PáginaI12 En Brasil
Desde San Pablo
“En muchos sentidos, ustedes son el futuro de la ComicCon”, tiró –un poco tribunero, pero no falto a la verdad– el director de cine David Ayer el domingo a última hora. Le hablaba a un auditorio repleto en la San Pablo ComicCon Experience, quizás el evento de cultura pop más grande de América Latina y rival directo en materia de asistencia de público con sus pares de Nueva York o San Diego. Y el auditorio no era nada modesto: los números oficiales hablan de 3500 personas. Un Gran Rex, diríase. Ahí mismo Netflix acababa de proyectar Bright, su última gran producción, estelarizada por Will Smith, también presente, ante un grupo de fans completamente enfervorizados. Fue uno de los momentos cúlmines del encuentro que comenzó el jueves pasado y terminó este domingo, donde la mayoría de los estudios dio avances oficiales de sus próximos estrenos o, directamente, ofreció funciones especiales para todos los fans con suficiente paciencia como para hacer una fila de horas.
Ayer acierta con aquello de “el futuro” de la marca ComicCon, por un lado es porque esta se expande por todo el mundo (el mismo fin de semana se realizaba en Buenos Aires su más modesta versión argentina) y las productoras y distribuidoras son cada vez más conscientes de la importancia que tiene instalarse simbólicamente en territorios que antes dejaban de lado. Pero por otro lado, porque lo que simbolizan y evidencian estas ComicCon son la emergencia de un nuevo fenómeno de cultura pop masivo y transnacional. Si en los 60 la cultura pop eran The Beatles, en este siglo XXI son las series y películas de este tipo las que construyen códigos generacionales y de reconocimiento que trascienden las fronteras. Si en los 60 el rostro de John Lennon podía ser santo y seña de los jóvenes, hoy puede decirse otro tanto de –por ejemplo– Stan Lee (quien curiosamente, inventó El Hombre Araña y tantos otros personajes hoy hiperpopulares en la misma época).
En este sentido, recorrer la ComicCon de San Pablo sólo se diferenciaba de las otras por una cuestión de idioma y volumen. La SPCCXP es descomunal, del mismo modo que la ciudad que la alberga. Es enorme, todos los stands son gigantes y aún en los horarios más tranquilos, ir de una punta a la otra caminando puede tomar no menos de 20 minutos. En “hora pico” de convención, el mismo trayecto puede demorar una hora y media. Y ni hablar de salir del predio al terminar la jornada. Escapar de la zona puede tomar 40 minutos, mientras se recorren los 10 kilométros siguientes en menos de 20. El tamaño del Artist Alley duplica al de su homónima porteña y, además, lo pone en el centro geográfico del predio. Para ir de un ala a la otra hay que pasar sí o sí por donde los ilustradores e historietistas locales muestran su obra.
En el Artist Alley de la SPCCXP es donde una vez más se pone de manifiesto la paradoja del nombre: como las otras, tampoco la de San Pablo tiene mucho que ver con la historieta. O con los quadrinhos. En el mejor de los casos, predomina el merchandising de cómics y productos audiovisuales derivados. Pero es el código: ya nadie se queja. El lector “del palo”, ese que los gerentes de marketing llaman “especializado”, va a otros festivales. Durante su recorrida por la CCXP, PáginaI12 apenas pudo contar tres stands de editoriales y otros tantos de comiquerías o distribuidoras. Si había más, eran pequeños y estaban escondidos entre los ruidos, las reproducciones de escenografías de series, los espacios de juegos y el programa online que transmitía en vivo. En cambio, sí pudo comprobar que, más allá de los autoeditados, muchos sellos independientes meten su material en el predio ofreciéndolo en los puestos del artist alley donde invitan a sus dibujantes. Una forma inofensiva de fisurar un poco el sistema.
Por lo demás, los modos de transitar y consumir el espacio son idénticos a los que pueden verse en Nueva York, Buenos Aires o Japón: las familias, los clubes de fans, las parejas, los grupos de amigos, todos se mueven de modos muy similares y hasta descansan del mismo modo junto a las vallas de entrada a una sala de conferencias. Más allá de las extensas filas para entrar a cualquier stand de las grandes productoras que invierten pequeñas fortunas en volverse atractivos para los visitantes, es hasta fácil sentirse como en casa. Cambian nomás algunos detalles: la marca que tiene la concesión de las hamburguesas de turno, qué cadena de cines vende pochoclos en el predio o algunos cosplays puntuales de obras locales. En Brasil ese honor le toca a Turma da Monica, un fenómeno de ventas descomunal, que lleva décadas vendiendo a razón de un millón de ejemplares por mes, decenas de miles por encima de la siguiente más vendida. Pero por lo demás, la única diferencia notoria respecto de sus pares nacionales es de magnitud.
Y más allá de algunas superestrellas, como Will Smith, que era el invitado central de esta edición, muchas otras figuras ya pasaron por Argentina. En el caso del puñado de historietistas estadounidenses invitados se cuentan la guionista Gail Simone y Paul Pope, el británico Simon Bisley. Por los mismos pasillos también circularon otros como Ariel Olivetti o los viejos conocidos de los fanáticos argentinos Fábio Moon y Gabriel Bá, los autores brasileños de mayor proyección internacional. Los actores y gente del mundo del cine y la tv, sin embargo, son los que se llevan el grueso de la atención. Y es lógico: al fin y al cabo, son la cara más visible de esta cultura pop transnacional.