Hace casi cuatro años, perdió a su compañero, el siempre recordado Horacio González. Con recuerdos y presencias domesticó la soledad, con tenacidad superó un cáncer y, con convicción, siguió cantando. Terca habitante del tiempo que le toca vivir, terminó hace unos días de grabar un disco –“el último”, dice, como preventivamente repite en cada uno que encara– y en tanto sigue presentándose en vivo, “porque el calor del escenario y la cercanía del público no se reemplaza con nada”. Liliana Herrero no se resigna a ser testigo afónico de la desmaterialización de un mundo cruel y virtual. Lo rearma y lo desafía con las armas de la música. Cuerpo y canción. Territorio y memoria.

Este sábado 19 de abril –el show se anuncia para las 22 y la sala abre a las 20–, Herrero se presentará en el Torquato Tasso, la sala de Defensa 1575. Con ella estarán Pedro Rossi, en guitarra, y Ariel Naón, en contrabajo, músicos temperados en el mismo afecto, con los que desde hace años la cantante imagina mundos sonoros posibles e imposibles. “No puedo pensar la música sola, siempre trato de crear comunidad, de ser parte de un colectivo", define Herrero al comenzar la charla con Página/12. “Con Pedro y Ariel colaboramos desde hace mucho; juntos, con muchos otros más, hemos transitado un repertorio enorme, que nos une y nos compromete, al punto que ya nos entendemos sin mirarnos”, cuenta.

Fernando Cabrera, Atahualpa Yupanqui, Buenaventura Luna, Cuchi Leguizamón, Luis Alberto Spinetta, Raúl Carnota, Teresa Parodi, Jorge Fandermole, Fito Páez, Edgardo Cardozo, Mocchi. Estos son algunos de los nombres que contribuyen a ese repertorio, que el sábado compartirán en el Tasso. “La idea es la de siempre, trazar un horizonte, dejar en claro de qué estoy hablando cuando canto y desde dónde canto”, dice Herrero. “¿Qué será cantar sino la posibilidad de salir a fundar otros territorios? Es una gran pregunta, ¿no?”, plantea. “Hay que inventar, para encontrarnos, para no dejar de señalar que somos una presencia, ideológica, artística y cultural. Hay que inventar sin miedo a los abismos, para responder a este clan de extraviados que hoy nos gobierna”.

Asamblea. Territorio. Abismo. Herrero es un idioma, la lengua que pronuncia con acento propio un cancionero del tamaño de su esperanza. Viejas páginas de la música criolla conversan con lo que sale de la creatividad de las sucesivas generaciones y cada interpretación, en ese diálogo, es el producto de una reflexión larga y compleja. Un camino trazado desde el gozo, aunque no exento de tormentas e inclemencias, que tiene su galardón en el don del canto, júbilo y catarsis. “Por esto de inventar sin miedos, también necesitaba grabar un disco, poner en diálogo algunas de las canciones que de distintas maneras me dicen algo y me permiten decir algo”, dice Herrero.

“Aunque no se bien qué quiere decir ‘disco’ hoy, en épocas de plataformas y virtualidad, pero no encuentro otra manera de materializar lo que somos y lo que hacemos. Lo siniestro de esta época es que no hay cuerpos. Siempre pensé a la música, como a la política, como la carnadura de una comunidad. Esta es una época virtual e injusta, que me expulsa y horroriza. Por eso el disco que estamos grabando se va a llamar Fuera de lugar”, marca la cantante.

– ¿Fuera de lugar como renuncia o como denuncia?

– Como toma de posición. Este Fuera de lugar no significa retiro, ni mucho menos deserción. Este mundo es ajeno y cruel. Sus defensores sostienen argumentaciones instrumentales, utilitarias, eficaces y normativas. Pensado así, el mundo atenta contra la vida, porque deshecha de plano todo lo que aún podemos llamar humano e incluso la misma palabra mundo. Si este mundo nos impide estar en él, es necesario retirarse, revisar los pliegues del lenguaje y salir a en busca de otro horizonte. No me retiro, me corro de este, pero para fundar otro lugar.

– No será la primera vez que te corrés para fundar otro lugar…

–“Fundar” es una palabra compleja y estimulante. Es posible que algo de eso pueda vislumbrarse en lo que he intentado hacer en la música. Que por otro lado no hice en forma provocativa, ni para enarbolar la transgresión como baluarte, ni pensando que estaba haciendo algo que nadie se animaba a hacer o decir. Me interesó atar un poco unos cabos, ciertos cabos. Las “puntas de un mismo lazo”, que son parte, me parece, de una forma personal y de una particular preocupación por el mundo, pero nunca como pretensión de verdad. Así traté de hacerlo, sabiendo también que hay que dejar un lugar burlón en los pensamientos para señalar de otro modo la gravedad de las cosas.

–¿Eso podría llamarse estilo?

–No lo sé. Lo que yo busco es que irrumpa un hecho, un objeto heterogéneo y distinto, y que en ese acto pueda verme a mí misma haciendo eso. Mi tarea en la música es descubrir el choque de lenguajes que, acaso inesperadamente, acuden a un punto y nos abren la posibilidad de armarlos y rearmarlos. Con la esperanza de que germine algo inaudito y con la certeza que siempre queda algo por decir y por oír.

