UNA VEZ, UN CIRCO 6 puntos
(Argentina/Alemania, 2024)
Dirección: Saula Benavente.
Duración: 82 minutos.
Estreno exclusivamente en Cine Gaumont.
Mucho antes de que el celebérrimo Cirque du Soleil se transformara en el sinónimo de circo, las pistas bajo los techos de lona eran mucho más pequeñas, los actos más artesanales y, junto con los acróbatas, magos y payasos, se paseaban frente al público los más diversos animales amaestrados. No fue hace tanto tiempo, aunque ciertas características parecen formar parte de la prehistoria. De todos los circos locales y extranjeros que alguna vez alzaron sus carpas en nuestro país, tal vez el Circo de Moscú sea el más reconocido, un polo de atracción infantil y familiar, generador de anécdotas y recuerdos para varias generaciones. La realizadora Saula Benavente se propuso contar la historia de esa prestigiosa institución a partir de sus múltiples visitas a Buenos Aires, desde la primera aparición en 1966 hasta las últimas actividades en el Luna Park, ya en plena perestroika y con la U.R.S.S. a punto de desaparecer. Gracias a entrevistas actuales a exmiembros de la troupe y el uso del material de archivo, Una vez, un circo –producida, entre otros, por Albertina Carri– narra esa historia de niños sonrientes y artistas aplicados, pero también de estrictas vigilancias y alguna que otra deserción.
Todo comienza con el llamado a una exintegrante, parte de la investigación que la realizadora y el equipo realizaron durante la preproducción. “Los circos de acá eran muy pobres, te daban como una pena”, afirma otra mujer que participó en la organización de varias visitas del grupo circense durante los años '80. “Ellos tenían unos trajes maravillosos, unos cortinados fantásticos, hacían números espectaculares”, continúa, mientras las imágenes confirman sus palabras. Los actos de equilibrio y contorsión, el fondo y la forma de los sketches de los clowns, la majestuosidad de los osos montados sobre sus bicicletas estaban a años luz de lo que solían ofrecer los circos locales. De allí el éxito de cada una de esas apariciones, que varios participantes del documental confirman con lujo de detalles, como un escenógrafo y “plomo” que recuerda con emoción las plateas llenas. Pipo Pescador, que supo estar en contacto con el circo e incluso visitó Moscú durante los años '80, también desgrana algunos recuerdos personales.
Una vez, un circo incluye un segmento dedicado a discutir la pertinencia o no de incluir animales como parte del espectáculo –las opiniones van de un extremo al otro, con paradas intermedias– y otro en el cual los “chequistas”, agentes de la KGB que al final del viaje debían escribir un reporte de comportamiento individual y grupal, se transforman en el eje de atención. También se destaca la figura de Oleg Popov, el gran payaso soviético, y su influencia en el arte del clown contemporáneo. Durante los últimos tramos del documental, aprovechando la historia de la deserción en 1986 de una pareja de trapecistas durante su estadía en Buenos Aires, se describen los años de Gorbachov y la caída del sistema económico y social que había permitido, precisamente, la existencia de una entidad como el Circo de Moscú. La que cuenta Benavente es una historia fascinante, que va mucho más allá de la simple acumulación de datos y anécdotas.