"Creo que el público ni siquiera es consciente de quién soy", dice Steven Soderbergh, sin un ápice de autocrítica. Y quizá tenga razón. Soderbergh lleva más de 35 años haciendo largometrajes, y muy famosos, pero es discutible que el ciudadano de a pie pueda reconocerlo en una rueda de reconocimiento. Muchos de los directores con los que trabajó -Spike Lee, Quentin Tarantino, David Fincher, los hermanos Coen- son ahora marcas en sí mismas. Soderbergh, con su resbaladizo currículum lleno de hitos de la cultura pop, extrañas tangentes y admirables fracasos, es más bien una incógnita. ¿Sexo, mentiras y video, Magic Mike, La gran estafa, Erin Brockovich? Todos las conocen. ¿El hombre detrás de ellas? Probablemente no.

Desde que en 1989 Sexo, mentiras y video lo convirtiera en el cineasta en solitario más joven en ganar la Palma de Oro en el Festival de Cannes (para su probable horror, sólo tenía 26 años), ha alternado papeles dentro y fuera de Hollywood. Ha sido un favorito de los Oscar (Traffic y Erin Brockovich obtuvieron sendas nominaciones a la Mejor Película en 2001, y Soderbergh se llevó a casa el premio al Mejor Director por la primera), un experimentalista renegado (Mosaic, un asesinato misterioso de siete horas protagonizado por Sharon Stone, se estrenó como una aplicación móvil interactiva en 2017) y el jubilado más efímero del cine (anunció llamativamente en 2013 que la biopic de Liberace Behind the Candelabra sería su última película; desde entonces dirigió 11 más). Pero a pesar de rebelarse contra las expectativas a lo largo de su carrera, también es realista. "En la práctica, si hacés muchas películas que la gente no va a ver, no conseguís hacer muchas más. Y ahora mismo tengo que pensar qué tipo de películas voy a hacer en el futuro. No me interesa trabajar continuamente en cosas que, si salen en una conversación, la gente dice... 'ah, ¿eso se estrenó?'".

Soderbergh se encuentra en Londres, donde está editando su nueva película The Christophers, una comedia negra sobre la falsificación de obras de arte protagonizada por Ian McKellen y Michaela Coel. Si todo va según lo previsto, se estrenará a fines de este año, convirtiéndose en la tercera película de Soderbergh que se estrena en un plazo de 12 meses. Presencia, una casa encantada de terror rodada desde la perspectiva del fantasma, llegó en enero; Código negro, un thriller de espionaje plagado de estrellas con Cate Blanchett, se estrenó en marzo. Una carrera tan ajetreada sería normalmente motivo de celebración, pero el Soderbergh que aperece hoy está ansioso y ligeramente cabizbajo. A pesar de las buenas críticas ("Inmensamente placentera", dijo Clarisse Loughrey de The Independent; "Ha renovado mi fe en el cine moderno", dijo Angelica Jade Bastién, de Vulture), Código negro se desplomó en taquilla, y sólo recaudó 35 millones de dólares de un presupuesto de al menos 50 millones. Soderbergh, con unas gruesas gafas negras y vestido con un traje gris sobre una camiseta roja de alarma de incendios, admite estar desconsolado.

"Este es el tipo de película con el que hice mi carrera", explica. "Y si una película de presupuesto medio y protagonizada por estrellas no consigue que la gente mayor de 25 años acuda a las salas -si eso es realmente una zona muerta-, entonces no es algo bueno para el cine. ¿Qué le va a pasar a la persona que está detrás de mí y que quiere hacer este tipo de películas?". Una vez que se asentó el polvo del fin de semana de estreno de Código negro, su recaudación se convirtió en un tema candente dentro de la industria, afirma. "Sé de buena tinta, por haber hablado con alguien que trabaja en otro estudio, que el lunes después del estreno de Código negro la conversación en la reunión de la mañana fue: '¿Qué significa cuando no se consigue que una película como ésta funcione?' Y eso es frustrante".

