El 13 de abril de 1901 nacía Jacques Lacan. Un psicoanalista cuya lectura de Freud hizo posible la impactante vigencia que la práctica analítica demuestra cuando de abordar la actual subjetividad se trata. A manera de homenaje hemos tomado el sesgo del cuerpo para referirnos a este ser hablante que dedicó su vida a escuchar el sufrimiento del semejante.
Por lo pronto, lo menos que puede decirse es que el cuerpo de Lacan fuera intrascendente en su decir, enseñanza o presencia. Sumamente expresivo --a juzgar por lo que, por dar un ejemplo, se ve en su conferencia en Locarno[1] (Suiza) o por los testimonios de sus analizantes y discípulos--, este hombre disponía muy cuidadosamente su posición corporal para acompañar e imprimir los matices, énfasis, tonos y modulaciones a una voz, cuya emisión trasuntaba una presencia plena de deseo. Algo similar a la Mirada con que este Hablaser abarcaba a su auditorio para, según los casos, interpelar, pedir, exigir, reprochar, disculparse o confesar sueños, dolores de espaldas y hasta remordimientos. Según Jacques Alain Miller, la enseñanza de Lacan “es aquello que se dice, se profiere, se profesa, se vocifera. Y para vociferar hay que tener un cuerpo [...] Allí es, diría hoy, donde Lacan se plantó”[2].
Es que el nudo de la enseñanza de este psicoanalista que propuso reemplazar al inconsciente freudiano por el término de parlêtre [habla ser] es eminentemente oral, es decir: con su cuerpo allí presente ante pequeños o nutridos auditorios que seguían sus clases, deslumbrantes a veces, desconcertantes otras, pero siempre provocativas, incisivas, ambiciosas. No por nada, Lacan dejó en claro que, allí ante a su audiencia, su posición de enseñante suponía antes que nada la de analizante. Decía: “Si se pusiera tanta seriedad en los análisis como la que yo pongo en la preparación de mi seminario, pues bien, sería tanto mejor [...] Para ello haría falta tener en el análisis --como yo lo tengo-- [...] el sentimiento de un riesgo absoluto”[3].
Cuestión que bien podemos remitir a la puesta en acto de una muy precisa perspectiva, a saber: el inconsciente es menos un concepto que una experiencia. Cuenta Lacan en la clase del 10 de diciembre de 1969: “Un día, alguien que tal vez esté aquí y que sin duda no se hará notar, me abordó en la calle cuando iba a subir a un taxi. Paró su pequeño ciclomotor y me dijo --¿Es usted el doctor Lacan? --Pues sí, le dije, ¿por qué?-- ¿Va a reemprender su seminario? --Pues sí, pronto. --¿Dónde? Y entonces, y sin duda tenía mis razones, espero que me crea, le respondí --Ya se enterará. Dicho esto, se fue en su pequeño ciclomotor, que había puesto en marcha con tal rapidez que me quedé con la palabra en la boca y lleno de remordimientos”[4].
La palabra en la boca: esta expresión bien vale toda la obra de Freud y la enseñanza de Lacan, una frase que testimonia mejor que ninguna otra al “parásito palabrero”[5] , desde las primeras pacientes de Freud hasta este hombre que terminó sus días hablando del síntoma en el ser que habla. La palabra en la boca: esa boca que se besa a sí misma no sin antes pasar por el objeto, en este caso un ciclomotor que por irse demasiado rápido resonó en el síntoma escrito en la carne de ese cuerpo que ahora habla para tramitar el exceso que le muerde la lengua: “Hoy he querido expresar aquí estos remordimientos y presentarle mis excusas, si está aquí, para que me perdone”[6]. De esta manera, Lacan no hacía más que ceder goce en el cuerpo del Otro (su auditorio): excelente ejemplo para lo que sustenta y da fundamento a la práctica analítica.
