Está sentado en el living de su casa, en una situación más que difícil. En estos días le dijeron que el tratamiento contra el cáncer no está dando los resultados esperados y tal vez le tengan que cambiar las drogas que le suministran. Puede caminar poco y, después de unos minutos de diálogo, se le nota la falta de aire, el cansancio de la batalla. Para colmo, el jueves el juez Claudio Bonadio le dictó la prisión domiciliaria y, lo peor para él, lo acusó de ser traidor a la patria. “Es muy doloroso. Me golpea doblemente por ser judío. Me hace volver a la infancia, cuando nos apretaban con la pregunta si éramos leales a la Argentina o a Israel. Yo siempre viví para conseguir lo mejor por el país en el que nací, donde elegí vivir, donde siempre luché y estuve dispuesto a cualquier sacrificio. De lo mismo acusaron a mi padre, Jacobo, que fue una de las únicas dos personas a las que la dictadura le quitó la nacionalidad argentina (el otro fue José Ber Gelbard). Después, Raúl Alfonsín le devolvió la nacionalidad a mi papá. ‘No hay democracia si usted no es argentino’, le dijo Alfonsín. Y yo hoy vivo esta infamia muchos años después”.
El diálogo con Página/12, en presencia de su esposa Annabella y sus abogados Graciana Peñafort y Alejandro Rúa, no necesita pregunta inicial:
–Todo esto es porque nosotros rompimos normas del establishment internacional con el Memorandum. Un país del tercer mundo como la Argentina no podía tener la audacia y la independencia para dirimir con Irán el acto de violencia y muerte que fue el atentado contra la AMIA. Estados Unidos, Alemania, Francia, el Reino Unido, China y Rusia firmaron un acuerdo con Irán. Ahora Donald Trump lo quiere terminar, pero nadie dice que quien firmó ese acuerdo con Irán, Barack Obama, es un traidor a la patria. ¿Por qué? Porque ellos son el selecto club de los que ponen las reglas. Fíjese que de casi doscientos países del mundo hay sólo cinco que tienen poder de veto en las Naciones Unidas. Son los que marcan la cancha en todo lo que es paz y violencia. Y, curiosamente, son también los grandes vendedores de armas. De manera que nosotros, con el liderazgo de Cristina, asumimos que la responsabilidad sobre la resolución jurídica y pacífica del caso AMIA era exclusiva de la Argentina. No aceptamos el criterio de que hay países de primera y otros de segunda o de tercera.
–O sea que la decisión fue, como dijo la Presidenta en su momento, que el caso AMIA no sea una moneda de cambio en la geopolítica internacional.
–Tal cual. Mire, la derecha internacional utilizó la causa AMIA como propaganda. Después de verme con el canciller iraní Alí Salehi, al día siguiente en Estados Unidos estuve en un desayuno con el canciller israelí, Avigdor Lieberman, a quien conozco desde hace años. Establecimos una amistad y nos tuteamos. El me pregunto “¿para qué querés un juicio si Irán ya es culpable?” Yo le contesté “¿quién lo declaró culpable? Y él me dejó asombrado. Me dijo: “la opinión pública”. Eso pinta cómo la derecha internacional utiliza el caso. No les importa un juicio ni que se sepa la verdad. Nuestro criterio, innegociable, siempre fue que tiene que haber un juicio, más aún teniendo en cuento lo que nosotros vivimos durante la dictadura.
–¿Qué se buscó exactamente?
–Destrabar una causa que no podía avanzar. Y le aseguro que era muy difícil. Cuando estaba en el ascensor yendo a la primera reunión con Salehi me crucé con el negociador oficial norteamericano de la cuestión nuclear con Irán. El encuentro con Salehí se iba a concretar a unos metros de donde estábamos y le conté al funcionario de Estados Unidos. El me dijo, “te deseo mucha suerte, pero son muy difíciles. No va a andar”. Lo que yo noté es que me estaba diciendo que nosotros podíamos ser adscriptos a negociaciones, pero no protagonistas. Mire, gran parte del mundo, en especial los países más poderosos, no querían que Irán fuera Corea del Norte. Irán es un país muy importante en una zona caliente, el Medio Oriente. Y, además, tiene mucho apoyo: hasta hace muy poco ejerció la presidencia de los Países No Alineados. Fíjese que en Siria e Irak hoy trabaja en sintonía con Estados Unidos en la lucha contra ISIS. De manera que no lidiamos con un jugador menor y en la Argentina estaban los que pretendían que los imputados tomen un avión y vengan a entregarse. Eso no ocurrió en 19 años. Cristina me insistía en buscar alternativas y una posible era que el juez viajara a Teherán a tomar las declaraciones. En eso puso el acento la Presidenta.
