Los sábados a las 20 h en el Teatro Nun, Mariana Chaud presenta Marcela contra la máquina, donde un grupo de teatro intenta armar una obra que pueda inscribirse en el régimen del sistema de visibilidad y éxito a la vez que no resigne el pulso, el deseo y la singularidad en el hacer. Lo que vemos, llevado con maestría por lxs actores (Ximena Banus, Nicolas Levín, Luciana Lifschitz y Violeta Brener), es una comedia sobre la distopía actual, una oda a los cuerpos y al teatro: máquina de verdad y ritmo.
Para hacerlo, Marcela y sus compañeros compiten con la inteligencia artificial que, en términos de argumento, discurso y data, siempre es más efectiva. A lxs actores no les queda otra que triunfar en el error, en la desprolijidad y transpirar para diferenciarse. En el ensayo teatral aparecen las variaciones del fracaso; se puede ser confuso, esquivo, ineficaz.
Obras que funcionan en espejo
Ese mismo fin de semana de Marcela vi en Mubi La sensación de que ya no es hora de hacer algo, Joanna Arnow (2023). Parquedad, silencio y desafectación. Una contracara absoluta de la obra de teatro que me trajo un sentido que no había detectado, una suerte de pensamiento retroactivo sobre el material de Chaud y sobre lo que nos diferencia (no solo de las máquinas, claro está, sino entre nosotrxs también) y que es nuestra forma de ser vulnerables. Las manifestaciones de la debilidad son una fortaleza. De alguna manera, la primera película de Joanna (Estados Unidos) podría leerse como una visita contemporánea a Bartleby el escribiente (Melville), donde una mujer de treinta y pico navega por sus días sin ser demasiado aseverativa para con nada.
La protagonista vive un sometimiento por parte de la empresa para la que trabaja y, en su tiempo libre, se encuentra con amigos sexuales con los que practica BDSM. Así transcurre y pasea el día a día. En todo momento, el registro del film es íntimo, silencioso, sin exabruptos; el humor arranca de esa levedad y la disociación que provoca. Nuestra Bartleby del 2025 no interrumpe su devenir y desplaza el “preferiría no hacerlo” por la omisión: nunca dice sí. Silencio. Eso rasguña.
Al muro de mi Instagram entra Silvio Rodríguez; yo no lo seguía, ni sabía que tenía cuenta. En su perfil aparece la palabra "trovador". En el video de promoción, Silvio hace algo diferente: usa la herramienta de la red social, pero se comunica distinto. Dice: “Este encuentro es para contarles que voy a hacer una gira por Latinoamérica”. Elige la palabra encuentro. Habla claro, nítido y lento. No es lento, me desdigo, no es más lento que lo que éramos antes de x2 del WhatsApp. Entonces, habla a un ritmo que se puede seguir a la vez que nos exige —a lxs que escuchamos— que estemos presentes, con él, acompañando su decir, sosteniendo-reteniendo el pasar a otra cosa. Qué ganas de ir a ver a Silvio cuando toque, cuando nos desacelere con su canción y nos haga sentir que recuperamos los sueños de la revolución. Qué ganas de estar ahí cuando eso pase.
Eso también: estar para que pase es patrimonio del cuerpo, o mejor, de un cuerpo junto a otro. La marcha es nuestra. La marcha y los sueños también.
¿Qué cosas se pueden hacer sin conexión?
El primer libro de mi infancia que recuerdo me haya generado un impacto hondo es Zoom, de Istvan Bayai, y no tiene palabras. Soy una extranjera ahí. Es un lugar que me queda incómodo y no me resulta familiar. El mundo de las palabras siempre es un lugar desconocido y vertiginoso para mí y por eso Zoom, en su forma de armar relato con las imágenes, de despertar la curiosidad y la perspectiva, me invitaba a estar presente, con la atención disponible, conectada.
La historiadora Claire Bishop en Atención trastornada. Formas de ver arte y performances hoy (Caja Negra) dice: “Es probable que la IA pase a ser una forma más de ready-made, con efectos imprevistos e inesperados (y sí, quizás también negativos), una vez que los artistas encuentren el modo de manipular esta nueva prótesis (…) La IA es solo un instrumento de conocimiento más; en el mejor de los casos nos llevará a nuevas formas de creatividad y colaboración, producirá resultados todavía más híbridos”.
Busco en mi maquinita “fuck de clock” y en un pestañeo me devuelve:
"Fuck the Clock" es una frase que proviene de un fragmento del poema "Babel" de Patti Smith.
-En la víspera de Año Nuevo de 1978, Patti Smith lució esta camiseta en un concierto en CBGB en Nueva York.
-La imagen de Patti Smith con esta camiseta es icónica y fue tomada por el fotógrafo Allan Tannenbaum.
-Puedes comprar una camiseta estampada con la frase "Fuck the Clock" tal y como la vistió Patti Smith en los años 70.
La inteligencia artificial no necesita tiempo ni tampoco necesita digerir. Es, como dice Bishop, una prótesis. El teatro de prótesis sabe mucho. En Marcela contra la máquina, cambia todo cuando entra a escena la hija de la dramaturga. El ritmo, el tono, el proceder muta y se abre un agujero en el final. No conocemos lo que viene. El futuro no es algo que la IA pueda revelarnos.
Vuelvo a pestañear. Miro la foto que capturó Tannembaum y que puse de fondo en el escritorio de mi computadora. Mi atención queda flotando sobre la boca joven y doblada de Patti. Con su remera blanca de letras negras. Ella en cuclillas, con los ojos cerrados. Sensual, rota, inadaptada.