–La infinita relación entre pasado y presente es una marca en tu música. ¿Es algo buscado?

– Me gusta pensar que el pasado o los legados no son reliquias, sino más bien desarreglos que es necesario interpretar y recomponer. Hacer música para mí es asumir la relación compleja entre pasado y presente, sobre la que es necesario también una intervención, porque el pasado no es algo que el presente recibe sin más, así nomás. No basta mirar hacia atrás desde el presente para encontrar el pasado. En ese laberinto se abre la posibilidad de crear algo inaudito.

–¿El pasado como fuente de novedades?

– Sí, pero no solo eso. En la música, las irrupciones del pasado son verdaderos acontecimientos de montaje, es decir aparece una voz nueva en la voz antigua, lo que estábamos acostumbrados a oír aparece en una nueva dimensión. Ahí se libra una batalla enorme con lo que estaba estandarizado, es decir la comprensión rápida e inmediata. Ahí hay tensión y esa tensión es filosófica y política. En definitiva, trato de observar en el uso actual de las culturas musicales presentes, la presencia de capas musicales antiguas y traducir esa tensión en un sonido.

–También el pasado, los legados, están en movimiento…

–Yo pienso que sí. Esas capas no son mezclas complacientes, son tensiones culturales que evitan cualquier cristalización y no conviene pensarlos de manera fija y definitiva. A través de esas tensiones oscilan los distintos sostenes de la identidad y de la memoria.

–¿Entonces cantar, en un sentido amplio, es un ejercicio de reconstrucción?

–Y de imaginación. Mi canto no va desde el compositor al público a través del intérprete. Me gusta pensar que el compositor es el oyente, el público, cuando al escuchar una nueva versión de cualquier canción, inevitablemente evoca sus propios originales. La música no se escucha cuando se escucha sino que se escucha, se termina de concebir, cuando se evoca, cuando la memoria retumba. Ese gesto es más fuerte que un aplauso.

–¿La música como ejercicio del pasado?

–No necesariamente. Pero no podemos dejar de reconocer que hablamos de tensiones en movimiento. Así podemos comprender el pasado no como algo muerto, algo ya sucedido y perdido en el tiempo, sino como invención, como creatividad. Si lo pensamos así podemos volver a nombrar las cosas sacándolas de cualquier canon. Nos abrimos a la posibilidad de una nueva jornada.

Fuera de lugar, pero no fuera de la memoria…

–Sin duda fundar requiere memoria, palabra también compleja. Todos apelamos a la memoria, pero ella tiene muchos planos, capas que en muchos casos preferimos evitar y la pensamos como algo compacto, preciso y verdadero. Entonces si partimos de la base que la identidad de cualquier pueblo es un dilema, es problemática, es conflictiva, la memoria de un pueblo, posee las mismas características. Uno siempre está adentro y afuera de la memoria. Fatalmente se recuerda y se olvida.

La música en comunidad

“A Fuera de lugar lo pensamos con Pedro Rossi y Ariel Naón. Voz, guitarra y contrabajo, con la percusión de Facundo Guevara, nos metimos a grabar en Ion, que hablando de pasado es un estudio con una gran historia y eso me da certezas. Como me da certezas contar con un ingeniero de grabación como Ari Lavigna, el piano de Mariano Agustoni, invitadas queridas como Susy Shock y Lidia Borda”, dice Liliana Herrero. “Yo nunca canté sola y también en esta oportunidad pensar la música en comunidad nos permitió hacer un disco y definir su identidad”, agrega la cantante, que siempre se preocupó por extender las exploraciones de su voz al ámbito instrumental para terminar de definir un sonido y una manera de decir.

Ocho canciones y un poema de René Char dan forma a Fuera de lugar. “Todo empezó con ‘Por seguir’, una gato de Raúl Carnota y Carlos Marrodán, que vengo cantando desde hace tiempo. También tenía cierta urgencia por grabar ‘El alazán’, de Yupanqui, que canté sin melancolía. Ahí quise ser fuerte, sobre todo cuando digo ‘Mi alazán, te estoy nombrando’, un verso que con sus repeticiones sostiene la canción y a mí me atraviesa de manera muy especial”, cuenta Herrero. “Aguafuerte”, con la música de Teresa Parodi sobre un poema de Elvio Romero; “Asilo en tu corazón”, de Spinetta; “Chipi chipi”, de Charly García; la extraordinaria paráfrasis fierrista de “Martín”, de Edgardo Cardozo, además de “Ejercicio” y “Compostaje”, dos canciones del cantautor uruguayo Mocchi, completan una selección concisa y poderosa

“Siempre mi preocupación pasa por las canciones que elijo. Lo hago desde la música, la palabra y también de la posibilidad que dejan para decir lo que me interesa decir. Hago versiones sabiendo que no hay cover posible. No se trata de repetir, sino de interpretar y relanzar", concluye Herrero.