El pasado 8 de abril desperté con la trágica noticia del derrumbe del techo de la discoteca Jet Set, que al día de hoy ha dejado un saldo preliminar de más de 230 muertes. Se trata de la tragedia por causas no naturales más grave que ha consternado al país en los últimos 20 años. Pronto, en los medios nacionales e internacionales, se dieron a conocer nombres de destacadas figuras del ámbito social, político y empresarial que perdieron la vida en el siniestro.
Si bien es cierto que Jet Set, durante más de 50 años de operaciones, se convirtió en un escenario importante para el disfrute de la vida nocturna en la ciudad de Santo Domingo, como reza su página web, no menos cierto es que también se convirtió en uno de los lugares predilectos de entretenimiento para un grupo social elitista que puede acceder a elegantes discotecas, bares, hoteles y restaurantes de alta gama, lujos inalcanzables para la gente de a pie. Una élite política y económica cuyas bodas salen en las portadas de las revistas, que pueden reunirse para festejar por lo alto y divertirse de espaldas a todos los problemas estructurales que arropan al país y que lucra del sufrimiento y la deshumanización de las grandes mayorías.
Una de las primeras imágenes que circularon en la mañana del 8 de abril fue la de Eduardo Estrella, quien hizo carrera política en el Partido Reformista Social Cristiano, cuyo líder principal fue Joaquín Balaguer, sucesor y colaborador cercano del dictador Trujillo. Estrella fue presidente del Senado y es el actual ministro de Obras Públicas y Comunicaciones. Buscaba a su hijo y nuera: Eduardo Guarionex Estrella (viceministro del Ministerio de la Vivienda y Edificaciones) y Alexandra Grullón, hija del fundador del Banco Popular Dominicano, Alejandro Grullón; ambos desaparecidos en el siniestro.
La expresión de su cara me hizo recordar, casi de forma fotográfica, su visita a mi barrio en el 2007, luego del paso de la tormenta tropical Noel. La tormenta tropical Noel fue un fenómeno que azotó a República Dominicana el 28 de octubre de 2007 y se considera una de las tormentas más catastróficas que ha afectado al país en las últimas décadas. Además, se considera uno de los fenómenos más mortíferos que han azotado las islas caribeñas. Estrella vino a mi barrio, irónicamente nombrado V Centenario durante el último mandato de Balaguer, como parte de las celebraciones que conmemoraban la llegada de los españoles al continente americano en 1492. El presidente Joaquín Balaguer creó la Comisión Dominicana Permanente para la Celebración del Quinto Centenario del Descubrimiento y Evangelización de América.
Mi barrio, habitado mayoritariamente por gente racializada que migró del campo en búsqueda de una mejor vida, quedó sepultado en el lodo que acabó con la vida de casi una docena de mis vecinos y vecinas. Es una práctica común que personajes políticos lleguen a lugares donde ocurren tragedias para buscar rédito político. En el caso de mis vecinos, sus nombres no trascendieron en los medios nacionales. Con 12 años me preguntaba: ¿es normal que la gente muera de esta manera?
Estrella representa a esa élite política y económica que se recicla, utiliza su poder e influencia y construye alianzas estratégicas para seguir perpetuando sus modelos de acumulación, la impunidad y la opresión.
La tragedia del Jet Set ha desnudado fallas sistémicas de falta de fiscalización, mal manejo, irresponsabilidad y desorden institucional, que históricamente han afectado principalmente a las personas empobrecidas y racializadas, pero también ha desnudado las fallas estructurales que resguardan los privilegios de unos pocos bajo un esquema de complicidad y pacto con la élite económica. Este pacto siempre es racista, porque engendra políticas violentas frente a grupos determinados y trasciende lo gubernamental, porque tiene que ver con la invención del propio Estado dominicano y las formas en que se establecieron las relaciones de poder y jerarquías que colocan a unas vidas por encima de otras. Se trata del legado colonial y sus remanentes aún vigentes en nuestro día a día.
