Día del Padre. En medio de una gira por Europa, Moreno Veloso y su banda esperan su vuelo en el aeropuerto de una ciudad fría y gris. Bruno Di Lullo lleva los auriculares enterrados hasta el antro mastoideo para olvidarse de todo: el huso horario, la distancia. Un avión carretea en la pista. El tiempo no pasa. Una música de Piero Piccioni gira sobre sí misma, como una hoja de roble mecida por el viento. De pronto, Di Lullo se saca los auriculares con una propuesta: "hagamos una canción”. Tiene la melodía. Tienen papel y lapicera. Tienen guitarra. “Como la familia de Bruno es chilena, su lengua afectiva es el español”, dice Moreno. “Entonces hizo los primeros versos en español y yo me quedé junto con él”. Al comienzo en la sala de embarque y finalmente en el avión, escriben sobre niños y sobre colores. Sobre el ancho mar, sobre las nubes y sobre el corazón que baila con la sonrisa de los hijos. Una canción no es lo que se tiene: es lo que falta.

Publicado a mediados del año pasado, Mundo paralelo pasó algo desapercibido en la cartelera maniática de los lanzamientos. La gacetilla no tenía números, símbolos de monedas extranjeras ni letras de imprenta mayúscula. Apenas diez canciones de acción terapéutica e instrumentación acústica, vertidas desde la piedra de la MPB como el chorro de un manantial. El personal es el círculo habitual del artista: Domenico Lancellotti y Alexandre Kassin (compañeros de +2), Ricardo Dias Gomes, Rodrigo Bartolo, Pedro Sá y el propio Di Lullo. Si no fuera porque son familia, los invitados serían estelares: Jaques Morelenbaum, sus hermanos Zeca y Tom, su padre Caetano y su tía Maria Bethânia. Un feat que no se puede pagar con tarjeta.

El título, a priori, es un lugar común de la ciencia ficción. ¿Cuántos discos o series o películas conocemos con ese nombre o alguno parecido? Sin embargo, aplicado a este puñado de canciones extáticas, acaba por funcionar de una forma extraña. Después de escuchar estos treinta y tres minutos de música, la sensación residual es ambivalente: por un lado, dicha; por el otro, alarma. Como el pellizcón que arrebata del sueño. “Fue hecho en la pandemia y estábamos sufriendo”, dice Moreno. “Estábamos alejados de los amigos. Mucha gente querida estaba muriendo. Mi abuela murió de Covid. El disco fue un esfuerzo por salir de aquella situación difícil. Un esfuerzo por recordar el mundo bueno que existía en algún lado”.

Moreno Veloso en vivo (Foto: Ana Beatriz Magalhaes)
 
 

ESTA CANCIÓN NO EXISTE

¿Es una paradoja o es exactamente lo contrario? Aunque sea un disco de la Deep Cuarentena, Mundo paralelo tuvo un impulso colectivo desde el arranque. No sólo porque casi todas las composiciones son compartidas, sino porque apenas reunió el deseo se armó uno de esos grupos de whatsap con edición colectiva. La carta de navegación estaba abierta. Todos tenían voz y voto. “Yo no creo que pueda hacer algo bueno sin mis amigos”, dice Moreno. Alguien escribió en el aire la palabra Lisboa. Alguien pronunció la palabra ‘concierto’ seguida de ‘pretexto’ seguida de ‘sesión de grabación’. Para cuando quisieron acordar, Lancellotti ya estaba eligiendo micrófonos en el sótano de su casa portuguesa: los estudios Cave.

“De los tres amigos que vivían en Portugal, dos estaban ahí porque se casaron con mujeres portuguesas”, dice Moreno. “Pero uno de ellos, que era justamente Domenico, estaba allá por una situación política. Su mujer era profesora de la universidad pública y, cuando asumió el gobierno de Bolsonaro, se puso muy difícil para ella. Así que la familia se fue huyendo de las presiones. Eran una especie de exiliados. Ahora ya están viviendo acá en Río otra vez”.

La punta del hilo fue, precisamente, el tema “Mundo paralelo”: un samba afro que arroja el ancla sobre un lugar y una situación muy específica. Como si hiciera zoom en Google Maps: Salvador de Bahía, el carnaval, la calle Curuzú, el bloco afro Ilê Aiyê. “La primera canción que hice con mi padre, cuando tenía 8 o 9 años, fue para este bloco”, recuerda Moreno. “Es un bloco solamente de gente negra. Los blancos no podemos ser parte, pero podemos mirar y cantar y es uno de las cosas más bonitas que hay en el mundo. Escribimos la canción porque cuando se está ahí, en esa calle, se siente un mundo diferente. Un mundo paralelo, un mundo muy mejor. Y está en la calle: en la realidad. No en nuestra cabeza. Ese mundo está acá. Adentro de este. Con este”.