Hoy, Soderbergh promueve el estreno de Código negro en proveedores de video  hogareño -ya está disponible a la carta- no sólo porque cree en la película, sino porque los datos han demostrado que ganará la mayor parte de su dinero fuera de los cines. "Todo el mundo en Focus Features -la distribuidora de la película- me ha asegurado que, en última instancia, Código negro saldrá bien y dará beneficios", dice, “pero lo fundamental es que tenemos que encontrar la manera de cultivar este público para películas que están en este rango medio, que no son espectáculos fantásticos o películas de terror de bajo presupuesto”. Suspira. "Son películas para adultos, y esas no pueden desaparecer así como así".

Como colofón, Código negro es la mejor película de Soderbergh en años. Blanchett y Michael Fassbender interpretan a los espías casados Kathryn y George, uno de los cuales podría ser un traidor implicado en el robo de un peligroso malware. La trama se desarrolla durante dos acaloradas cenas en las que la pareja invita a una serie de invitados de poca confianza (entre ellos un agente secreto magníficamente astuto interpretado por Tom Burke y una psiquiatra sospechosa interpretada por Naomie Harris) para que cuenten todo sobre el robo. Se piratean las cámaras de vigilancia. Se utilizan detectores de mentiras. Todo el mundo es ridículamente guapo y viste de cuero caro. Es un cine clásico, sexy y con garra. El hecho de que pocos se convencieran de salir de casa para verla resulta deprimentemente significativo.

Dicho esto, Soderbergh ya ha estado aquí antes. Sexo, mentiras y video, un drama psicológico sobre un hombre casado que graba a mujeres hablando de su vida sexual, se filmó por poco más de un millón de dólares y convirtió al entonces desconocido montajista freelance en una superestrella. Sin embargo, sus siguientes películas -la biopic Kafka y la trepidante historia de superación personal El rey de la colina- fueron un fracaso, y Soderbergh pasó gran parte de los noventa en picado. Describe The Underneath, un confuso thriller de 1995 protagonizado por Peter Gallagher, como una "llamada de atención". The Underneath estaba contada de forma tradicional y su director era anónimo. Desde entonces la ha calificado de "muerta al llegar". A partir de entonces, insistiría en los montajes elegantes, los interiores fríos y las estructuras poco convencionales, aunque disimuladas por la presencia de estrellas de cine con mayúsculas.

Julia Roberts ganó el Oscar por Erin Brockovich.
 

 

Un romance peligroso (1998), su gran avance en la época post-caída, estaba protagonizada por George Clooney y Jennifer López como un ladrón y una investigadora enredados en un romántico juego del gato y el ratón. No arrasó en taquilla, pero se ganó la suficiente confianza de la industria como para devolverlo a la cima. Su carrera posterior fue vertiginosa desde el punto de vista creativo, aunque no siempre desde el comercial, aunque incluyó algunos grandes éxitos de taquilla: la aguda y brutal película de asesinos a sueldo de Terence Stamp El halcón inglés (1999); el cuento de drogas Traffic (2000); el soleado drama legal Erin Brockovich (2000), que le valió un Oscar a Julia Roberts; La gran estafa (2001); su elegante remake de Solaris (2002), de Andrei Tarkovsky; la polémica y autorreferencial La nueva gran estafa (2004).

Pocas de ellas, piensa, existirían hoy en día. "Erin Brockovich no se haría hoy; Traffic no se haría. A menos que tengas a Timothée Chalamet que, Dios lo bendiga, parece estar interesado en hacer otro tipo de películas. Pero esa ventana es cada vez más pequeña para que los cineastas se cuelen por ella".

