Desde Barcelona
UNO Llamarse Smith, piensa, es como llamarse Rodríguez. Con un apellido así, piensa (y desea tanto para sí) sólo queda escribir para poder crear o recrear otros nombres y que, entonces, otros los lean como propios, como suyos. Lo de las Smith Ali y Zadie, por ejemplo.
DOS Si hay algo más complejo (y hasta poco pertinente) que resumir un libro de cuentos (que obliga a señalar a favoritos propios que no tienen por qué ser los de los demás) es el intento de resumir un libro de cuentos de Ali Smith. Lo mismo, aclararlo también, sucede con sus novelas. Porque lo de Smith pasa y va y regresa por --más allá de tramas líquidas y estacionales donde la reflexión se funde con la acción-- nada más y nada menos y un poco del todo por la sucesiva exploración del acto en cuestión. ¿De qué tratan los libros de Ali Smith entonces?, se pregunta Rodríguez. Y se lo responde, lo intenta, así: tratan de Ali Smith escribiendo un libro de Ali Smith a la vez que Ali Smith imagina a un lector leyendo un libro de Ali Smith para hacerlo suyo.
De ahí que los doce relatos reunidos en Biblioteca pública --su quinta colección de cuentos, separados por testimonios no-ficticios de colegas y amigos y desconocidos y bibliotecarios/as e historias de bibliotecas-- sea especialmente recomendable como puerta de entrada para recién llegados o reencuentro con los ya hace tiempo iniciados. Aquí, de nuevo, Smith --maestra de la libre pero rigurosa asociación de ideas, didáctica estructuradora de manuales de instrucciones para desestructurar, previsible maga de la conexión imprevisible, sus personajes como cifras para ecuación exacta a la vez que mágica -- como par distintiva y distinguida de ese linaje que incluye a Laurence Sterne, a Julio Cortázar, a Enrique Vila-Matas, al Italo Calvino de Si una noche un viajero. Aquí, una docena de tramas variadas comulgando alrededor del amor por los libros y de esos santuarios que los contienen y de todos aquellos los pueblan llámense Robert Herrick o John Milton o Henry James o Virginia Woolf o Charles Dickens o Katherine Mansfield, D. H. Lawrence o Rebecca West y siguen las (muchas) firmas. De algún modo, lo que Smith propone es la invocación de vivísimos y vitales fantasmas reclamando nuestra atención en un mundo cada vez más enredado en sus asociales redes sociales. Entonces, a este lado, los otros protagonistas, los que leen y a los que se lee: alguien atascado en una silla de ruedas, alguien que evoca Guerras Mundiales, alguien sufre una extraña forma de depresión, alguien descubre algo acerca de un pasaje de Lufthansa, alguien se separa de una novia demasiado obsesionada con su autora favorita, alguien es víctima de un error necrológico, alguien que no deja de soñar con Dusty Springfield, alguien intenta comprar una tostadora pagando con flores, alguien quisiera estar en otra parte... Pero todos y todas están aquí, consiguiendo sin esfuerzo pero con inmenso talento aquello de lo que, de nuevo, en verdad se trata: el sentir esas ganas de leer y de releer y de entrar a una biblioteca pública --esa especie en peligro de extinción por recortes presupuestarios, no deja de recordarnos Smith-- como quien entra en una cueva del tesoro, de los atesorados libros entre los que, a partir de ahora, también se cuenta y cuenta Biblioteca pública. Un libro tan amable y simpático que casi obliga aquí a comentario un tanto odioso pero, piensa Rodríguez, más que pertinente: puestos a andar repartiendo premio Nobel inesperado y por ahí, Ali Smith --carnal y con tanta más clase en su muy personal idioma-- se lo merecía y se lo sigue mereciendo mucho pero mucho más que Han Kang.
TRES La novedad y la sorpresa, se supone, pasa por Zadie Smith publicando novela histórica. Pero, enseguida, Rodríguez comprende que aquí no hay nada tan inesperado. Porque a su manera su triunfal debut con la, según el crítico James Wood, "histérico-realista" Dientes blancos, era una panorámica inmediatamente histórica del presente; la actual Sobre la belleza se nutría del pasado (su inspiración/reescritura directa era La mansión / Howards End del edwardiano E. M. Forster); y NW London se miraba al espejo modernista de Virginia Woolf.
Lo sí de verdad imprevisible es el que Smith desordene la sala con elegancia y la evidencia de suerte de thriller legal-social de época (ese género que en Inglaterra tal vez se inaugure con El mercader de Venecia de Shakespeare y tenga una de sus cumbres indiscutibles en Casa desolada de Dickens) y que lo haga con alegatos tan elegantes y funcionales. Porque lo más admirable de La impostura (a diferencia del Arthur y George de Julian Barnes, también basado en añejo caso real tribunalicio donde el tema de la raza y lo extranjero era suerte de delito) es el modo en que fluye y hace discurrir sus testimonios. Nada hay aquí del condenable crimen de perpetrar wiki-novela agobiando con el peso muy pesado e improbable de las pruebas. Lo de Smith, en cambio recuerda más a las freak-novelas históricas de T. C. Boyle; pero añadiendo su ya reconocible y propia cadencia moderna reconstruyendo caso/causa célebre y real en el victoriano y victorioso Imperio Británico.
Aquí el entonces famoso novelista y considerado como "Victor Hugo Inglés" (y hoy olvidado hasta este rescate de Smith) William Ainsworth con lo suyo superando tiraje y ventas de Oliver Twist. Ainsworth está en manos/garras y férrea e inoxidable voluntad de la a la vez muy sensible verdadera protagonista: la también verídica y escocesa prima por matrimonio y ama de llaves de sesenta años Eliza Touchett (apellido coincidiendo con el del casi deus ex machina en El retrato de una dama de Henry James). Y Eliza es lo que por entonces muchos definirían como insoportable pero que desde el aquí y ahora no es otra cosa que una mujer adelantada a su tiempo. Y entra en escena --se hace esperar-- Andrew Bogle: alguna vez esclavo en plantación en Jamaica y, de pronto, testigo estrella en el Caso Tichborne. Cause célèbre del que todo Londres no puede dejar de hablar como si se tratase del más popular e intrigante folletín por entregas (y, también, tratado por Borges en su historia universal de la infamia). ¿Es el supuesto Sir Roger Tichborne el heredero merecedor de título y propiedades de su apellido y abolengo, o se trata apenas de un astuto un carnicero de bajo fondo australiano que despierta admiración y cariño y ansias de revancha de los menos privilegiados? Así, tragicomedia de costumbres/clases, África y el Caribe, cameos de celebridades (el ya mencionado Dickens, Thackeray, Cruikshank y siguen las firmas), discurrir de décadas de folios y expedientes, la creación de una absurda novela faux jamaicana como fondo a un inesperado bildungsroman, polémica sobre la abolición de la esclavitud, metrópoli industrial y campiña pastoral muy à la George Eliot, delirios políticos como los de ahora mismo (mérito y casi obligación de toda novela que transcurre en el pasado es explicar nuestro presente: ser una novela no de época sino de épocas). Y, finalmente, la farsa/impostura deviniendo en drama/cosa seria cuando se alcanza la redención al comprender, absolutamente, que jamás se podrá conocer del todo a una persona.
CUATRO Pero eso Zadie y Ali Smith siempre lo supieron.
Y es por eso que se reconocen y se las reconoce en lo que escriben y con lo que escriben novela y cuentos.
CINCO Y es por eso también que Rodríguez lee esta de Smith junto a estos de Smith.