Canción por canción, Moreno puebla esa representación como un Dios de pantalones cortos y ojos achinados. Cavaquinho y repique, pero también sintetizadores y ese pequeño instrumento chino que llaman erhu. Agogó con plato y cuchara, pero también una hermosa palabra de raíz nórdica que el tipo usa para llamar a su hijo. Decisiones audaces, pero imperceptibles. Muchas de estas músicas, en ese sentido, tienen un componente folklórico y anónimo. Como si no interpusiera el ego. Es decir, la necesidad autoral de decir algo.

“A veces, con canciones como ‘A donzela se casó’, yo mismo me quedo sorprendido”, piensa Moreno. “La hice con mis hermanos y mi padre. Estábamos probando sonido en el escenario, creo que en Madrid, cuando empecé a cantarla de la nada. Entonces le pregunté a mi padre: ‘esta canción, ¿ya existe? La estoy oyendo ella en mi cabeza, pero no me acuerdo’. Y mi padre y mis hermanos decían: ‘No, esta canción no existe’. Y fue increíble porque todos empezamos a cantarla como si ya estuviera lista. Yo no estoy pensando que quiero hacer una canción: estoy dejándola salir de donde sea”.

¿Eso es lo más valioso que te llevaste de aquellos años girando con Ofertorio?

–La alegría más grande fue mirar mis hermanos en el escenario cantando sus canciones. Fue muy especial para mí, porque tengo veinte años más que ellos: soy el hermano mucho más grande. Tom es mi ahijado, lo bauticé en la iglesia. Me quedé con una felicidad tremenda, una cosa muy grande que mi padre también sentía. Hablamos mucho sobre eso. Sobre la felicidad de mirar a los más pequeños empezando a mostrar sus composiciones, su música. Mis hermanitos mostrando sus caras.

Papá Caetano con el niño Moreno
 

MI GENERACIÓN

En enero de 1972, Caetano Veloso y Dedé Gadelha volaron desde Londres hasta Río de Janeiro y entonces a Salvador de Bahía. Unas semanas después, con cada paso hacia dentro del corazón del carnaval, Caetano dejaba caer una lágrima. Habían pasado dos años y medio de exilio. El mundo seguía en pie. Luego, apenas terminó el Carnaval, se enteró que Dedé estaba embarazada y la pareja decidió mudarse a una casita frente al mar, en el barrio de Amaralina. Un piso de lajas carcomido por las olas y cubierto por el verde luminoso del limo. “El nacimiento de Moreno fue el acontecimiento más importante de mi vida adulta”, dice Caetano, en Verdad tropical. “A veces considero que el único”.

Moreno creció en Bahía hasta que cumplió sus tres años. Entonces, la familia completa se mudó a Río de Janeiro y comenzó su educación inicial en el preciso momento que Ernesto Geisel inauguraba el cuarto mandato del régimen militar. Soy de la generación de aquellos gobiernos de los años setenta, que no eran buenos”, dice Moreno. “Cuando era niño tenía muchos amigos argentinos porque sus padres habían huido del país. Nosotros en Brasil también estábamos en una situación difícil, pero parecía un poquito mejor. Estudiamos juntos en la escuela. Algunos siguieron viviendo en Brasil y otros volvieron a vivir en Argentina, pero siempre estuvimos en contacto y cada vez que viajé a Buenos Aires me encontré con mis amigos de la infancia. Tal vez por eso puedo hablar un poquito de español”.

El árbol genealógico tenía dos hemisferios. La saga paterna le dio la música y las letras. Las noches y las tardes bajo el alero de Santo Amaro de Purificação. Abuelos y primos y tíos con guitarras y con el canto en la palma de la lengua. La saga materna le dio las ciencias y los números. “Tengo una madre... ¡se olvidan!”, dice Moreno. “Toda mi amor por la física viene de ahí. Algo que no sólo es muy bueno para mí y para mi vida: es muy importante. Además, yo me parezco físicamente a mi madre y tengo su sensibilidad. Mi padre también tiene una sensibilidad muy grande, pero es distinta. Más allá de la música, me siento mucho más próximo a mi madre”.