Desde principios de la década de 2010, Soderbergh ha trabajado principalmente en el cine de género, tras una mala experiencia en una película biográfica de dos partes y casi tres horas de duración sobre el Che Guevara protagonizada por Benicio del Toro. "En esa película vi cómo la gente se convertía en zombis y en animales atropellados porque era muy estresante y físicamente difícil de superar", dice riendo con pesar. "Me curó de querer hacer cualquier cosa que se pudiera etiquetar como 'importante'". Después haría Magic Mike (2012), inspirada en la breve época en que Channing Tatum trabajó como stripper, junto con la inquietantemente premonitoria película sobre la pandemia Contagio (2011), a la que todo el mundo volvió durante la  Covid, el thriller Efectos secundarios (2013) y la espumosa comedia La estafa de los Logan (2017), protagonizada por Tatum, Adam Driver y Daniel Craig. "Las películas de género son el mejor y más eficiente sistema de entrega para cualquier idea, porque el público aparece diciendo: 'Oh, voy a ver una comedia, o un terror, o un thriller', y podés empaquetarlo bajo la superficie con todas las cosas de las que realmente te interesa hablar. Todo el mundo sale ganando".

Código negro.
 

 

Sin embargo, esto se ha complicado últimamente. Varios de los proyectos recientes de Soderbergh -sobre todo el drama policíaco Sin movimientos bruscos, protagonizado por Don Cheadle, Jon Hamm y Julia Fox- han pasado inadvertidos, mientras que otros quizá no sepan que existen. Una de sus películas favoritas es Let Them All Talk, una comedia picante en la que una novelista (Meryl Streep) se embarca en el transatlántico Queen Mary 2 con dos amigas sobre las que ha escrito (Dianne Wiest y Candice Bergen). Estrenada en la plataforma de streaming estadounidense HBO Max en diciembre de 2020, -extrañamente- no tuvo estreno en salas y no está disponible en todos los territorios. "Este es uno de los resultados de este mundo raro en el que vivimos ahora", dice. "Si estás en Gran Bretaña, por ejemplo, no podés ver Let Them All Talk". Dice que la explicación es aburrida -algo sobre acuerdos de distribución entre HBO y Sky-, pero que lo desconcierta. "Han pagado un buen dinero por una película que no se puede ver en un mercado que parece hecho a medida para verla", dice, exasperado. "No me parece un buen modelo de negocio".

Su esperanza, al menos con Código negro, es que la gente la descubra con el tiempo. "He hecho muchas cosas que la gente no ve cuando salen, o no están contentos con ellas cuando salen, luego pasa el tiempo y se han vuelto, como... oh, en realidad...". Sonríe. "¡A la gente incluso ahora le gusta La gran estafa!" Se acuerda de Un romance peligroso, que no hizo mucho dinero y que hizo que muchos se preguntaran si Clooney y López llegarían a ser estrellas de cine. "Rápidamente se la miró con buenos ojos y se le atribuyeron cualidades de éxito cuando en realidad no lo fue", recuerda. "Así que puede que dentro de dos años la gente diga: 'Oh, Código negro, ¡eso sí que fue un éxito!".

Soderbergh siempre ha tenido un sano cinismo en lo que respecta a la industria cinematográfica, y a menudo ha hablado de alejarse por completo del cine incluso después de volver a dirigir tras su breve cuasi-retiro. Por eso resulta un tanto chocante verlo hoy a la defensiva y preocupado por si hay espacio para él en el futuro, o para las películas que le gusta hacer. "Tengo mucho en qué pensar", dice en voz baja. "Creo que The Christophers va a estar bien, pero después de eso... no puedo ir a hacer otra película cuyo público objetivo sea el mismo que el de Código negro. No es una opción". Dice que no está enojado, que el trabajo de un artista es adaptarse al mundo que le rodea, pero que se ha desestabilizado. "No necesito más credibilidad indie, ¿se entiende?", dice. "Necesito hacer cosas que la gente vaya a ver".

 

Después de despedirnos, yo también empiezo a sentirme desestabilizado. Si uno de nuestros mejores cineastas vivos, que siempre ha parecido tan seguro de su visión, de repente se siente profesionalmente a la deriva... bueno, no puede ser bueno para los que amamos el cine.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.