Quizá le resulte una cierta irreverencia, exigente lector, que comience esta nota contándole un chiste judío, siempre advirtiéndole que los chistes que nos contamos los judíos unos a otros tienen un humor medio escondido, una ironía sacrílega, un espíritu autoflagelante que, a veces, solo a nosotros nos hace gracia.
A un grupo de, digamos, viejas damas indignas y judías, por calificarlas con