En pocos días más, la frase “Habemus Papa” se escuchará desde el balcón de la plaza de San Pedro en el Vaticano. Quizás en ese momento estaremos en condiciones de avizorar por dónde transitará el naciente legado de Francisco I. Esto es: si su sucesor se dedicará a borrar una y cada una de las mociones que el pontífice latinoamericano puso en juego a favor de la paz, el respeto a los vulnerables; los inmigrantes; los pobres; la diversidad sexual; la ecología y el compromiso con el prójimo o, si hará suyas las señales que el argento hincha de San Lorenzo trazó con nítidas pinceladas. 

Entre las frases que más me impresionaron de Francisco figura aquella según la cual: “es mejor ser ateo que alguien que va a la iglesia y después odia a todo el mundo”. Bergoglio era jesuita. Los jesuitas son estudiosos, y en su mejor versión, articulan la inteligencia con la sensibilidad. Creo que algo similar acontece en esta frase, a mi gusto enorme, y cuyo alcance trasciende religiones, razas, credos y nacionalidades. Pone en primer plano el amor. El amor por sobre cualquier otra cuestión, incluso la propia fe. Es mucho. Pero mucho. Está diciendo me importa un comino si cumplís con el protocolo (tan parecido a proto loco, ¿no?) de ir a misa, confesarte, persignarte y bla. Lo que importa es qué te mueve el corazón. Qué alimenta tu alma. Gracias querido. No lo había escuchado nunca. Sí, sí. Lo había dicho San Agustín hace unos mil quinientos años: “Ama y haz lo que quieras”. Pero de un Papa en pleno auge del capitalismo salvaje y presidentes molestos porque la gente no odia lo suficiente (Javi dixit), esto cobra un valor eminente. Inédito. Como agua en el desierto.

El fundador de la orden de los jesuitas fue San Ignacio de Loyola. Hombre para quien la verdad solo se hace efectiva si se dice entre líneas. Francisco no podría haber sido mejor alumno de su legendario antecesor. El valor de los gestos de este Papa que se va --pero queda-- hace incuestionable aquello de que lo propiamente simbólico va mucho más allá de las palabras. Vaya como ejemplo el arrodillarse para besar los pies de un gobernante con el solo objetivo de implorarle que termine una guerra, o la ausencia de sonrisas ante un presidente cuyo gobierno condujo a la actual miseria que padecemos. Desde este punto de vista me gustaría señalar que el papado de Francisco rescata como pocos otros personajes de la historia reciente el lugar de la Autoridad, hoy tan degradado a lo largo y ancho de este planeta. Y pongo el acento en el carácter político de esta autoridad. Bergoglio fue un político inmenso. Con mayúsculas. Porque basó su investidura en un mensaje de amor. Y esto no es una cuestión ideológica. Es algo estructural. El límite que no se transmite a partir del amor no sirve. Retorna de la peor manera. 

No se trata de hacer un culto del amor, sino de una cuestión pragmática, contundente. Lo verificamos a cada hora en el consultorio. El prójimo es una noticia en el cuerpo propio, decía Freud. Y es a partir de esa marca que un sujeto se orienta en el mundo. La función paterna entonces --sea esta ejercida por quien fuere, hombre, mujer, tío, juez, tutora, etc.-- solo se hace efectiva si alguien compromete su afecto en la transmisión. Por eso bien podríamos convenir que Francisco no fue un padre bueno sino un buen padre. La iglesia católica es una institución. Pesada, conservadora, reaccionaria. Como bien supo decir el poeta y sacerdote Hugo Mujica: “la Iglesia tomó de rehén a Jesucristo”. Esto es: una organización armada (armada) para neutralizar el mensaje de un tipo --poco importa aquí si Cristo existió o no y bla-- que privilegió a los pobres, hizo de la humildad su recorrido en esta tierra y puso el amor por sobre cualquier otra cuestión. (Ah, y lo mataron por eso, o sea). 

En este punto, me gustaría pensar que Francisco fue el mejor de los ateos. Un ateo que nos hizo creer que la vida es algo mejor que odiar al vecino, encerrarse en uno mismo y prestar atención a las mentiras de los fantoches de turno.

Sergio Zabalza es psicoanalista. Doctor en Psicología por la Universidad de Buenos Aires.