A falta de una escafandra, Ricardo, de 74 años, llegó al Congreso con una enorme máscara de gas que le cubría todo el rostro. Su idea fue disfrazarse de El Eternauta: máscara, mameluco azul, un cinturón y botas. Con el personaje de Héctor Oesterheld, dice, tiene algunas cosas en común: vive en Vicente López y se considera un sobreviviente. En los 90, luego de las privatizaciones de Carlos Menem, lo echaron de la empresa telefónica en la que trabajaba. Desde entonces se dedica a la herrería, oficio que dice haberle salvado la vida. Como no tuvo aportes suficientes, se jubiló por moratoria. Cobra la mínima: en abril fueron poco más de 350 mil pesos. Desde que asumió Milei que forma parte del grupo que se moviliza todos los miércoles, aunque suele marchar solo. Esta vez fue una concentración masiva, con apoyo de las columnas de los gremios de la CGT, las organizaciones sociales y la izquierda. Como no hubo represión --los pocos efectivos de la Federal y Gendarmería permanecieron inmóviles detrás del enorme vallado-- la máscara le sirvió para que muchos se acercaran a pedirle una foto. "Los jubilados somos la vanguardia contra el ajuste", dijo.
Desde que las marchas de cada miércoles empezaron este año a cobrar masividad, acompañadas primero por las hinchadas de fútbol y luego por las organizaciones sociales y gremiales, el grupo inicial de jubilados comparte esa sensación de estar empujando la lucha del resto de la oposición. "Viene cada vez más gente, no sólo organizada, sino suelta", lo resumió Julia, de 78 años y vecina de Merlo, que empezó a salir a la calle a mediados del año pasado. "Ojalá nos sigan acompañando, a ver si logramos que nos aumenten", pidió y agregó que, según cree, "ya era hora" de que la CGT llame a un paro nacional, con el reclamo --entre otros-- del atraso en los haberes jubilatorios y los recortes en el acceso a los medicamentos.
Llegada desde Quilmes, Cristina, de 72 años, explicó lo mismo, aunque a su manera: contó que la noche anterior se develó y, como le pasa algunas noches en que no puede dormir, rezó; y en medio del rezo, se le ocurrió una frase, que luego escribió en el cartel que se trajo a la marcha: "Los jubilados somos el motor del cambio".
El hecho de haber resistido los gases, los palos y las corridas durante varias represiones, para muchos, se convirtió en motivo de orgullo. "Venimos siempre. Nos pegan y al otro miércoles somos más", se jactó Raúl, de Florencio Varela, que cumple 72 este jueves. Cuando se le pregunta por el aguante, contesta: "No hay que olvidarse que somos una generación que, de pibes, sufrimos la dictadura. Tenemos el cuero duro".
Cerca suyo, Amalia (82 años), Patricia (68) y Esther (72), tenían un diagnóstico similar. Las tres se conocen de encontrarse casi cada miércoles en la misma esquina de Callao y Rivadia. Esther recuerda que estuvo en las protestas de diciembre de 2001 y que en esa época aprendió a escapar del "juego de pinzas" policial para cazar gente al voleo. Para Amalia, con su edad, tener miedo ya no entra en la ecuación: "Yo siento como si reviviera cada vez que vengo, me hace bien a pesar de todo". Patricia es la más precavida: en su bolso llevaba todos sus medicamentos. "Por si caigo en cana, no puedo dejar de tomarlos".
La Plaza
Pasadas las cuatro de la tarde, ingresó a la Plaza la columna de los Jubilados Insurgentes --una de las agrupaciones que impulsó desde el año pasado las concentraciones de cada semana--, con una bandera roja y al canto de "qué lo vengan a ver/ qué lo vengan a ver/ los jubilados le enseñan cómo luchar a la CGT". Los que estaban amuchados sobre Rivadavia se corrieron para abrirles paso y se sumaron a ése y otros cantitos, sobre todo contra la Policía, que esta vez se mantuvo bien lejos de los manifestantes, demostrando que los palos y los gases aparecen solamente cuando hay una decisión política.
Según la Comisión Provincial por la Memoria (CPM), se registró un solo hecho de violencia, cuando "una jubilada fue empujada por una mujer policía perteneciente a la PFA, lo que le generó lastimaduras en su antebrazo".
"Esto es la alegría del pueblo, una fiesta popular, y ¿sabés por qué? porque no está la Policía", dijo Carlos Dawlowfki, el jubilado/hincha de Chacarita que motorizó aquella primera marcha con hinchadas de fútbol que derivó en una brutal represión del 12 de marzo.
La masividad de la concentración y la presencia de los gremios fueron dos de los factores que mantuvieron a la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, lejos de la idea de volver a desatar una cacería. En la previa del paro de este jueves, la CGT movilizó con cierta fuerza. La mayoría de las columnas se ubicaron sobre Yrigoyen, muy cerca de las vallas, apostadas sobre Callao y que formaban una suerte de "U" alrededor del Congreso.
Entre las columnas de la CGT se los pudo ver a Omar Plaini (Canillitas), Andres Rodriguez (UPCN), Sergio Romero (UDA), Juan Carlos Schmid (Dragado y Balizamiento), Octavio Argüello (Camioneros), Juan Pablo Brey (Aeronavegantes), Pablo Biró (Pilotos) y Horacio Otero (UOM), además de los hermanos Héctor y Rodolfo Daer.
Jueves de comadres
Marta (80), Betty (65) y Gladys (69) llegaron desde Barracas, portando una bandera que las identificaba como parte de la asamblea de ese barrio. Es un agrupamiento que surgió, contaron, de forma espontánea, hace ya más de un año, durante los primeros cacerolazos contra los decretazos de Javier Milei. Se buscaron y se encontraron. "Yo ya había militado años atrás, pero estaba buscando un lugar para sacarme la bronca de encima, para no estar sola con todo este horror que está pasando", contó Marta.
Se reúnen, ahora, cada 15 días en la Plaza Colombia, "donde son casi todos gorilas". Empezaron haciendo "jueves de comadres" y ahora marchan los miércoles y hacen encuentros los sábados. Todas cobran un poco o bastante más que la mínima, e igualmente les cuesta llegar a fin de mes. Uno de los lujos que ya no pueden darse es, por ejemplo, ir al Teatro. Pero encontraron uno nuevo: correr a la Policía. "Los corrimos el día del cacerolazo, el año pasado, después de la represión por La Ley Bases, algo que para mí fue inolvidable, los hechamos entre todos", contó Betty.