Así, mientras Moreno descubría los poemas de Joao Cabral de Melo Neto y se estrenaba como percusionista con Carlinhos Brown, paladeaba con placer estético las leyes elementales del mundo natural. Así, mientras cerraba las coordenadas musicales de su amistad con Pedro Sá, Lancellotti o Alexandre Kassin, comenzaba a averiguar los programas de la facultad de ciencias físicas. En uno de los ensayos que integran El mundo no es chato, por ejemplo, Caetano recuerda cuando un Moreno de diecinueve años llegó con un ejemplar de Aprendizaje o el libro de los placeres de Clarice Lispector y leyó algunos pasajes con lágrimas en los ojos. El juego de espejos parece invertido. Por lo general, suele hablarse de la influencia que ejercen los padres sobre sus hijos. Pero, en el caso de Caetano y Moreno, siempre está muy presente la influencia que produjo el hijo sobre su padre.

“La generación de mi padre y la anterior, se conectaba estrictamente con la composición”, dice Moreno. “Las palabras, la armonía, la melodía. En mi generación había otras cosas muy importantes: los sonidos, los medios de grabación, la ejecución. Para la generación de mi padre, por ejemplo, las computadoras no existían. Mi padre siempre se acuerda, incluso, de cuando la televisión llegó por primera vez a su casa. Entonces esto de la tecnología marca una distinción muy grande: nosotros nacimos junto con las computadoras. Nacimos con esas herramientas y nos encantaron. Las usamos para probar, para hacer sonidos distintos. A veces intentamos lo mismo que hacían antes, pero con esas otras herramientas. En un momento, la fusión de estas dos generaciones generó música muy buena”.

A mediados de los 2000, la alianza escribió su Piedra Roseta. Caetano convocó a Moreno como productor y a los amigos de su hijo como banda: Pedro Sá (guitarra), Ricardo Dias Gomes (bajo), Marcelo Callado (bateria). ¿Qué música hicieron? Bueno, a veces sonaba como una colisión entre los edificios de Niemeyer. A veces como el comercio entre mercachifles en la frontera de dos mundos. A veces como el pedido piadoso de un padre y la respuesta iracunda del hijo. Poco a poco, con una distancia de tres o cuatro años, armaron la trilogía: (2006), Zii e Zie (2009) y Abraçaço (2012). Para entonces, Moreno ya no ejercía como físico pero su mirada como científico irradiaba toda esa música. Colores primarios, títulos que parecían ecuaciones, canciones geométricas. Una administración económica y elemental de las fuerzas.

¿Seguís en contacto con la física?

–Muchos de mis amigos son profesores. Hace poco, cuando estuve en Ginebra, pude visitar aquel gran acelerador de partículas del CERN [Conseil Européen pour la Recherche Nucléaire] y fue buenísimo. Estuve con mis amigos que están trabajando ahí y pude mirar de cerca el experimento. Seguimos siempre en contacto e incluso hoy continúo estudiando un poquito, aunque no trabajo más con física porque la música se quedó con casi todo el tiempo.

¿Operan en partes distintas de tu cabeza?

–Son cosas distintas pero también se aproximan. Yo trabajaba en un laboratorio de física atómica y los instrumentos son muy parecidos, casi iguales, a los de un estudio de grabación de música: cables, equipos. Tenemos que poner nuestra atención en muchas cosas distintas al mismo tiempo y en ambos lugares se trata de cosas muy delicadas. Siempre trabajamos en una vibración mental del cuidado. Quiero decir que hay que estar atentos: si te quedas dormido en el estudio o en el laboratorio, cuando te despertás... podés llegar a confundirte.

Moreno Veloso
 

NATURALEZA POR ACCIDENTE

No se puede hacer más lento. En algún punto del año 2000, Moreno Veloso publicó Máquina de Escrever Música. No era un incidente aislado. No sólo porque era el primer disco de su serie con +2, sino porque articulaba el sonido de toda una generación: todos esos pibes de los setenta que, después de cruzar el tropicalismo con el trip-hop o el manguebeat, esperaban pacientemente alrededor de la fragua. Para entonces, Moreno ya tenía 28 años y un largo recorrido vital. Su debut, en ese sentido, lo encontró con una estética cerrada. Lo suficientemente maduro para no alejarse a propósito de su padre y lo suficientemente maduro para ser otra cosa.

