“¿Y si escribir es, en el libro, hacerse legible para todos e indescifrable para sí mismo?”, se preguntó alguna vez el bueno de Maurice Blanchot. Y hablaba, por supuesto, de los desfasajes y los malentendidos que aparecen durante el acto de escritura, la exposición de experiencias en la página y la posterior recepción de los lectores. En ese recorrido que hace un texto, muy parecido al de un despegue sin rumbo claro, hay un flujo de palabras que construyen un sentido particular y al que es imposible desbaratar, detener. Sin embargo, ¿es posible interpretar sin volcar la propia experiencia en el acto, siempre productivo e intenso, de la lectura? ¿Cómo entender esto cuando se trata de un lenguaje que busca el impacto? Doliente (Cospel Ediciones), de la escritora Patricia González López, es una obra que interviene en los debates actuales alrededor de cómo hacer potencia estética con un camino recorrido y visto, donde está claro que el cuestionamiento de clase (“Recuerdo ser muy chiquita y pensar que no quería morirme de hambre o que me pisen, quería tener una casa pronto”), del corazón como “relato” y de la aceptación simplista del género son los mecanismos internos para crear versos de largo alcance. 

Doliente se mueve con gracia, encanto áspero y, todo hay que decirlo, violencia sobre el precipicio siempre difuso de la exhibición, la ironía y el combate de los lugares comunes que tienen el peso de una imposición inquebrantable. En Las últimas a papá escribe: “No es bueno saber/ que me da lo mismo/ la muerte de alguien./Tampoco saber cumplidos/ mis deseos a rajatabla./ Manos mal que tengo/ la agenda explotada de pedidos/ como para ocuparme/ de desearte la muerte”. 

En un bar frente al Congreso de La Nación, Patricia González López escucha una pregunta sobre el espíritu del libro y la primera palabra que pronuncia es “indignación”. Luego amplía la idea: “era una indignación serena: no voy a romper los vidrios pero algo voy a escribir. Era una tristeza de cómo la vida te va enfermando. Por eso Doliente: no sólo porque duele, también está enfermo, padece, está mal y, a la vez, hace padecer. Los poemas que incluí acá todo el tiempo eran eso: burlarme de actitudes mías, lo que la sociedad ve de mí o a mi familia o al barrio que yo habito. Y las consecuencias que mi vida y mis sentimientos tienen en los demás: saber que además podemos herir, que nos equivocamos. Eso también indigna. Pero en un estado más de reflexión, no de romper todo.”

Como una mujer propia del siglo XXI, Patricia González López terminó una carrera universitaria (Licenciada en Relaciones Públicas), dejó el barrio que la vio crecer (Merlo) y buscó trascender los decorados sociales que le dieron contención, pero sin olvidarse de dónde viene. Es independiente sin perder las raíces. Eso también aparece en su poesía y en Doliente. Cuenta la autora: “En Maldad, cantidad necesaria (Milena Caserola), el libro anterior, no hablaba de mi familia y el barrio. Después me solté a mirar más. Doliente tiene una parte importante que es el afuera: la familia, el barrio. Me pasa que todo el tiempo escucho cosas en ambientes de poder sobre los pobres o trabajadores y lo dicen y buscan complicidad conmigo. Pero yo pertenezco a eso. Ahí me sale escribir, me sale pensar. Lo de los linchamientos me hace pensar que al final creemos que algunos tiene derecho a vivir y otros no, como si fueran vidas residuales. Siempre son los pobres los que tienen las vidas residuales. Y ellos pueden ser mis familiares o vecinos, gente que conozco o puedo llegar a conocer. Eso, por lo menos, me conmueve. Empezaron a salir poemas tomando mi posición: de alguien que padeció la discriminación, que la pasó mal, que vivió que su mamá laburó mucho y no sabe si llega a fin de mes, de no poder repetir la comida porque no había más comida. Haber pasado la falta”.

En otro poema, Sobre si me sigo bardeando por preferir a quien le importo un rabanito,   escribe: “Pero te seguí besando por lo ortiva/ o quizás me quise quinceañera contra la pared/ tu objeto consciente demasiado disponible/enceguecida/ sonriendo a las torpezas/ lo poco que te disculpaste cuando eras un boludo”. Desde ese lugar, Doliente también destaca su identidad: en combate con las propias decisiones que se toman con la excusa del amor pero en realidad son discursos sociales hablando a través de las personas. Explica González López: “A veces parece que socialmente el amor es todo una compra y venta: que me invite el café, que me traslade. Si hablás con un grupo de chicas surge siempre cuánto gastó el otro: el cortejo funciona como una venta. Y está el peso de la mirada del otro. Estamos educadas para gustar a la mirada del otro y cuando no está hay un derrumbe y te tenés que preguntar quién sos, quién fuiste. Es un padecimiento y querés salir de ahí. Siempre surgen preguntas, desde la entrega y desde las consecuencias. La mentira, por ejemplo, es algo que me supera. Por eso tengo que escribir para desentrañarlo. Le doy muchas vueltas a la manipulación, a esa actitud de hacer sentir mal al otro. También el amor como algo copado. O saber que hiciste una mala elección y seguís igual la relación”. 

En ese sentido, Doliente entrega una mirada del género que no se puede encasillar fácilmente. A González López, que también es editora, tiene publicados cuatro libros de poesía y prepara uno nuevo para el año que viene, la idea de feminismo no le resulta tan nítida: “Una vez que está la etiqueta te agotaste. Mis poemas rozan el feminismo, la defensa del género o la defensa de la vida, lo que señalo son las contradicciones. Me parece mejor eso y decirlas con impacto. Yo no soy militante, pero defiendo el género desde mi lugar. Los hombres nos matan y las mujeres, a veces, también nos matamos entre nosotras. Queremos que nos respeten pero cuando surge algún logro siempre pinta que es por cualquier otra cosa menos talento o inteligencia. Nos falta muchísimo para la concientización. Bancamos el empoderamiento y después nos enojamos con el que piensa distinto. Son contradicciones que veo, cierta mezquindad. Lo que más me preocupa es la subestimación de la mujer por otras mujeres. Estamos muy impregnadas del discurso machista. Cuando una chica publica un libro surgen dudas de si eso se dio por valor literario o por acomodos. Eso llevado a otro terreno es sospechar de una víctima por una pollera corta. Igual, este libro no se acorta en el feminismo. Banco el feminismo pero no milito, lo llevo adelante desde mi forma de ser, en mi intimidad y con mis seres cercanos”. 

Doliente Patricia González López Cospel 83 páginas