Pero hay más. No satisfecho con las disculpas, Lacan formula una reflexión: “En verdad es una buena ocasión para observar que, en cualquier caso, si nos mostramos crispados, aunque lo sea en apariencia, nunca es por un exceso cometido por otro. Siempre es porque ese exceso coincide con un exceso en uno mismo”[7]. Brillante apólogo para lo que del goce se trata: ese exceso del cual nos cuesta hacernos cargo y que explica el duro trabajo que una cura analítica conlleva.
Por otra parte, son numerosas las oportunidades en que Lacan solicitaba a su asistencia que le formulen preguntas. Es decir: como cualquier analizante, el que demandaba era Lacan: solicitaba aportes, dudas, inquietudes, hasta protestas para recoger el silencio como toda respuesta. Un silencio que, sin embargo, era escuchado como una invitación para tomar la palabra y continuar el trabajo. Dice, precisamente, en la clase del 13 de abril de 1976: “Por lo general, tengo algo para decirles. Pero hoy, ya que tengo un pretexto --es mi cumpleaños--, desearía poder verificar si sé lo que digo. Pese a todo apunta a ser escuchado. Me gustaría verificar, en suma, si no me contento con hablar para mí- como hace todo el mundo, por supuesto, si el inconsciente tiene un sentido. Así pues, yo preferiría que hoy alguno me haga una pregunta. Digo alguno, no pido muchos, no pido en absoluto que se saquen chispas”[8].
Para terminar este muy breve comentario que el cuerpo de Lacan nos motivó. En su clase del 15 de mayo de 1973, comienza con estas palabras: “Anoche soñé que, cuando llegaba acá, no había nadie”. Tras lo cual comenta: “Con eso se confirma el carácter de anhelo del sueño. A pesar de que también recordaba, en mi sueño, que había trabajado hasta las cuatro y media de la mañana, y estaba escandalizado de que no fuera a servir de nada, era de todos modos la satisfacción de un deseo, a saber, que podía entonces abanicármelas[9]”.
En este breve relato se ve muy bien la división subjetiva de este analizante cuyo cuerpo bascula entre el anhelo y el deseo. El anhelo que no haya nadie para así “abanicárselas” y el deseo que se revela enmascarado tras el temor de que su esfuerzo al quedarse despierto hasta las cuatro de la mañana no sirva de nada. Quizás una prueba más de que eso que se llama “ganas” no es más que la cobertura imaginaria de un capricho. De hecho, la a-dicción que caracteriza a nuestra época testimonia que a un cuerpo no lo mueven las ganas, sino el deseo. El deseo de pronunciar La palabra en la boca, que si bien jamás será la definitiva, funda el lazo con el semejante y otorga dignidad a nuestra existencia. Porque, como dice Lacan, “un análisis no tiene que ser llevado demasiado lejos. Cuando el analizante piensa que él es feliz por vivir es suficiente”[10].
Sergio Zabalza es psicoanalista. Doctor en Psicología de la Universidad de Buenos Aires.
Notas:
[1]https://www.youtube.com/watch?v=njA-1a4N_iw
[2] Jacques Alain Miller, “Todo el mundo es loco”, Buenos Aires, Paidós, 2015, p. 332.
[3] Jacques Lacan (1975-1976) ,El Seminario: Libro 23, “ EL Sinthome”, Buenos Aires, Paidós, 2006, p. 45.
[4] Jacques Lacan (1969-1970), El Seminario: Libro 17, “El reverso del psicoanálisis”, Buenos Aires, Paidós, 1992, p. 10.
[5] Jacques Lacan (1975-1976) op. cit. p. 94.
[6] Jacques Lacan ( 1969-1970), op. cit. p. 10.
[7] Jacques Lacan ( 1969-1970), op. cit. p. 10.
[8] Jacques Lacan, (1975-1976) op. cit. p. 127.
[9] Jacques Lacan (1975-1976) op. cit. p. 143.
[10] Jacques Lacan, “Conferencias en las universidades de los Estados Unidos”, Conferencia del 24 de noviembre de 1975”, Universidad de Yale, inédito. Edición Grupo Verbum. p. 7