Sr. Mauricio Macri: ayer domingo usted cumplió dos años como presidente de mi país, y entonces hacer un balance me parece necesario y oportuno. Sobre todo porque en mi opinión, y en la de muchos calificados juristas y ciudadanos, usted y su gobierno vienen incumpliendo sistemáticamente la Constitución Nacional y las leyes, destruyendo el sistema y el estado de derecho. Que sin dudas requiere cambios, pero no de este modo ni estos cambios.
Usted y su gobierno destruyeron la Corte Suprema y sometieron al Poder Judicial, acabando con la última credibilidad popular en la Justicia. Arrasaron casi todas las instituciones republicanas y entre ellas la Procuraduría General y los organismos de control, donde ahora sus empleados se dedican a encubrir los negocios turbios de familiares, amigos y colaboradores de su gobierno.
Así funciona esta república degradada: el sistema de medios de (in)comunicación a su servicio se dedica a mentir y a condenar; los jueces serviciales, casi todos, son adictos al prevaricato, que es el delito consistente en dictar sentencias injustas a sabiendas; sus perros ladradores, que algunos llaman piadosamente “trolls”, confunden a la ciudadanía; y usted se hace todo el tiempo el distraído.
Cierto que lograron imponer la falacia de que los responsables del gobierno anterior, en supuesto malón, “se robaron todo”. Ninguno de los millones de argentinos honrados dudó ni duda de que seguramente hubo corrupción en los últimos 12 años, como la hubo en los últimos 34 que lleva nuestra democracia, y ninguno de nosotros dejó de condenarla siempre. Pero lo infame es la utilización y fogoneo que ustedes siguen haciendo, en realidad solamente para garantizarse impunidad ahora que la corrupción es sello y símbolo de su propio gobierno -y sus familiares, amigos y funcionarios- que es una corrupción muchísimo mayor y sobre todo más cínica y dañina.
No crea, señor presidente, que no nos damos cuenta de que las condenas mediáticas, los sonsonetes de sus tinterillos y las diatribas de sus perros ladradores son meras artimañas distractivas para confundir a nuestro pueblo. Les ha salido bien hasta ahora, es verdad, y así han conseguido engañar a millones de votantes víctimas de esa estafa. Pero todos los engaños, en política, tienen patas cortas y a la larga se descubren. Usted lo sabe muy bien puesto que jamás logró, ni logrará, tapar los escándalos que protagonizó: el de las cloacas sobrepreciadas del municipio de Morón en 1988, que usted firmó con el intendente Juan Carlos Rousselot, y la aprobación, dato curioso, de la entonces concejala Margarita Stolbizer. O el escándalo del contrabando de autopartes en 1993, por el que se cobraban reintegros por exportaciones a Uruguay, donde las piezas eran ensambladas y luego se importaban a la Argentina en forma de automóviles terminados, y por el cual en 2001 usted fue procesado por el juez Carlos Liporace. O el escándalo aún interminado del Correo Argentino, o la causa por escuchas telefónicas cuando usted asumió la Presidencia de la República en calidad de procesado, y de la que lo salvó, rapidito, el juez Sebastián Casanello 18 días después de entrar usted a la Casa Rosada, curiosamente el Día de los Inocentes, 28 de diciembre de 2015.
Y no se digan los Panamá Papers, que todos sabemos que es un asunto tan sucio que ha de ser por eso que lo irrita tanto, al punto de que en Clarín y La Nación son temas prohibidos.
Está mal todo eso, señor presidente. Pésimo ejemplo el suyo. Pero lo más grave no es eso, fíjese. Lo más grave de todo es que su gobierno produjo ya la muerte de por lo menos 46 compatriotas: Santiago Maldonado, Rafael Nahuel y los 44 tripulantes del submarino San Juan. No es pequeño número de muertos para solo dos años de gobierno que son, sin dudas, los peores de la democracia. Y usted sin decir una palabra.
Ni Menem hizo tanto y tan mal, teniendo, igual que ustedes, el apoyo ciego de esa misma cuarta parte egoista y desalmada de nuestra sociedad. Moderada a veces, fanatizada y cargada de odio otras, vacía de ideas siempre. Y enferma de un antiperonismo sanguíneo, de un secular antiradicalismo popular, y además racista. Demasiado odian a los negros, los morenos, los aborígenes y se les nota. Han logrado quebrar incluso a la colectividad judía, a la que también despreciaron siempre y que hoy está dividida como nunca antes. Pobres, pobres todos ellos, tan llenos de odio, de sonido y de furia.
Como usted mismo vería poniéndose una mano sobre el corazón (que seguro ha de tener), el saldo de su gestión es desolador, por donde se lo mire.
Es por eso que hoy nos duele tanto la Patria. No sé si usted entiende de esto, pero nos duele, señor presidente, porque nosotros sabemos que lo mejor de esta tierra y los mejores momentos del pueblo argentino fueron obra de nuestros próceres verdaderos: Belgrano y Moreno, San Martín y Rosas, Sarmiento incluso a pesar de sus excesos verbales. Y también Alfredo Palacios y Don Hipólito y Don Juan Domingo. Y los muchachos de la Reforma Universitaria de 1918, y los héroes de Malvinas y los obreros de las miles de fábricas que ustedes vienen cerrando. Y también Arturo Illia y Agustín Tosco y Héctor Cámpora y Raúl Alfonsín. Y Néstor y Cristina, a quienes usted y los suyos odian tanto. Y también Milagro y Santiago y Rafael y muchos como ellos. Y los 44 tripulantes del San Juan, que pagaron con sus vidas un pato del que no eran responsables y ustedes sí.
Todo eso nos duele a millones en ésta, nuestra Patria, señor presidente. Por eso, y en nombre de muchos lectores y lectoras, yo lo acuso hoy ante la Historia. Que estoy seguro ha de condenarlo algún día, más temprano que tarde.