En su ensayo vida/obra Unstuck in Time: A Journey Through Kurt Vonnegut’s Life and Novels (2011), Gregory D. Sumner define y contempla Cronomoto como a “una heroica, magnífica ruina, erigida sobre una trama que no se permite a sí misma el ser contada”. Un par de párrafos después, Sumner añade que –surgido este libro de alguien que se presentaba como “ya no el promisorio escritor que alguna vez fui” y aquejado por fatiga de materiales y un matrimonio en llamas que no acababa nunca de extinguirse– Cronomoto es, además, temblando la sospecha de que se trataba de su despedida de la ficción en general y de la novela en particular, “la culminación de sus aventuras en el ‘collage autobiográfico’ reunidas en títulos como Wampeters, Foma and Granfalloons, Palm Sunday y Fates Worse tan Death y, en más de un sentido, el experimento más audaz de este autor a la hora de demoler los límites entre autobiografía y fantasía”. Y no se equivoca.

Publicada originalmente en 1997 tras una larga pausa luego de su novela vietnamita Hocus Pocus (de 1990), Cronomoto concilia más que nunca al Vonnegut personaje público con sus privados personajes vonnegutianos, incluido el siempre averiado pero por siempre en movimiento escritor de ciencia-ficción Kilgore Trout. 

  Así, lo que empieza siendo una historia sci-fi con la excusa de otro “terremoto temporal” (la singularidad psicopática y viajera a través de los años de Billy Pilgrim en Matadero Cinco aquí alcanza a la humanidad toda y la obliga, por culpa de un “hipo en el entramado del universo” en el 2001, en el aniversario del bombardeo a Dresde, a volver a 1991 y re/vivir al detalle, sin posibilidad de cambio, toda una década cometiendo los mismos errores y sufriendo los mismos accidentes como nacer y morir) en seguida comienza a desarmarse y deshacerse. La gran duda de todos –y la inmensa duda del autor– es qué sucederá cuando todo vuelva a la “normalidad” y haya que continuar con unas vidas y obras sin guión preestablecido. Con semejante y ocurrente premisa (que tiene, también, algo de perfume Philip K. Dick) la HBO de ahora mismo tendría para varias temporadas de serie entre existencial y costumbrista. Pero, entonces, Vonnegut –cada vez más convencido de que su empresa no llegará a buen puerto, que no le quedan fuerzas y que, como advirtió en una entrevista, el verdadero tema del asunto es “la desaparición de los Estados Unidos para los que yo intenté escribir”– se convierte en una suerte de interferencia, de colorido ruido blanco, de omnipresente maestro de ceremonias (ya no conformándose con sus muy personales intros a novelas como la ya mencionada Matadero Cinco, Payasadas o Pájaro de celda) que secuestra al lector y lo obliga, sin ningún esfuerzo, a disfrutar de sus alegres blues de artista en la más triunfal de las retirada a la vez que ajusta cuentas consigo mismo insistiendo en la obsesión que sostiene a todo lo que ha escrito: el examen de esa infinita capacidad del ser humano para ensayar cada vez más creativas variaciones sobre el aria perfecta de esa estupidez que es lo que lo diferencia de los animales. 

  Y (lo único que Vonnegut daría a la imprenta a partir de Cronomoto serían exitosos tanto crítica como comercialmente rejuntes de diatribas y sketches y guiones radiales y cuentos primerizos así como sus dibujos y aforismos para su comercialización vía internet; un último intento de largo aliento, If God Were Alive Today, se quedó en páginas sueltas y se publicó póstumamente en 2012) se transforma en un libro hecho pedazos pero, también, hecho de pedazos e irrompible. Una mutación y summa y resumen de lo publicado, en un mix del exitoso articulista y conferencista (Vonnegut fue, seguro, junto a Charles Dickens y a su antepasado creativo directo, Mark Twain, el escritor que mayor provecho económico y creativo le sacó a eso de hacer de sí mismo en público) y el artesano de argumentos atomizados y como contemplados en el momento mismo de la explosión, suspendidos en el aire, todo junto ahora, pero separado.  

  En un párrafo magistral y epifánico de Matadero Cinco, Vonnegut se refiere a los libros perfectos de los extraterrestes del planeta Tralfamadore como a “breves conjuntos de símbolos separados por estrellas. Cada conjunto de símbolos es un tan breve como urgente mensaje que describe una determinada situación o escena. Nosotros, los tralfamadorianos, los leemos todos al mismo tiempo y no uno después de otro. No existe ninguna relación en particular entre los mensajes excepto que el autor los ha escogido cuidadosamente; así que, al ser vistos simultáneamente, producen una imagen de la vida que es hermosa y sorprendente y profunda. No hay principio, ni centro ni final, ni suspenso, ni moraleja, ni causa, ni efectos. Lo que amamos de nuestros libros es la profundidad de tantos momentos maravillosos contemplados al mismo tiempo”.

  Cronomoto, entonces, es un libro exactamente así. Un indispensable éxtasis de fuegos artificiales pero nada artificiosos que en su momento fue celebrado por reseñas y fans y que reafirmó a su responsable como toda una rareza: una moda que nunca pasó de moda. Cronomoto es un indispensable festival de antología que vuelve a incluir otro fin del mundo, a las desventuras de un guardia de seguridad que halla manuscritos en la basura (a los que interpreta como mensajes de Dios) y las peripecias de una secretaria ejecutiva, a episodios desopilantes como el de Hitler jugando y ganando al Bingo en el bunker de su derrota final, y a un Kilgore Trout inconsolable por la muerte de su hijo León (ver Galápagos, otra catástrofe planetaria) despedido y despidiéndose de todos y de todo en las playas terminales de un resort/retiro para escritores donde ocupa la suite Hemingway.

  Allí, criatura y creador se funden en una comunión cósmica, mirando a las estrellas como si las leyesen.

  Es una despedida, sí. 

  Es un final tristísimo pero, al mismo tiempo, tan feliz.  

  Es algo así como algo de Kurt Vonnegut. 

Cronomoto Kurt Vonnegut Malpaso 240 páginas