Debo decirle, querido lector, que no dejo de sorprenderme por lo que le voy a relatar. Y no se imagine usted que voy a hablar de la inflación (¿quién se sorprende hoy en día por ella?) o de la crueldad de la derecha autopercibida y la inoperancia de la izquierda ídem (ambas ya naturalizadas en el saber popular). Tampoco me sorprende (aunque sí me entristece) el fallecimiento de Francisco.

De las campañas políticas para unas elecciones, qué decirle. Son, como mínimo, extrañas, ya que parecen ponerse en juego candidatos mayores para cargos menores a los que ejercieron. Además, la voracidad de la ultraderecha activó una gran mitosis, por lo que en lugar de una son como cuatro, pero en la arena política los equilibristas, los malabaristas, los magos y los payasos no parecen generar una avidez por comprar la entrada al show.

Tampoco es algo personal. Ortega y Gasset dijo: “Uno es uno y su circunstancia”, entonces yo podría decir: “Yo estoy bien, pero mi circunstancia está horrible”. Y no digo “deja mucho que desear”, porque si hay algo que está perimido en este siglo XXI es el viejo y querido deseo, derrotado en la pulseada por la cultura, sobre la mesa del lenguaje.

–Entonces, Rudy –podría decir usted–, ¿por qué no te dejás de hinchar los prólogos y vas derecho a los bifes?

–Lo que pasa es que es algo realmente extraño, y me cuesta hablar de eso. Bueno, va de una: después de años, diría décadas, y no digo siglos por no exagerar, por primera vez en mi larga historia psicoanalítica, ¡el Licenciado A. me llamó a mí!

¡Sí! ¡Yes, oui, ja, ken, da, io, ne, sipi, sim! ¡No podía creer lo que mi celular me estaba indicando! Pensé que era una broma, o algún extraño experimento creado por la Inteligencia Artificial, pero no, ¡era él, nomás!

–Hola, Licenciado. Si usted está respondiendo a una llamada mía, le quiero aclarar que esta vez no fui yo; quizás otro paciente se hizo pasar por mí, o si fui yo, fue mi inconsciente, o en todo caso, le pido disculpas en nombre de cualquiera, corresponda o no.

–Rudy, no entiendo nada de lo que me dijo, pero eso no es un problema; estoy acostumbrado al discurso neurótico en general y al suyo en particular. Si no estuviera acostumbrado a escuchar, no sería psicoanalista, sino estadista, militar o árbol.

–Ajá.

-Rudy, ¿qué está haciendo? ¡No me plagie!

-No, Licenciado, disculpe, por favor, lo que pasa es que estoy muy confundido: como usted me llamó, y eso siempre lo hago yo, yo dije “ajá”, que es lo que siempre dice usted.

–Pues no trate de ocupar mi rol, que “para yo, conmigo alcanza”.

–Bueno, Licenciado, pero no me deje a mí, y a mis lectores, en suspenso... ¿Puedo saber el motivo de su llamado?

–No debería, Rudy, no debería… Usted vio como es esto del análisis: usted debería asociar libremente, yo le señalo, y ahí nos vamos a acercando a lo que no existe en lo real, pero en el discurso sí.

–Licenciado, no me diga eso, que los lectores se me van a ir de la columna, ¡y es mi trabajo!

–Bueno, Rudy, okey, haré una excepción en honor a su trabajo, y porque este jueves es el Día del Trabajo.

–¡No, Licenciado, es el Día del Trabajador!

–Perdón, fue un “lapsus capitalistis”, pero bueno, le explico: lo llamé para informarle que a partir de mayo voy a aumentar mis honorarios.

–Uy, Licenciado. Muchas gracias por la información, pero ¿recuerda usted que hace un tiempo dimos por terminado el análisis y solamente lo llamo en situaciones de emergencia?

–No hace falta que me lo recuerde, Rudy. Yo soy analista, y gracias a la memoria selectiva me acuerdo de todo lo que hace falta, y de lo que no, no. ¡Esta es una situación de emergencia, Rudy!

–¿Una situación de emergencia? Qué raro, Licenciado… ¿Será una situación "de mi circunstancia"? Porque yo estoy más o menos bien, aunque esté rodeado de gente que hace cosas increíbles para no quedarse afuera de lugares que no existen, o de quienes me hablan de “democracia representativa” cuando la misma palabra “representativa” contradice a la palabra “democracia”, o de “opositores de discurso”, que evidentemente reemplazan a los “revolucionarios de café” porque el café está carísimo y no lo pueden costear. Como diría un querido y extrañado cantautor argentino: “Me siento bien, me siento bien, a pesar de todo me siento bien”.

–Ajá. ¿Y? –me preguntó, usando dos de sus principales herramientas lingüísticas.

–Y..., que no entiendo cuál sería mi situación de emergencia por la que usted me llama y me avisa que aumenta sus honorarios cuando ya no soy paciente.

–¡No sea narcisista, Rudy! ¿Quién le dijo que la emergencia es suya?... ¡Es mía!

¿Entiende, lector, mi sorpresa?

Aclaración final: los hechos narrados en esta columna son ficticios (bueno, algunos). Ningún analista ni paciente ni político fue dañado durante la escritura de esta nota. Gracias.

Sugiero al lector acompañar esta columna con el video “¿Cómo llegamos a esto? Episodio 4, izquierdas y derechas”, de Rudy-Sanz: