Incansables, imprescindibles, irremplazables son los tres adjetivos con los que Lita Boitano y el obispo Gustavo Carrara fueron calificados ayer, cuando la Defensoría del Pueblo porteña les entregó el premio Alicia Oliveira y los refrendó como defensores de los derechos humanos.
La presidenta de Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas agradeció la distinción y se la dedicó a la generación de sus hijos: “Ahora les toca a ustedes, no dejen de luchar ni de enseñar las experiencias que se vivieron para que los más jóvenes sepan que hay que poner el cuerpo y la palabra en las calles para que esto no se transforme en lo que en otros momentos vivimos”.
Carrara, cura de la villa 1.11.14 y flamante obispo auxiliar de la ciudad de Buenos Aires, sostuvo que “nunca hay que perder la memoria” y “siempre es importante saber dónde está uno parado”, antes de remarcar que el que recibió ayer de mano del defensor porteño, Alejandro Amor, y la secretaria general de ese organismo, Silvina Penella, es “un premio a una comunidad organizada”. Incontables vecinos y vecinas del barrio donde predica el obispo le devolvieron un gran aplauso.
Esta fue la segunda entrega del premio Alicia Oliveira, que busca destacar a defensores y defensoras de los derechos humanos. “El rol de visibilizar la inequidad e injusticia que, en un país de 30 mil desaparecidos y 400 niños apropiados durante el terrorismo de Estado, Santiago Maldonado, Rafael Nahuel, Kevin y tantas víctimas de violencia institucional en los barrios y millones bajo la línea de pobreza, es difícil”, describió Penella.
“Gracias gente querida”, lagrimeó la referente del organismo de familiares de víctimas del terrorismo de Estado tras recibir el retrato en acrílico de Oliveira –la activista de derechos humanos e integrante del Centro de Estudios Legales y Sociales que fue la primera en ejercer la Defensoría del Pueblo en territorio porteño– de manos de Graciela Lois, directora de Derechos Humanos del organismo y compañera de Lita en Familiares. Boitano se aferró al brazo de la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, Estela de Carlotto, quien había sido galardonada el año pasado y ayer estuvo presente en la ceremonia. Para Amor, el premio que recibieron Lita y el flamante obispo auxiliar porteño es “un reconocimiento a lo hecho, con la certeza de que lo seguirán haciendo” en tiempos que “obligan a reafirmar el compromiso”. Para Estela, tanto Lita como el obispo reconocido ayer son “un orgullo para la sociedad y para el mundo entero”, sobre todo “en momentos en los que hay que poner más en evidencia las acciones que estas personas llevan a cabo”. “Los premios como estos son un aliciente, una forma concreta de demostrarle a una persona el cariño y el aliento a seguir caminando.”
Hace 41 años que Lita levanta las banderas que sostuvieron sus hijos, Miguel Ángel y Adriana, secuestrados en 1976 y 1977 que desde entonces permanecen desaparecidos. Por estos días andaba “triste”, dijo; la soledad le pesaba más que la potencia que la caracteriza. Quizá la rareza de mostrarse vulnerable la empujó a dar explicaciones de la voz quebradiza, de los ojos húmedos. “Tengo hermanas, hermanos, hijos e hijas postizos pero me sentí sola de no estar con mis hijos, mi marido, mis padres con quien gritar de rabia o intercambiar opiniones con ellos en estos tiempos difíciles que nos tocan”, explicó antes de asomar a su temperamento habitual de remarcar “lo que falta” y dar aliento.
A Carrara lo conoció ayer, lo felicitó públicamente por el trabajo en el barrio y le depositó amablemente la ausencia de la autocrítica eclesiástica por los crímenes cometidos durante la última dictadura cívico militar “que no la hizo nadie todavía, o sea que la estamos esperando”, deslizó. Quiero, les pido, que no nos peleemos entre nosotros, que sigamos juntos a pesar de las diferencias porque si no realmente nos van a destruir”.
Carrara dedicó la distinción a la comunidad de la villa 1.11.14 en donde vive y predica y se mostró agradecido de estar rodeado de “dos grandes mujeres” en referencia a Lita y a Estela. “Cuando uno sale de la autorreferencialidad y se pone al servicio de los demás como lo hicieron los hijos de estas dos grandes mujeres, e incluso a veces da la vida, ésa es la fuente de la verdadera felicidad, el paso por esta vida cobra sentido”, culminó.