y Justo Antonio colocó una impresionante serie de golpes con ambos puños que fueron imparables; lo castigó al cuerpo, al estómago, a los flancos hallando el hígado, y con una derecha a la cabeza lo doblegó al Gaucho Escudé. Mi hermano había mellado la resistencia de Escudé, en medio de un atronador griterío de sus hinchas. Fue un triunfo por puntos, pero muy impresionante. Aquella vez don Nicanor Rotellas, más criollo que el mate amargo, almacenero del barrio y fanático de Justo Antonio, había organizado la caravana de autos y colectivos llevando y trayendo a la gente, con sus cantos enardecidos, sus banderas desplegadas y los bocinazos que sonaban más afinados que la orquesta del teatro Colón…