El Gobierno dejó trascender, en varios medios y a través de las voces en off de algún ministro y otros funcionarios, que tiene disgusto y preocupación frente al disparate ejecutado por la Justicia en la causa del memo de entendimiento con Irán. Es un dato útil para presentar algunas observaciones que parecieran perderse de vista, a pesar de lo elementales que son. O será que, justamente, de tan elementales es que no quiere vérselas.
Una mirada principal sobre la inquietud oficialista es que sólo, o en esencia, consiste en la estratagema del “yo no fui”. Amparado en el cinismo de la independencia de poderes, obviando como si nada fuera la asociación entre el club de Comodoro Py y Casa Rosada, decidido a sostener contra viento y marea que el juez obró por su cuenta y que no es responsabilidad oficial si está loco, el Gobierno hace correr esa interpretación mientras festeja –y cómo– por lo bajo.
Otra mirada es que el oficialismo está auténticamente preocupado porque la repercusión social del tema no le juega a favor de ninguna manera, debido a que la locura del fallo abre encono o sospechas en sectores indispuestos con el kirchnerismo pero tampoco prestos a ser (tan) indiferentes ante una clara maniobra persecutoria. Menos que menos cuando el escenario de la economía, anuncios de tarifazos mediante y con una inflación que no terminan de controlar, es amenazador entre su clientela de clase media hasta ahora firme. Eso, para no hablar de lo que todavía no interesa en lo más mínimo a las grandes mayorías pero sí a los propios economistas del establishment y –novedad de las últimas semanas– a los voceros periodísticos más connotados del oficialismo: la bomba de tiempo de un endeudamiento desbordado; de una bicicleta financiera imparable, sin contrapartida de inversión genuina alguna. Por supuesto, la receta que proponen es acelerar el ajuste desde el Estado para achicar el déficit, sostenido a pura deuda, a costa de los derechos de sectores desprotegidos.
Una tercera hipótesis es que la supuesta inquietud macrista no pasa en absoluto por los efectos sociales de la cacería desatada contra opositores, que el fallo judicial extremó, porque mantendría vigencia que el rencor contra Cristina sigue siendo un capital simbólico mucho más fuerte que cualquier evidencia indigesta del dictamen o del panorama económico. No es la República ni las horrorosas derivaciones de una sentencia lo que importa a los republicanistas de Cambiemos. Sí se trataría de los alcances estrictamente políticos del fallo, al haberle proporcionado a CFK un papel de víctima que abroqueló en torno de ella a una parte de la dirigencia peronista con la que ya estaba cocinado su aislamiento. No quiere decir que no vayan a hacerlo de todos modos, pero si lo hacen caerán bajo la imagen de que la dejan sola justo cuando quieren meterla presa. Es cierto que ahora penderá sobre ella, en su mandato senatorial, la espada de Damocles de que en algún momento podrían desaforarla. Pero también lo es que Cristina no será ni de cerca una senadora callada, insulsa. Por su personalidad, por empezar. Y además de eso, los cálculos del macrismo darían que ella aprovechará su potencia de victimización para demostrar que nada la detiene y que, en consecuencia, el chantaje obrará en sentido inverso. Esto es, que será ella quien usufructúe que quieren silenciarla, para resetear su liderazgo frente a un peronismo caótico, en primer lugar, y después ante porciones opositoras dispersas que tampoco encuentran referente que la reemplace.
Cuarta conjetura, exactamente al revés de la anterior: lo que el macrismo necesita es una Cristina cuanto más activa mejor, por aquello de que, mientras más protagonice, más se reforzará el rechazo mayoritario que genera. En esta presunción, el fallo de Bonadio le calza perfecto al objetivo macrista de evitar que vaya presa. ¿Cómo se explicaría, de lo contrario, que el fallo se haya producido literalmente a horas de que Cristina quedase protegida por los fueros? ¿Años de cajoneo y ahora se le(s) ocurre esta andanada? No es sólo una obviedad. Es un escándalo.
¿Cuál es el común denominador de todas esas especulaciones o de toda otra, que a su vez conectan entre sí? Que cualquiera sea la presunción escogida, se acaba en un mismo desenlace: es el clima y la determinación propiciados por el Gobierno lo que habilita que el juez se mande solo, o que lo haya hecho en articulación con el Ejecutivo, o que haya respondido en primer término a su patronal mediática que a la par es constitutiva del poder corporativo-político-judicial. Todo concluye en la atmósfera de persecución, y del intento de disciplinar socialmente a las dirigencias opositoras más contestatarias junto con los sectores díscolos. En particular, los sindicales.
Las analogías agotan. Si persiguen y se ahoga un artesano solidario con la comunidad mapuche, y si acaso perviven indicios y pruebas contundentes de que fue consecuencia de la represión de Gendarmería, el Gobierno se guarece en el “yo no fui”. Si matan un pibe por la espalda, yo no fui y en todo caso a las fuerzas de seguridad les corresponde el beneficio de la duda y son las víctimas quienes deben demostrar que la culpa no es de los victimarios, aunque la Justicia no haya encontrado armas y sí vainas de plomos 9mm., como los que usan los Albatros de la Prefectura, al inspeccionarse el terreno de Villa Mascardi donde Rafael Nahuel fue asesinado. Yo no fui si montan un circo mediático con los apresamientos de ex funcionarios, gracias a una puntualidad portentosa para no estar ni un segundo después de que se realice el operativo. Es humillación, es morbo, pero yo no soy. Yo no fui el de los servicios que se infiltraron en una de las marchas por Maldonado para cazar manifestantes y armarles causas que ahora se desmontaron en sede judicial, lo cual revela la independencia de la Justicia y que, para eso, sí soy. Yo no fui el de la represión a los estatales de Neuquén, fue la Policía y ya se investigará; y yo no fui el de gases y proyectiles contra trabajadores de una maderera de esa provincia, el viernes, ni el de la secuela del diputado provincial Raúl Godoy con fractura de peroné por un balazo a metro de distancia y también por la espalda, mientras se protestaba contra 90 despidos en la empresa que cerró el mes pasado. Más bien que tampoco fui yo el del manejo informativo en la tragedia del submarino. Fue la Armada, yo no tengo nada que ver.
En medio de ese tipo de circunstancias que vuelven a ser producto de una casualidad permanente, asimismo no deja de estremecer la infinita cantidad de vueltas que se le pegan al fallo de marras. Desde ya que nunca estará de más la lectura técnica, pero no debería poder creerse que, al cabo de toda disquisición jurídica, la conclusión no sea unívoca. Sencillamente, se cruzó el límite de judicializar una decisión política aprobada por el Congreso de la Nación. El límite de usar la figura de traición a la Patria para hostigar y encarcelar opositores, con una liviandad que no puede atravesar procesos ulteriores a menos que, como señala Eugenio Zaffaroni, la Cámara Federal, la de Casación Penal y la Corte Suprema se conviertan en prevaricadores. Tanto que preocupa la seriedad institucional frente el mundo de los países serios, he aquí un papelón internacional. Se cruzó el límite de encarcelar gente por el presunto delito de un hecho que no se consumó. El de acusar de complicidad al secretario general de Interpol. El de venir a enterarnos que estábamos en guerra con Irán.
Pero yo no fui.