–¿Cómo se estableció la negociación?
–Desde 2003 se puso una enorme presión sobre Irán. Lo hicieron dos presidentes, Néstor y Cristina, y tres cancilleres, Rafael Bielsa, Jorge Taiana y yo. En 2004 se propuso una reunión con Irán en la Isla Margarita, en Venezuela. Néstor pidió ver el temario y no aparecía la AMIA. Pidió que se incluyera. Los iraníes no quisieron y no hubo reunión. Se canceló. De ahí en adelante, se denunció que Irán no cooperaba en las Naciones Unidas y en todos los foros internaciones. Recibíamos entonces calurosas felicitaciones de la AMIA y la DAIA. Fue por esa presión que ejercimos que Irán, en 2011, termina mandando una carta diciendo que estaban dispuestos a colaborar. Por supuesto aceptamos iniciar el diálogo, como dijo públicamente la Presidenta en las Naciones Unidas. Y eso motivó el enojo de la derecha internacional. Los fondos buitres, la derecha norteamericana e israelí siguen insistiendo en que fue Irán quién cometió el atentado, pero no permiten que dictamine la justicia. Y así estamos hace 23 años. La Argentina debe saber la verdad, no podemos ser alfiles de conflictos ajenos. La causa AMIA no puede ser un arma de propaganda sólo para castigar un país.
–El juez pone en duda quién redactó el Memorándum. Por de pronto dice que usted no tiene formación universitaria y que no pudo haberlo redactado.
–Como ya lo dije, lo elaboramos entre los dos cancilleres. Es falso que no tenga formación en esa materia. Tengo un master en Relaciones Internacionales de la Universidad de Columbia, la de mayor prestigio en la materia en Estados Unidos. No entiendo cuál sería el delito relacionado con quién lo redactó ni cuándo nos reunimos, ni si la reunión fue privada o si hubo emisarios. Lo concreto es que después hubo una firma, un texto, y se mandó al Congreso. Y en ningún documento, ni uno solo, figura alguna palabra que indique que se negociaba alguna otra cosa fuera del caso AMIA. Dicen que tienen cables secretos, mails y lo concreto es que todos demuestran que no se hablaba de ninguna otra cosa que la cuestión judicial del atentado.
–En la opinión pública se trata de instalar la idea de que ustedes recibieron algo a cambio de la firma del Memorándum.
–Me sale una ironía. Sí, a cambio recibimos la prisión. Cristina, yo, Zannini, que fuimos los que tratamos el tema. Lo que obtuvimos a cambio del Memorándum fue prisión. Todo lo que nosotros quisimos era que el tema AMIA empezara a resolverse, eso era lo único importante. Nunca se habló de todo lo que ponen por ahí, ni petróleo ni inversiones ni fondos iraníes. Hay un dato que pocos recuerdan. Cuando se acusó a Irán por el atentado, en épocas del juez Juan José Galeano, Irán nos declaró un embargo. Fíjese qué desubicada la postura del juez Bonadio: si supuestamente la Argentina estaba en guerra con Irán, nunca le declaró ningún embargo. Fueron ellos los que nos declararon el embargo a nosotros. Después lo fueron levantando, comprándole granos a los empresarios, no al Estado. De manera que no hubo ni se gestionó ningún beneficio para la Argentina con el Memorándum. Nunca, jamás, se mencionaron las palabras petróleo o energía o finanzas. Todo estaba centrado en el tema AMIA. Es más, les dijimos que ni siquiera un acuerdo cambiaría nuestro voto sobre Irán en los organismos internacionales respecto de la cuestión nuclear, tema en el que la Argentina tiene peso, ni en los organismos de derechos humanos.
–¿No hubo aunque sea una media palabra respecto de las alertas rojas?
–Todo lo contrario. Interpol fue uno de los auspiciantes del diálogo. Al norteamericano Ronald Noble, secretario general de Interpol, lo conoció antes Alberto Nisman que yo. Nisman mantenía un contacto permanente. Antes que yo llegara a la Cancillería le habían propuesto que hiciera de mediador con Irán, algo parecido a lo que se llamaba diplomacia a lo Henry Kissinger. Que se tomara un avión a Teherán, hiciera propuestas, luego que viajara a Buenos Aires con la propuesta y así sucesivamente hasta que se consiguiera un acuerdo. Se lo pidieron todas las partes, pero no era su papel. Cuando yo le conté que íbamos a dialogar, él vio la iniciativa con entusiasmo y le dije: “mire que lo importante que tengo para sostener una negociación es la sanción que implican las alertas rojas”. El me dijo: “Quédese tranquilo, no va a haber ningún cambio”.
