“Hay que esclarecer nuestro pasado para que nunca se repita”. La cara de Osvaldo Bayer miraba a los funcionarios que cortaban las cintas en el predio de La Rural. Miraba a Leonardo Cifelli, el secretario de Cultura de la Nación, representante del gobierno que destruyó el monumento al autor de La patagonia rebelde en la provincia de Santa Cruz el pasado 25 de marzo, después de la masiva movilización por el Día de la Memoria. Todas las inauguraciones de la Feria del Libro son políticas; algunas más que otras. En esta edición, con Riad, la capital de Arabia Saudita como ciudad invitada de honor, un grupo de escritoras y escritores decidieron reparar el agravio y alimentar la memoria después del notable discurso de Juan Sasturain, “un elogio del libro abierto y usado”, con varios guiños literarios a Roberto Fontanarrosa, Enrique Santos Discépolo y Héctor Oesterheld. “Uno no se dirige a los presentes en tanto clientes, socios, cómplices, usuarios, inversores, seguidores de pantalla, apostadores, trolls y todas las variables de la enfermedad utilitaria. Náufragos y sobrevivientes sí, competidores seriales y expertos en liderazgo, no”, dijo el escritor en una explícita alusión al lenguaje de la ultraderecha gobernante.
El presidente de la Fundación El Libro, Christian Rainone, que asumió el cargo en diciembre del año pasado, destacó que durante su gestión se propone consolidar la feria como escenario donde conviva “el valor de la tradición y la fuerza de la innovación” y volvió con un viejo reclamo del sector: la necesidad de encontrar una solución efectiva al problema del recupero del Impuesto al Valor Agregado para las librerías, una medida que aliviaría la carga financiera y fortalecería el canal tradicional de distribución. Rainone subrayó el esfuerzo de las editoriales por mantener estable el precio de los libros durante el último año, con un incremento promedio casi un 50% inferior al índice de inflación.
Cifelli ponderó la decisión de dejar atrás “el tono politizado y confrontativo” de otras ediciones de la Feria y aseguró que desde la gestión liderada por Javier Milei, “sostenemos una cultura libre y sin una orientación ideológica”. La respuesta mayoritaria del público fue un extenso abucheo y silbatina; pero también hubo algunos pocos entusiastas aplaudidores que intentaban alentarlo en su debut en el predio. “La política partidaria no debe intervenir en la cultura y mucho menos debe ser el motivo de gastos innecesarios”, continuó y recordó que el año pasado no estuvieron en la Feria porque era un stand “netamente publicitario”, que no aportaba al sector editorial y que implicaba un gasto y celebró que la cultura circule “sin que eso signifique un costo excesivo para el Estado”. La gota que rebalsó el vaso de la paciencia de los invitados fue cuando mencionó a la Secretaria General de la Presidencia, Karina Milei, por el respaldo constante a su gestión. “Cuidar los recursos de los argentinos es nuestro norte”, enfatizó y tuvo que hacer una pausa ante los gritos de “¡Caradura!” y “¡Volvé a los musicales”, en referencia a su pasado como productor teatral. Cuando se refirió a los recortes de subsidios y programas culturales, lo increparon con varios “¡Mentiroso!”. El funcionario libertario se dirigió a quienes los cuestionaban y les preguntó: “¿Lo sacaron ustedes al cepo o lo sacó Milei?”.
El jefe de gobierno de la Ciudad, Jorge Macri, reconoció que la industria editorial atraviesa “un momento complejo” y que “dar una mano es vital”. “Un libro es una maravilla escrita, pero toma dimensión real cuando sus hojas se abren. Nadie es el mismo después de leer un libro”, afirmó Macri y anunció que la ciudad tendrá una Bienal de Historietas y un Festival de la Luz. Después de los funcionarios, llegó el turno de Sasturain, con un extenso y exquisito discurso en el que reflexionó sobre la vergüenza, entre otras cuestiones literarias y políticas. “Mientras sintamos vergüenza habrá esperanza para todos”, concluyó el escritor. Entonces un grupo de escritores, entre los que estaban Liliana Heker, Guillermo Martínez, Claudia Piñeiro, Sergio Olguín, Selva Almada y Enzo Maqueira, entre otros, levantaron una suerte de pequeña réplica del monumento de Bayer.
“Subir la cara de Bayer nos pareció el acto político más contundente que podíamos hacer y que sintetiza lo que nos pasa a muchos con respecto a las políticas culturales de este gobierno. El gobierno desmantela y nosotros volvemos a traer a escena eso que desmantela”, declaró Claudia Piñeiro a Página/12. “Esta es una feria del libro y Bayer es un autor para muchos de nosotros insoslayable, que representa no solamente muchas cosas para la literatura, sino también para los derechos humanos y la política argentina. Acá no es una cuestión de partidismo, sino que la figura de un gran escritor que ha sido dada de baja por los funcionarios del gobierno actual es reivindicada por los escritores”.