“Ni pienso verla” “La vi y me quedé aterrorizada” “¿Cualquier chico puede entonces ser un asesino, aun uno que proviene de una familia normal?” “¿Está pasando lo mismo en Argentina que en Inglaterra?” fueron algunos de los comentarios que recogí de primera mano de madres atentas al fenómeno despertado por la serie Adolescencia.

Construir sujetos éticos

Cuando pensamos que la sensibilidad de un niño es algo a corregir porque “hay que prepararlo para sobrevivir en el mundo cruel” o que no sentir culpa ante el daño que se provoca a otro no es preocupante, ya estamos sentando las bases para las violencias futuras y legitimando un modo de convivencia donde se hace prevalecer la vivencia individual sin miramiento por el sufrimiento de los otros ni muchas veces por el que otros puedan causar en uno.

Se puede suponer que basta con estar y amar al hijo. Esto claramente no alcanza. Necesitamos problematizar si el amor que se transmite es un modo de amor que habilita o no al hijo a pensarse en comunidad. Es solo ese amor el que puede dar fortaleza, porque es un sentimiento que lejos de las pasiones voraces propone la legalidad de la convivencia con otros diversos a los que comprendemos como semejantes; como iguales y diferentes, merecedores del mismo buen trato que esperamos para nosotros. Los otros podrán cuidar mi fragilidad y a la vez ser sostén del trabajo psíquico que necesito hacer para lidiar con el malestar de vivir entre otros diferentes a mí. A su vez, cada quien se fortalecerá al poder sentirse sostén de un otro con quien mantendrá una perspectiva de reciprocidad que lejos de la especulación, permita la confianza. Nos cuidamos mutuamente, un poco en presencia y otro poco en ausencia (virtualidad). Y aunque cambian el modo y las lógicas, muchas veces conspirando contra la confianza, si hay ética, puede haber errores, incluso daño pero no impunidad.

Es sobre todo cuando hay falla en esta transmisión de la responsabilidad para con el otro, que se genera el caldo de cultivo para que la violencia social promovida por los usinas de subjetivación no sólo ingrese, sino que tenga donde hincar su dentellada en aquellos sujetos no solo sedientos de identificaciones necesarias para edificar sus ideales sino carentes de ética en el fundamento mismo de su propia constitución temprana.

La psicopatología psicoanalítica puede orientar intervenciones sin exceso de sesgo ni de generalización.

En la serie, el protagonista no puede reconocer sino hasta pasado un tiempo, que fue quien apuñaló a su compañera. Pero quien efectivamente busca triunfar sobre la ley, huyendo de la escuela, dejando atrás al policía que buscaba indagarlo, es el amigo que le dió el cuchillo. Mientras el niño que asesina va pudiendo reconocerse en lo que hizo, dejando de lado la desmentida que lo preservó hasta el momento de asumir al acto, el amigo no sólo niega su participación sino que confronta hasta el final. Sin embargo todos hablamos del niño que cometió el acto, que es el que pudo aceptarlo pidiendo que no lo dejen sólo (es el pedido que le dirige a la psicóloga que se va luego de extraer la información buscada). Sin embargo, rápidamente le colgamos el cartel de psicópata sin advertir que quien sí estaría más cerca de tal lógica sería el amigo que pretende triunfar con su propia ley sobre la ley del colectivo (lo que queda expuesto en las escenas de la enfermería de la escuela y en su huida, aún después de la golpiza recibida por parte de la amiga de la chica víctima del homicidio).

Muchos de quienes nos ocupamos de estos asuntos advertimos de la importancia de escuchar a los chicos silenciosos, a los buenos alumnos, a los funcionales pero mudos. Sin duda, el de “los perdedores” es un terreno de intervención ineludible y aún pendiente en muchos ámbitos (familiares y educativos) que sobrevaloran la producción de sujetos disciplinados por sobre la de sujetos éticos. Pero, ¿qué hacemos con “los ganadores”? con los que se llevan todo por delante y parece que podrían estar condenados al éxito por saber manipular a otros en una sociedad paranoica y violenta donde “si te dormís, perdés”.

¿Cómo prevenir la violencia sin perseguir-se?

La psicoanalista Silviia Bleichmar, quien patentó y mejor trabajo la idea de construcción del sujeto ético, señaló que todo acto de crianza, y nosotros agregamos, de educación de un niño. implica una tensión entre dos amores: el amor al hijo y el amor a la ley. El primero puede llevar a no demandar ciertas reasignaciones necesarias en el orden de la satisfacción pulsional “por no poder frustrar” al ser más amado. La segunda se refiere al amor a la legalidad que propone pautas para la regulación de la pulsión del niño en atención al cuidado y a la responsabilidad hacia sus semejantes. A diferencia de lo que habitualmente se cree, está legalidad no surge de las prohibiciones sino que, previo a estás hay un sujeto ético que late en la capacidad temprana de compasión y de responsabilidad por auxiliar a los semejantes. Sujetos éticos son los niños que asisten a otros cuando lloran, los que hacen una fricción a quien se lastimó cerca de ellos, quien en el aula presta un material al compañero que no lo llevó. Hace pocos días atrás escuché el audio del padre de una niña que vendía al doble del precio útiles a los compañeros que se olvidaban de llevarlos decía no saber si retarla o proponerle hacer un SRL. No hay dudas de que la humorada ya da cuenta de su Responsabilidad Limitada y probablemente de la presencia de un amor por su hija que no necesariamente la hizo ética.

Para poder ejercer cuidados los niños debieron ser pautados a la vez que amados.

La madre del asesino serial Rodolfo Robledo Puch amaba a su hijo pero en ese amor no había aprecio por el semejante. Solo amor al hijo.

Para los padres, pautar al hijo (y pautarse) siempre es tensionante pero quizás lo sea menos que perseguirse con la idea de que el hijo puede ser agente de un acto homicida.

Nadamos en esa tensión entre dos amores y en una cultura que no da corriente a favor.

Posiblemente sea solo conversando de estas cuestiones entre adultos que podamos recuperar el sentido de comunidad que nos viene faltando. Posiblemente la paranoia de ser atacados entre nosotros mismos nos deja mudos o inhibidos. Algunos como ganadores prefiriendo no escuchar y dejando que la escuela sea la única que eduque a sus hijos.

Posiblemente la tarea sea la de, cómo decía Fernando Ulloa, seguir generando intimidad y confianza para que retroceda la intimidación y con ella la violencia.

Psicoanalista, docente y supervisora clínica en La RiSAM Comunitaria de Rosario y coordinadora del Laboratorio de investigación en Psicoanálisis.

Bibliografía: Silvia Bleichmar: La construcción del sujeto ético. 

Violencia social, violencia escolar. De la puesta de límites a la construcción de legalidades.