“Aún me gusta ese disco”, dice. “Me quedo feliz todas las veces que lo oigo porque siento que en ese momento comprendí, por primera vez, la capacidad de interacción con mis amigos. Ya lo sentía, pero nunca había lo puesto en práctica. Aquel disco lo hicimos exactamente como nuestros sueños: los volvimos reales. Hoy, recordando aquella experiencia, puedo sentir esa transición del sueño hacia la realidad”.

Un sueño que era un plan: un disco por cada miembro de + 2. Con el respaldo de Luaka Bop, cerraron la trilogía en 2007 y siguieron de largo para componer la banda sonora de Imã, una obra del legendario Grupo Corpo. En el medio, Moreno se mudó a Salvador de Bahía, fue dos veces padre y ni se molestó en mirar el almanaque. Para cuando se puso a grabar Cosa boia, ya habían pasado unos... ¡trece años! El tipo asiente. Por entonces, sin que se le moviera un pelo, aseguraba que su promedio como compositor era de una canción por año. ¿Habrá cambiado? “No mucho”, dice. “Ahora estoy intentando hacer un poquito más de una por año. El año pasado creo que hice dos (risas). Soy vago, muy vago (risas). Y en esto sí que los amigos me ayudan muchísimo. Ellos tienen más facilidad para componer, entonces cuando tengo una idea y no logro terminarla, llamo a mi gente y les pido ayuda. También pasa al revés y ellos me llaman. Uno de mis amigos, cada vez que me pide, siempre me aclara: ‘No te preocupes, ya sé que va a demorar un poquito’”.

La naturaleza de esas colaboraciones es impredecible. A veces, Moreno es el letrista. A veces, le pone música a los versos ajenos. A veces desprende una melodía del inconsciente de su propia tribu y a veces se ocupa de los arreglos con un nivel budista del detalle. A veces simplemente toca el plato y baila en un tercerísimo plano. Casi siempre es el productor. “Creo que mi fuerte es la interacción”, piensa. “La conversación. Para mí es muy rico mirar al otro y también que me miren a mí. Cuando alguien abre el proceso de su canción, está confiando algo muy íntimo. Esta troca de miradas, para mí, es lo más importante”.

Moreno Veloso (Foto: Caroline Bittencourt)
 

DETRÁS DE ESTO

Vista con cierta perspectiva, su foja de servicios es intimidante. Producciones para Gal Costa, para Gilberto Gil, para Adriana Calcanhotto. Discos en el sello de David Byrne. Varias vueltas al mundo como músico de gira. Sin embargo, sentado ahora mismo delante de su biblioteca, el tipo parece un calesitero que controló su ansiedad dos o tres vidas atrás. No hay droppin’ names. Jamás pone por delante su CV y, si estuviéramos obligados a apostar, diríamos que nunca pero nunca se molestó en armarlo. Quizás porque no tiene una carrera: tiene una vida.

“Ahora no hay plan”, dice. “Nací en el día 22 de noviembre y ese día, para nosotros en Brasil, es el día del músico y de los cantores. Mira bien: yo nací en esta familia de músicos y cantores, en el día de los músicos y los cantores. Entonces mi vida ya es eso desde el día que nací hasta ahora. Soy físico y trabajé en laboratorios y me encantan las cosas científicas, pero mi vida es la música. Entonces no sé qué decir, pero estoy muy feliz de que sea así. De nacer en esta familia y en este país”.

Todos esos condimentos podrían ser una carga. Sin embargo, lo vivís con una gran liviandad. Con eso que llamamos amor fati: es decir, “amor por el propio destino”.

–Tengo amigos, incluso primos, que nacieron en familias así. Tres de los ocho hijos de Gilberto Gil son mis primos, porque mi tía se casó con Gilberto y tuvieron tres hijos. Cuando era pequeño pasaba mucho tiempo con mis primos, en casa de Gilberto y mi tía. Casi todos los días iba a comer con ellos, somos muy próximos. También nacieron así, en medio de la música de Brasil, y es muy distinta la relación que tiene cada uno de nosotros con esta situación. Con la familia, con la música. Para mi prima, por ejemplo, es difícil. Para ella es una carga muy pesada. Y para mí, no. No sé por qué. Tengo que dar las gracias a Dios, porque yo sé que para algunas personas no es fácil.

¿Crees en Dios?

–Sí, claro. Siempre. La naturaleza es muy bonita para ser así por accidente. Detrás de todo esto, tiene que haber un amor.

Portada del disco que Moreno Veloso viene a presentar en Buenos Aires
 

Moreno Veloso se presenta el miércoles 23 en Deseo BsAs, Av. Chorroarín 1040. A las 20.