El soñar es la más alta demostración de cómo se relaciona el amor y los duelos. Cuando alguien que ya no está más en esta tierra reaparece en ese color, la muerte no existe.

Lo más singular del ser humano es ese aroma, percibir tu presencia, oler cómo transpira tu alma, tu forma de colorear el mundo. El olor y el color son quizás lo único, por ser tan fugaz, que permanece para siempre.

Ponerse el manto del otro, mirar tus colores. Cuando eso acontece, seguirás vivo y uno se alegra de recordarte. Tu presencia sigue impregnando mi alma. Si el amor es tan incognoscible, tan difícil de definir; escuchar y seguir escuchando las charlas que hemos tenido y las voces que has pintado, tu obra, maestro querido.

En el amor, las claves no se encuentran sino en los pasos que se sueñan, en el color que te vuelve único. Ya no hay duda de que el amor no es propiedad, es la falta del otro. ¡Me haces falta!, el grito de amor más inapelable, rudimentario, esencial.

No encontraré jamás las palabras acerca de tu esencia. No estar en el mundo es ese color cuya presencia nos hará falta. Lo que has hecho hace que volvamos nuevamente a tu presencia infinita. Hoy la clave es si ha quedado o no ha quedado impregnado lo dicho, las palabras, tus sueños.

Y si te has llevado de aquí alguna ropa, en algún momento hemos accedido a eso, soñar la vida en colores y en líneas, lo único que puede definir el amor. Da término tu vida, llevándonos la propia, para volver a despertar cada mañana, seguir adelante el irrenunciable acto de ser, y tu presencia es lo que queda. Tu mirada te identifica, nos identifica. Nunca nos contarás todo, nunca te llevarás todo pero aquí estamos, siempre nos dejarás con ganas de seguir escuchándote.

Martín Smud es psicoanalista y escritor.