En el juego perverso que impone el poder, cumplir el rol de verdugo, históricamente ha sido premiado con ascensos, buena remuneración y premios. Hoy en un contexto que se acerca terriblemente a los juegos del hambre, el premio mayor es la permanencia en un puesto de trabajo que asegure 30 días más de alquiler, comida y servicios cubiertos, con suerte.
Semejante precarización laboral, con una Ley Bases que arrasó con todo vestigio de derecho incipiente, es el caldo de cultivo imprescindible para el plan de exterminio desde todos los frentes.
“La ley 27.742, Ley Bases, lo que ha generado básicamente es un retroceso en varios aspectos de la protección del sujeto débil de la relación laboral que es el trabajador. Nosotros los laboralistas hablamos de un invierno del derecho del trabajo. En principio modifica el período de prueba a seis meses con opciones a ocho meses. La segunda gran reforma es la eliminación por completo de toda la normativa de protección del trabajo no registrado, de la entrega de la documentación laboral y el no pago de la remuneración en tiempo y forma. Hoy te sale lo mismo registrar un trabajo registrado que un no registrado, no existe una penalidad por no pagar en tiempo y forma la indemnización. Las reformas intentan que varias situaciones que la justicia había reconocido como la existencia de trabajar en relación de dependencia, lo que hace la norma es llevarlas hacia el derecho civil para evitar la protección que genera el trabajo en relación de dependencia”, explica Fernando Casadei, abogado laboralista.
Frente a este escenario demoledor en el que el dicho “Pan para hoy, hambre para mañana” es el montín, ¿cómo jugamos este partido, las mujeres, frente al poder? ¿Qué entrenamiento amoroso y certero es necesario para no ser eslabón de la cadena de verdugos impuesta? ¿Cuán tentador es el premio mediocre pero vital de un salario? ¿Qué nos interpela a la hora de descargar el látigo con furia machista sobre el lomo de otra mujer?
Mujeres contra mujeres sigue siendo, le pese a quien le pese, la gran trampa del patriarcado.
“Como son menos las mujeres que llegan a cargos jerárquicos, cuando llega una mujer, en algunos casos, aparece la necesidad de preservar el lugar desde la competencia. Esto sucede en hombres y mujeres pero la mujer tiene que luchar con muchas más adversidades que un hombre”, explica Pabla Melicchio, psicóloga. Acceder a un puesto de trabajo con perspectiva de crecimiento laboral es mucho más complejo para una mujer: las argentinas ganamos un 27 por ciento menos que los hombres y ocupamos el 16 por ciento de los cargos jerárquicos a pesar de que en el 92 por ciento de las organizaciones hay mujeres capacitadas para liderar. Por otro lado, siete de cada diez mujeres se ocupan de las tareas domésticas.
La pregunta es: ¿Podemos pensar en la posibilidad de encontrar los resortes necesarios para salir del pantano de la violencia aún cuando es ejercida por una mujer?
Y ahí estamos, en el circo feroz, con una tribuna llena de machos, siendo espectadores de la batalla desigual e indigna en la que una mujer azota sin piedad a otra para sobrevivir, crecer económicamente, crecer profesionalmente o, simplemente replicando conductas a las que ha sido sometida. Un dominó perfecto e interminable de violencias edulcoradas con palabras como “ destrato”, “indiferencia”, “invisibilidad”.
¿Qué nos conmueve más que la piedad y la empatía? ¿Qué nos alienta más que el abrazo con la otra para salvarnos juntas en un minuto a minuto desquiciante?
"Hay casos en que la perversión existe del lado de la mujer, menos, pero que gozan maltratando a quienes están por debajo en el ejercicio del poder. Hablamos en este caso de una mujer con características psicopáticas y perversas. La otra cuestión es la violencia y cierto autoritarismo como forma de control y de ejercicio de un cargo. He conocido mujeres sin características psicopáticas y perversas pero que creen que el ejercicio del poder es desde ese lugar. En ambas posiciones hablamos de violencia laboral”, continúa Melicchio.
Y se duerme a la noche sin remordimiento.
Y las preguntas que nos hacemos cuando estamos en la vereda de las víctimas ya no tienen lugar en este juego de roles.
Y la estabilidad propia y mezquina se acomoda redonda en todo lo que somos.
Una de cada cuatro personas en Argentina sufre de trastornos de ansiedad o depresión. La antesala es la angustia.
Trastornos de ansiedad, ataques de pánico, taquicardia cada vez que aparece una notificación de tu jefa, son algunos síntomas que advierten una situación para revisar.
¿Por qué no denunciamos cuando se trata de una mujer?
Una sensación de desconcierto paraliza. Una anamnesis artesanal y casera nos lleva a justificar la violencia.
“A las mujeres víctimas de otras mujeres les cuesta denunciar por una cuestión de empatía de género, porque no lo pueden creer. Tengo el registro de varias pacientes replanteándose algún manejo y aparece algo del orden de la inseguridad frente a su jefa y hacen un vínculo con estas jefas del tipo materno, y ¿ cómo rebelarse frente a una madre?”. Las palabras de Pablo Melicchio resuenan fuerte. Ocho de cada diez mujeres admiten haber sido víctimas de violencia laboral, el veinte por ciento de ellas, refieren a situaciones con otra mujer.
Entonces el camino por desandar tiene algunas pistas: el desafío es la no repetición de conductas abusivas a las que la victimaria fue expuesta en su pasado. Por otro lado, buscar el trasfondo, la causa que lleva a alguien a ejercer violencia es el brazo armado, junto al silencio, del agresor o agresora.
El fin no justifica los medios cuando de humanidad se trata.
¿Qué fin? ¿Cuál es el objetivo real del desmenuzamiento progresivo de la psiquis de la presa? El goce del padecimiento por goteo de la otredad es una de las conductas más reprochables e indecibles, sin embargo, el punto final a este derrotero, en general no es la digna y esperada renuncia de la víctima, sino el deterioro psicológico y físico de la misma.
Cuando la víctima renuncia y denuncia, la balanza vuelve a un estado de perfecta paridad. Se desarma el circo y los elementos de tortura desaparecen.
El desafío es animarnos a mirar a los ojos este diagnóstico que nos avergüenza e intentar, de alguna manera, sanar y sanarnos de tanto mandato patriarcal que nos necesita enfrentadas, disgregadas y rotas. El diálogo, el análisis y el marco legal son algunas de las herramientas posibles para iniciar el recorrido hacia un mundo libre de violencias, comenzando por nosotras.