En el universo de la ficción distópica, la serie Black Mirror ha marcado un precedente al examinar las complejas relaciones entre la tecnología y la existencia humana. El episodio más reciente, titulado Una pareja cualquiera (Common people), constituye un golpe emocional que reafirma la esencia crítica de la serie, con una trama absorbente que confronta y desestabiliza las expectativas de su audiencia.

La historia sigue a Mike y Amanda, interpretados por Chris O’Dowd y Rashida Jones, una pareja aparentemente normal sumidos en una espiral de amor y expectativas que deriva en decisiones devastadoras. Su anhelo de formar una familia se desvanece cuando Amanda sufre un colapso repentino que la sume en un coma irreversible.

Ante este panorama, Mike se enfrenta a una elección desgarradora: aceptar la pérdida o recurrir a una alternativa tecnológica experimental que promete revivir a su esposa, aunque con consecuencias incalculables. La propuesta es un servicio de almacenamiento que transfiere datos cerebrales a la nube para luego reintegrarlos mediante cirugía, un procedimiento tan fascinante como perturbador. Amanda despierta, pero su esencia ha mutado, llevando al espectador a cuestionar el concepto del amor en una era dominada por lo posthumano.

De manera desgarradora, la narrativa retrata el descenso gradual de Amanda hacia un vacío de deshumanización y mercantilización. Mientras las deudas acumuladas complican los esfuerzos de Mike por sostener su existencia, este opta por un plan de suscripción más económico, pero saturado de publicidad invasiva que interrumpe hasta sus interacciones más íntimas. Esta explotación de la vida privada refleja sin ambages el capitalismo contemporáneo, donde el lucro corporativo prevalece sobre la dignidad individual.

El episodio funciona como una crítica mordaz al sistema económico que reduce a las personas a productos, aprovechándose de su vulnerabilidad emocional para maximizar ganancias.