El Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires (Bafici) llegó a la recta final revelando algunas de sus apuestas más personales. Adaptación de dos cuentos de Mariana Enriquez extraídos del libro Los peligros de fumar en la cama (Editorial Anagrama), La virgen de la tosquera es la nueva sensación del cine de terror nacional, aunque en realidad su propuesta no encaja del todo en el molde más ortodoxo del género. Dirigida por Laura Casabé, la película acumula méritos dignos de ser destacados. Uno de ellos: reconstruir por la vía cinematográfica esa atmósfera sofocante que quienes hayan vivido el desastre de diciembre de 2001 en primera persona recordarán enseguida. Una angustia sin horizonte en la que la explosión de todo (empezando por el país) era una amenaza latente y constante.
En esos miasmas sociales crece la protagonista, una adolescente consumida por las pasiones de la edad, que en general no sacan lo mejor de ella. Más bien lo contrario. Casabé logra sincronizar esas dos bombas de tiempo para mantener al espectador inquieto e incómodo durante toda la proyección. Es cierto que las comparaciones y paralelismos entre películas no siempre son recomendables... ¡pero son tan tentadoras! La virgen de la tosquera podría definirse como una versión de La ciénaga, de Lucrecia Martel, pero filmada por Demián Rugna. Y, mejor aún: sale airosa del desafío. La directora confirma una notable sensibilidad para hacer que lo siniestro y lo popular se fundan, y que el mal desborde desde un fuera de campo donde habita, entre otros seres aterradores, la mano invisible del mercado.
A pesar de ofrecer propuestas muy distintas, hay algunos puntos en común entre la película de Casabé y La noche sin mí, de María Laura Berch y Laura Chiabrando. Esta registra de manera puntillosa una noche en la vida de una mujer que, como tantas otras, desempeña al mismo tiempo los roles de madre, esposa, hija, hermana, ama de casa y profesional. Y en todos ellos es explotada (como tantas otras). Una de esas coincidencias es el registro íntimo y subjetivo de un universo eminentemente femenino, donde las emociones enmarañadas de las protagonistas articulan las estructuras que sostienen la acción. También puede mencionarse la creciente presión que los relatos van acumulando de forma progresiva, a partir del uso virtuoso del sonido y la fotografía como soportes dramáticos.
El rol de esa abrumada protagonista corre por cuenta de Natalia Oreiro, que vuelve a confirmar su calidad actoral. Su trabajo no necesita de un histrionismo ampuloso y subrayado, sino que a través de gestos contenidos es capaz de maximizar su capacidad expresiva. Eso explica que buena parte de la película esté construida a partir de primeros planos sostenidos, en los que la expresión cada vez más exhausta de Oreiro resulta siempre elocuente. Quizás el punto cuestionable de La noche sin mí tenga que ver con la manifiesta voluntad del guion de empujar a su protagonista siempre un escalón más abajo, hacia un abismo del que parece imposible salir, incluso cuando la noche en cuestión ya quedó atrás y el nuevo día se abre como la continuidad de un ciclo sin fin.
Último de los tres documentales entre los 14 largometrajes que integraron la Competencia Argentina, Presente continuo resulta el más genuino, el que menos expuesto deja el mecanismo formal que lo sostiene y, sobre todo, el más conmovedor. Con diferencia. Se trata del retrato que el cineasta Ulises Rossell realiza de su hijo Lisandro, un adolescente diagnosticado dentro del espectro autista que comienza a transitar su pasaje hacia la vida adulta. Momento de gran intensidad en la vida de cualquier chico, que en este caso suma niveles adicionales de complejidad.
Junto a Lisandro siempre está su madre, la actriz Valentina Bassi, que, como el personaje de Oreiro, hace malabares para cumplir con sus múltiples tareas. Al contrario de la ficción, ella no se quiebra ante el aumento de la dificultad. Su hijo es un chico activo y enérgico al que ha aprendido a entender, a pesar de que su crecimiento ha hecho que algunas situaciones se vuelvan más difíciles de manejar, sobre todo desde lo físico. Aun en los momentos más incómodas, Bassi nunca pierde esa sonrisa enorme que la identifica, aunque a veces por detrás del gesto alcance a asomar la puntita de un cansancio que ella enseguida se esfuerza en hacer desaparecer.
Rossell observa todo simulando esa distancia que se supone el documentalista debe mantener con los sujetos que retrata. Sin embargo, es imposible no percibir el amor que habita cada plano, la ternura que guía cada travelling detrás de ese chico inquieto al que la madre debe correr, literalmente, unas cuantas veces. De esta forma, el director confirma la enorme capacidad para registrar la realidad sin resignar emoción que ya exhibió en trabajos anteriores. El corte abrupto del plano final sugiere una continuidad y ofrece un sentido posible para el título de la película: un presente continuo abriéndose como un destino inevitable para los papás de Lisandro.
Habitué de esta sección desde el estreno de Smog en tu corazón en la edición de 2022, Lucía Seles vuelve a ofrecer una inmersión en ese universo con extrañas reglas propias en las que transcurren sus películas. the bewilderment of chile (así, todo en minúscula, siguiendo la particular grafía que el director aplica a los textos de sus películas) es otro relato coral con personajes y situaciones que solo pueden existir en sus ecosistemas cinematográficos. Se trata de una saga familiar protagonizada por tres hermanos españoles y sus hijos, miembros de una dinastía que regentea las dos confiterías Ritz de la ciudad de La Plata.
Es inútil dar más detalles de las historias que se tejen en the bewilderment of chile, en tanto la intención de Seles parece haber sido la de llevar al mínimo el elemento narrativo, reduciendo cada situación a una serie de diálogos basados en repetir una y otra vez los mismos conceptos. Como en sus trabajos anteriores, un texto que funciona como voz en off de un narrador hipotético realiza una serie de acotaciones al margen, usando un lenguaje en el que palabras e idiomas se combinan con símbolos, generando una capa adicional de extrañamiento. La película ofrece momentos de gracia genuina, pero que solo disfrutarán los que sean capaces de entrar en el código Seles. No es menos cierto que el director comienza a mostrar signos de estancamiento, después de más de diez películas reutilizando una y otra vez las mismas fórmulas, igual que los personajes de the bewilderment of chile repiten y repiten siempre lo mismo. Como los chicos.