Nada más habitual que encontrarnos con instrucciones a cada paso, en infinidad de situaciones. Ocurre cuando desembalamos una impresora 3D o nos topamos con el prospecto de una pomada antihemorroidal con cánula incluida, por ejemplo; casos en que conviene saber bien cómo se administra una y otra so riesgo de embadurnar la máquina u obtener una réplica impúdica (y 3D) de zonas íntimas.
A veces las instrucciones pueden parecernos obvias o sobreentendidas como, por caso, las recomendaciones para cuidar un termo nuevo: lavarlo previamente, no agitar, no golpearlo ni decirle toda la verdad de una, no vacunarlo, y comentar en voz baja y solo si es imprescindible el tema de la esfericidad de tierra o el asunto de la dolarización.
Como sea, los medios por donde recibir instrucciones se han multiplicado. Ya no es el manual de 60 páginas más difícil de entender que el dasein de Heidegger ni el pequeño folleto desplegable que está en filipino, mandarín, inuit y en todos los idiomas menos el nuestro, y que tiene un dibujito del artículo flamante con sus botones, siempre distinto a los botones del artículo flamante que compramos y queremos aprender a usar.
Por suerte, las vías para recibirlas se han agiornado, al punto de que cualquier buscador tiene indicaciones para casi todo. Incluso, la orden-sugerencia instructiva ha llegado a las redes sociales con el formato de video corto, con precisas recomendaciones previas a la hora de manipular la cosa en sí y para sí.
Esta variedad de canales supone también la proliferación de directivas a diestra (casi siempre) y a siniestra (cada vez menos).
Tal superabundancia puede disgustar a individuos anarco-capitalistas, cultores de la libertad a ultranza, un laissez faire sobre el uso de los objetos y los servicios. Pero tranquilos: casi siempre provienen de sanísimas empresas privadas obsesionadas por el servicio al consumidor y la satisfacción del cliente.
¿Parece mucho? Sin embargo, como ha expresado Little Weed González, mejor que sobre y no que falte. Aunque ahora ya es parte del mar.
Entre las realmente imprescindibles hay que festejar las recomendaciones partidarias para encontrar la carita sonriente de alguno de los 42 candidates a concejales que encabezaron las listas de las PASO en Rosario, 2025 (los restantes candidatos de la prolija boleta única dependieron de que sus nombres y apellidos no fueran cacofónicos).
En casos como estos, aunque tengamos a priori bien seleccionado al candidato/a más apuesto/a, resultó complicado identificar su bello rostro en medio de otros feos y feas.
¿Es que estamos en presencia de una velada y posmoderna forma de discriminación? De ninguna manera. Lo estético está estrechamente relacionado con lo ético e incluso con lo poético, como advirtiera Aristóteles varias elecciones atrás. Sabemos de sobra como terminó Sócrates, conocido en Atenas como el άσχημος del ágora.
Concluyamos.
Los feos tienen pocas o nulas chances en nuestra democracia. Y es fácil comprobarlo analizando la superioridad estética reinante en legislativos y ejecutivos de cualquier esfera (hay excepciones pugilísticas, pero no hacen más que confirmar la regla). Además, ya lo adelantó nuestro numen, hablando se supone que de sí mismo, algo que no hacía falta aclarar.
Tal vez el poder judicial sea un reducto más ligado a la chotez apabullante porque la sabiduría y la prudencia se ganan con los años, un devenir que agrega arrugas, papadas, panzas y un aspecto en general ajado y deprimente que no disimulan los estiramientos ni Lotocki ni la toga de Cúneo Libarona.
Con esas salvedades, la democracia en general se ha hecho más linda, y el aumento de la belleza se garantiza siguiendo instrucciones que evitan la selección de tapires.
Ejemplo práctico de las novedades en video fue uno de tantos reeles que pulularon en las redes explicando “encontrá a fulano en la boleta amarilla, buscalo en la primera columna, en ella andá al bloque del medio, y ahí buscá la letra tal (o el emoji)…..ahí ponele la X y ¡listo!”.
Siguiendo esas coordenadas íbamos a encontrar, aunque chiquito, el rostro de facciones clásicas del candidato o candidata, sin temor a seleccionar un bicho que afeara el poder del pueblo.
Seguir “las instrucciones” vino a complementar el programa político y la tormenta de ideas fuerza, como una vitamina para las convicciones más arraigadas de las agrupaciones partidarias. A falta de ellas el riesgo aumenta, la fealdad acecha y la democracia podría deformarse.
Es cierto que un largo proceso previo de militancia en canales de TV, streaming y plataformas nos filtró bastante los bagartos y cachirulos, impidiendo que un Angel Labruna (para no herir sensibilidades del presente) conocido tiempos ha como “el feo”, tuviese la más remota chance de acceder a una banca.
Sin embargo, cualquier combinación de nerviosismo y miopía en el ciudadano promedio, más la típica oscuridad del cuarto, pudo jugarnos una mala pasada haciéndonos marcar la casilla de un batracio sin mérito.
Seguir las instrucciones, una vez más, se torna saludable y minimiza el pifio democrático, como en el caso de la cánula, ayudando a mantener la superioridad estética que tanto nos costó alcanzar. Atenderlas, más que un acto de sometimiento es un imperativo estético más profundo que ideas, valores y convicciones tontas como la justicia o la solidaridad que, más que woke, hoy por hoy, son cosas feas.
Sobre todo en la política.