¿Cómo decirlo? La deuda externa no es una cuestión económica, sino geopolítica. Están los funcionarios que solicitan los préstamos, es verdad, pero antes, mucho antes, están los organismos de crédito internacionales, especialmente el FMI, que les exigen y los conminan a endeudar al país (a cambio de retornos personales, participación en las ganancias, etc.). Es decir, la deuda es el principal elemento de dominación y control sobre los países.
En el mundo del capitalismo actual, por un lado u otro, siempre hay ganancia. La deuda impagable en dólares, se paga con el pellejo de las tierras fértiles, el litio, el hambre de los pueblos, etc. No es casual que un alto funcionario argentino diga a los ciudadanos: "van a sufrir". En este caso lo que se pierde en valor adquisitivo se gana en sufrimiento, en goce, en la extraña satisfacción que algunos individuos obtienen de sus propios padecimientos. Esto es muy freudiano. El capitalismo actual ha puesto al "goce" a su servicio, casi como una metodología política y lo ha convertido en valor de cambio. Hoy el goce cotiza en bolsa, podríamos decir.
“No hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague” dice el famoso refrán que sintetiza la trama de una serie de obras de teatro que van desde Tirso de Molina, Antonio de Zamora hasta José de Espronceda y José Zorrilla. Pareciera que a esto lo saben muy bien los acreedores externos. Saben que no existe una sola forma de pago y que aun cuando haya pérdidas, hay ganancia más allá de lo monetario. Es que el dinero no es únicamente dinero, sino también un elemento simbólico de distribución de los intercambios humanos, generador de poder y control sobre los otros, de disciplinamiento de personas y lugares. El ahorcamiento financiero mediante la usura es un arma, un elemento de dominio político. Lo buitre es hoy, por estructura, el orden económico global en su conjunto, capaz de hacer hasta de sus propias calamidades la fuente de rentabilidad absoluta.
No es cierto que a los acreedores externos les interese cobrar lo que se les debe (lo que más detestan es que se les quiera pagar). Por el contrario, prefieren las eternas refinanciaciones y las tomas de nuevos préstamos por parte de los deudores, o sea, cobrar sólo los intereses y así al infinito.
Por ejemplo, para el usurero del barrio no era atractivo que el deudor quisiera pagarle la deuda. Aquel iba por la heladera y si es posible por la casa misma. El usurero se relame con las propiedades.
He venido escribiendo desde hace décadas sobre la obra de teatro de Shakespeare "El mercader de Venecia", paradigma de la usura. El prestamista (el usurero Shylock), ya cumplido el plazo para saldar la deuda contraída por el mercader (Antonio es su nombre), no acepta el pago en dinero, aunque se lo dupliquen. Quiere tercamente cobrar con la "libra de carne", tal lo estipula el contrato en caso de vencerse la fecha y la hora de pago. Es decir, con la muerte segura del mercader (extraerle un pedazo de carne del corazón a Antonio, como versa en el contrato, es sinónimo de matarlo). Pero en nombre de la legalidad del código de Venecia, el usurero Shylock se ubica por fuera de la Ley simbólica. No todo lo legal es ético. Ello es lo que muchos no entienden.
Shakespeare en esta obra revela la insaciabilidad y el exceso, la desproporción, que permiten la analogía con la irreductibilidad del orden financiero actual. El saqueo y la impiedad se imponen en nombre de lo legal.
Los acreedores externos, al igual de lo que sucede en la obra de Shakespeare, hacen de su displicencia por el pago a tiempo de la deuda, aun cuando éste se ofrezca en términos muy beneficiosos para ellos, la palanca de un relanzamiento del goce pulsional irrestricto y la oportunidad de una rentabilidad absoluta, sin recortes ni condicionamientos. Van por la vida misma del deudor, es decir, por la libra de carne. En otros términos, el sistema financiero actual está en condiciones de doblegar al otro (a los países) sin que ello sea un delito y vendría a representar el más allá de la época, ese punto irreductible al ordenamiento significante.
A esto lo he explicado detalladamente en dos de mis libros: "Neoliberalismo y caída de los límites", de 2016, y "El capitalismo absoluto", de 2023. Pero fue Jacques Lacan quien teorizó, infinitamente mejor, por supuesto, de más está decirlo, sobre "la libra de carne", aunque no en relación directa con la economía monetaria, sino en relación con el goce y otros conceptos del psicoanálisis.
Veo que hoy algunos periodistas ya están hablando, un tanto confusamente, de la famosa "libra de carne". ¿Pero en el caso de los préstamos del FMI, cuál sería la libra de carne? Lo sabemos. Son los recursos naturales, los territorios, las tierras "raras" como se dice hoy, el litio, los minerales, etc.
Insisto. Los préstamos del FMI no son inicialmente solicitudes, sino exigencias del organismo de crédito, o, mejor dicho, del instrumento de acción geopolítica de control y dominio de las regiones. Es evidente, dentro del paquete crediticio vienen envueltas, y con moños, las diversas coerciones y mandatos incondicionales, el verdadero imperativo de la deuda: las reformas laborales y previsionales, la destrucción de la educación, los recortes en la salud pública, la paralización de la obra pública, el empobrecimiento poblacional, el crecimiento de la marginalidad, el deterioro social, en definitiva, las medidas necesarias para que el país no se desarrolle y no constituya un competidor en la región. El patio del fondo no debe comerciar por su cuenta, sin el permiso y la vigilancia de los dueños del palacio.
La analogía entre el FMI (o los diversos organismos de crédito internacional, los Fondos buitre, etc.) y el Superyó freudiano es inevitable. El Superyó, esa instancia severa y cruel, la figura obscena, que cuanto el sujeto más le obedece, lejos de aplacarse y darle una tregua, por el contrario, más implacable se torna y nuevas exigencias y sacrificios le impone.
Los organismos de crédito y el mismo gobierno estadounidense, se parecen demasiado al Superyó, al que Freud y Lacan equiparan al imperativo categórico kantiano, es decir, a ese mandato incondicional e irrestricto que confina al sujeto (a los países en este caso, si la analogía es válida) en el goce mortífero y la vuelta contra sí mismos. En definitiva, cuando más se cumple con las exigencias superyoicas, más endeudado se está. Cuanto más se obedece al imperativo categórico, más culpa se carga. La fase actual del discurso capitalista, como el superyó freudiano, en su insaciabilidad, ha traspuesto los límites.
Los funcionarios gubernamentales criollos, asiduos concurrentes al casino global, timberos consuetudinarios, endeudadores seriales, meros intermediarios o gerentes de los negociados espurios cuando no chirolitas en la oscura farsa de la época, actúan disfrazados de políticos, con sus máscaras de andar por las calles de sus conveniencias particulares. No hay gobierno, sino plan de negocios, descomunal transferencia de recursos económicos desde los sectores humildes y medios de la población hacia los grandes grupos de la economía concentrada y el tecno-feudalismo. Ello se llama apropiación planetaria.
En síntesis, no hay neoliberalismo (o neoliberfascismo o post neoliberalismo o tecno feudalismo, o como se quiera llamar a la fase actual del discurso capitalista), sin corrupción y delito. El delito, la corrupción, la fuga de capitales, los paraísos fiscales, el endeudamiento irracional, el narcotráfico, los negociados, etc., son consustanciales y estructurales a esta fase del discurso capitalista.
Por todo ello, el principal problema que asuela a las naciones ni siquiera es económico o financiero, sino fundamentalmente moral y ético. Se trata de la voracidad y la maldad humana, no de los números.
*Escritor y psicoanalista