El Jet Set es actualmente propiedad del empresario Antonio Espaillat, líder del grupo RCC Media, que incluye alrededor de 50 estaciones de radio, una cifra que lo convierte en el segundo radiodifusor más grande de República Dominicana. El gobierno del oficialista Partido Revolucionario Moderno (PRM) ha firmado múltiples contratos de publicidad con las empresas de ese emporio mediático, con importantes inversiones de instituciones como el Ministerio de Obras Públicas y Comunicaciones (MOPC), el Consejo del Poder Judicial y, a finales de 2024, el Instituto Nacional de Tránsito y Transporte Terrestre (INTRANT), que anunció una “alianza” con RCC Media para emitir un programa acerca del tránsito. En diciembre de 2023, el propio presidente Abinader ofreció una entrevista para el estreno de una cabina en una de las radios de Espaillat.
Se trata de un negocio de los llamados “intocables”. A pesar de que vecinos y vecinas de la locación se quejaban del alto ruido, e incluso un incendio afectó sus instalaciones en 2023, las autoridades hicieron caso omiso, porque se trataba de un negocio Marca País. Aunque el presidente Luis Abinader, la procuradora general Yeni Berenice, la ministra de Interior y Policía Faride Raful y otras autoridades se presentaron al lugar, ninguno se ha pronunciado acerca de la necesidad de investigar exhaustivamente las causas de la tragedia, que a todas luces fueron previsibles, ni de la necesidad del establecimiento de un régimen de consecuencias ejemplar para los responsables.
Este silencio no es fortuito, confirma el pacto de complicidad y dice mucho en un contexto en que el gobierno de turno se ha caracterizado por ejecutar un discurso y programa político ampliamente favorecedor de la élite empresarial, perpetuando el modelo económico basado en el extractivismo y la destrucción de los bienes comunes.
Todo esto sucede a pocos días de que el presidente Luis Abinader anunciara 15 medidas racistas, arbitrarias e inconstitucionales para endurecer la cacería de personas negras y de ascendencia haitiana en el país. Medidas que, dicho sea de paso, esquivan lo neurálgico: las responsabilidades de un sector empresarial también intocable que se beneficia y lucra de la falta de regularización; que prefiere cargar las deficiencias del sistema de salud a las personas negras y de ascendencia haitiana y propagar el odio sin hablar de la baja inversión estatal en el sector salud, el secuestro de la seguridad social y la instauración de un régimen donde el acceso universal a la atención en salud es convertido en mercancía, que se subordina a la capacidad de pago, a la rentabilidad de las Administradoras de Fondos de Pensiones (AFP) y las Administradoras de Riesgos de Salud (ARS), y al lucro financiero a costa de la precarización y la negación de la dignidad de la población.
Para el 2023, estas entidades financieras reportaron ganancias de más de 5,000 millones de pesos. Datos que demuestran que nuestra marca país continúa siendo el racismo de Estado, que instala un orden político, social y económico en el que se priorizan unas vidas sobre otras y donde se prioriza el capital y las ganancias por encima de la vida, donde los sin apellidos y los nadies poco importan, o mejor dicho, no importan.
Poco es lo que ha trascendido en la prensa sobre los trabajadores y trabajadoras del Jet Set. No conocemos las caras, las historias, los anhelos de la gente que sostenía día a día el establecimiento: los nadies del Jet Set, cuyos cuerpos aún no han sido entregados a los familiares. “Que nos entreguen nuestros muertos”, dijo Gloria García a la BBC, quien perdió a su sobrina y quien además pidió “que nos dejen vivir nuestro duelo”. En algunos casos, las actas de defunción entregadas a los familiares contienen datos erróneos o no especifican el lugar de defunción.
Lo ocurrido esa madrugada puso en evidencia que no estamos preparados para este tipo de emergencias, como tampoco lo estábamos en 2007, ni lo estamos ahora, en islas donde la crisis climática que causa el norte global cada vez más se acentúa, amenaza y golpea de forma desproporcionada a las personas negras y racializadas. Hoy sé que no es normal que la gente muera de esta manera, que detrás de cada evento existen responsables, y que casi siempre tienen nombre y apellidos. Hoy sé que las tragedias no nos tocan a todas las personas por igual. Para algunos, sobrevivir es parte de nuestra cotidianidad, donde el patrón es el racismo estructural.
*Activista afrofeminista y fundadora del colectivo antirracista Aquelarre Bonao.