–Pero el juez dice en su resolución que “dudamos de la imparcialidad que tendría que tener Noble y que por su relación Timerman prestó colaboración a los imputados”. Casi lo acusa de encubridor.
–Hay un hecho simple: Ronald Noble dejó de ser secretario general de Interpol y las alertas rojas no cayeron. Siguen vigentes. Y siguen vigentes hasta hoy. El juez le recrimina que no vino a declarar y lo cierto es que el magistrado se comportó como si Noble fuera un delincuente y no un ex alto funcionario de un organismo internacional como es Interpol o como son las Naciones Unidas. Esos funcionarios tienen fueros, merecen respeto, y una gestión diplomática, como corresponde, con los organismos internacionales, no un maltrato como el que utilizó el juzgado. Acá se boicoteó su declaración porque saben que Noble sostiene que no hubo ningún intento de nuestro gobierno por levantar las alertas rojas, que, por el contrario, siempre pusimos el acento en que el Memorándum no cambiaba nada y que cualquier resolución sobre las órdenes de captura sólo podía ser dictada por el juez. Eso se lo dijo Noble a usted en PáginaI12, lo dijo en The Wall Street Journal y lo puso Interpol por escrito en las comunicaciones a nuestra cancillería.
–En el fallo se dice que la negociación con Irán fue secreta y que eso fue así porque las tratativas favorecían a los iraníes.
–No hubo secreto. En el mundo se negocia como lo hicimos nosotros. Israel negoció con Egipto. Israel negoció con Siria. Las negociaciones de Estados Unidos con Israel y los palestinos, cuando Bill Clinton, Itzhak Rabin y Yasser Arafat enhebraron los acuerdos de Oslo. Son negociaciones normales, que se hicieron reservadamente hasta que llega un punto en que se hace público y se firma el texto del tratado. Los diálogos son reservados porque se imagina las presiones que se desatarían en uno u otro sentido. Las Naciones Unidas auspician todo acuerdo entre países, piden que se registre, pero no se exige saber cómo se llegó a ese acuerdo. Yo le fui informando a la Presidenta, tuvimos reuniones que se transmitieron a través de comunicados oficiales y después el tratado, el Memorándum, se mandó al Congreso. Fue decisión de Cristina, anunciada previamente en las Naciones Unidas, que lo que se acordara iba a ser enviado al Congreso. Nosotros firmamos decenas de acuerdos bilaterales sin mandarlos al Congreso, pero éste se votó en las dos cámaras. En el debate parlamentario, ni siquiera los que votaron en contra dijeron que se trataba de un delito. De hecho, ninguno presentó una denuncia.
–¿Lo sorprendió el encuadre de que existe una situación de guerra con Irán y que por lo tanto se los califica como enemigos?
–Mire, es la primera vez en la historia moderna que un juez, por sí solo, establece que hay una guerra. No ocurrió nunca en ningún país. En 23 años transcurridos desde el atentado contra la AMIA, nunca fue planteado por nadie y menos todavía se trató en el Congreso. ¿Como puede ser que un juez se atribuya semejante facultad?
–Me imagino cómo le cayó la acusación de traición a la patria.
–Es muy doloroso. Este es mi país, donde nací, donde elegí vivir, donde luché y estuve dispuesto a cualquier sacrificio en la búsqueda de un país mejor. Y lo hice siempre de buena fe. La acusación es un acto de desesperación, porque no tiene ni una prueba contra nosotros ya que no existió ningún delito. A mi me golpea doblemente por ser judío. A los judíos nos acusan de doble lealtad, ubicándonos como si fuéramos argentinos de segunda categoría. Me hace volver a la infancia cuando nos apretaban preguntándonos si éramos leales a la Argentina o a Israel. Es una infamia. De lo mismo acusaron a mi padre, Jacobo. El fue una de las únicas dos personas a las que la dictadura le quitó la nacionalidad argentina. El otro fue José Ber Gelbard, que fue ministro de Economía de Perón. Cuando volvió la democracia, Alfonsín citó a mi papá a la Casa Rosada y le devolvió la nacionalidad. “La Argentina no es democrática si Timerman no es argentino”, le dijo. Y el documento de mi padre se hizo y se entregó en el despacho presidencial de Alfonsín.