El diputado provincial Carlos del Frade volvió a poner en agenda un viejo anhelo: la historia santafesina debe enseñarse de manera obligatoria en todas las escuelas primarias y secundarias de la provincia. El proyecto de ley, pretende que cada estudiante se forme con anclaje en su propio territorio, en sus luchas, tensiones y procesos colectivos. La iniciativa establece que será el Ministerio de Educación el encargado de garantizar el dictado de la materia y de delinear la modalidad de implementación, con vigencia a partir del año siguiente a su aprobación. Para Del Frade, el desarraigo histórico no es casual, sino producto de una educación que muchas veces reproduce imaginarios foráneos, reforzados por los grandes medios porteños. “No se puede defender lo que no se conoce”, fundamenta el diputado del Frente Amplio por la Soberanía.
-¿Cuál es el objetivo central del proyecto?
-Buscamos establecer la enseñanza obligatoria y sistemática de la historia santafesina, desde la primaria hasta el final de la secundaria, en todas las escuelas públicas y privadas de la provincia. No se trata sólo de agregar un contenido curricular más. Se trata de restituir una dimensión perdida en la vida de las nuevas generaciones: el vínculo con su propia historia. El sistema educativo, tal como está planteado, reproduce una lógica en la que lo nacional aparece de manera muy acotada y lo provincial directamente está ausente o reducido a efemérides aisladas. Nuestra propuesta busca construir una conciencia de pertenencia desde lo más cercano hasta lo más amplio: del barrio al mundo, pasando por la provincia y el país.
-¿Por qué considerás que la ausencia de historia provincial afecta tanto a la conciencia colectiva?
-Porque sin historia no hay identidad, y sin identidad no hay posibilidad de construir comunidad. La historia nos da una narrativa común, nos permite entender que no estamos solos ni empezamos de cero. Enseñar historia santafesina es un acto profundamente político. Es devolverle a las pibas y los pibes la posibilidad de pensarse como parte de una historia compartida, con luchas, con derrotas, con victorias.
-Santa Fe es una provincia muy heterogénea. ¿Cómo se aborda esa diversidad desde la enseñanza histórica?
-Justamente por eso hay que enseñarla. Santa Fe es un territorio atravesado por muchas historias. No hay una historia santafesina, hay múltiples historias santafesinas. La de Rosario como ciudad portuaria e industrial que nunca fue capital de nada, pero siempre fue clave en las luchas populares. La del norte profundo, devastado por La Forestal, donde todavía hoy se sufre el abandono estructural. La de Santa Fe capital, ligada al poder burocrático desde la colonia. Las colonias agrícolas del centro provincial, con una lógica más cooperativa, donde todavía perviven ciertos valores de la inmigración. Todo eso forma parte de una identidad compleja, contradictoria, y riquísima. Queremos que los chicos y chicas puedan reconocer en esas historias algo propio.
-¿Qué herramientas pedagógicas propone el proyecto? ¿Cómo se implementaría concretamente en las escuelas?
-Planteamos que el Ministerio de Educación organice capacitaciones específicas para docentes, con apoyo de las universidades públicas y privadas, y que se generen materiales didácticos accesibles, producidos por historiadores e historiadoras locales. Queremos que el método sea inductivo: empezar por lo más cercano -el barrio, la localidad, el departamento- y desde ahí ir hacia la provincia, la nación y el mundo. Esa pedagogía territorializada es mucho más significativa. Por ejemplo, si un chico de Tostado aprende porqué su pueblo nació con el tren, porqué después se desindustrializó, porqué hay tantos bolsones de pobreza hoy, va a entender su realidad desde una perspectiva histórica.
-Mencionaste La Forestal. ¿Qué rol ocupa la historia económica y social en este enfoque?
-Un rol clave. Porque sin comprender los modelos económicos que nos atravesaron, la historia queda como una suma de nombres y fechas. La Forestal fue el mayor latifundio británico del continente, un modelo extractivista puro: explotó los quebrachales, fundó pueblos enteros, impuso una lógica de dependencia brutal y cuando ya no le sirvió más, se fue dejando tierra arrasada. Ese modelo sigue vigente, con otros nombres y otras formas. Hoy las multinacionales del agronegocio, del litio, del narcotráfico, siguen funcionando con esa lógica: extraer, explotar, desaparecer. Enseñar esa historia es clave para que los pibes no naturalicen el saqueo. Para que no piensen que la pobreza estructural del norte es una fatalidad, sino el resultado de decisiones políticas y económicas concretas.
-¿Se busca también una reconstrucción afectiva del territorio?
-Queremos que los chicos y chicas se enamoren de su historia. Que sepan que no vienen de la nada, que sus abuelos y abuelas lucharon, resistieron, soñaron, que su barrio tiene nombre, su pueblo tiene origen, su gente tiene memoria, que hubo represión, sí, pero también hubo organización, que hubo dolor, pero también dignidad. En cada escuela hay una historia que contar. En cada plaza, en cada club, en cada sindicato, hay memoria viva. Recuperar eso es una forma de resistencia frente al vaciamiento cultural que nos propone el sistema.
—¿Y cómo se compatibiliza esta propuesta con los contenidos nacionales establecidos por el Consejo Federal de Educación?
—La provincia tiene autonomía en materia educativa. Y aunque los lineamientos nacionales son importantes, nosotros creemos que hay una soberanía cultural que puede y debe ejercerse. Nadie va a enseñar la historia santafesina si no lo hacemos nosotros. No hay un manual nacional que explique quién fue Ceferino Namuncurá en el norte, o por qué el 20 de junio se celebra el Día de la Bandera en Rosario pero en realidad la ciudad nunca fue declarada capital de nada. Son nuestras historias, y tenemos la responsabilidad de enseñarlas. Este proyecto no niega la historia nacional, la enriquece. Y además demuestra que la historia no es una línea recta, sino un campo de disputa.
—En esa línea, ¿cuál es la relación entre la historia y la política?
—La historia es política. No hay una historia neutral. Toda narrativa histórica implica una mirada sobre el pasado que incide en el presente. Lo que se elige contar, lo que se omite, lo que se simplifica, todo eso tiene consecuencias políticas. Por eso es tan importante que los contenidos se construyan desde abajo, con participación de las comunidades, de los docentes, de los historiadores comprometidos. No queremos bajar una "historia oficial santafesina", sino abrir espacios para que se cuenten muchas historias. Y que los estudiantes aprendan a pensar críticamente, a preguntar, a contrastar fuentes. Porque si entienden que la historia es conflicto, también van a entender que la democracia es conflicto, y eso los va a preparar para participar.
—¿Qué respuesta tuvieron las veces anteriores que lo presentaron? ¿Por qué no prosperó?
—La primera vez lo presentamos en 2020 y la segunda en 2022. En ambas oportunidades no llegó a tratarse en el recinto. Hubo una mezcla de desinterés y temor: desinterés por parte de sectores que consideran que la historia no es un contenido estratégico, y temor de quienes creen que hablar de historia local puede derivar en cuestionamientos incómodos. Pero lo cierto es que las dos veces generó mucho debate, sobre todo en el ámbito académico y docente. Para mí fue un "fracaso exitoso", porque permitió visibilizar un tema que antes estaba completamente ausente de la agenda. Esta vez hay más condiciones para que avance. Algunos sectores del Ministerio de Educación lo ven con buenos ojos, y esperamos que pueda debatirse en comisiones y llegar al recinto.
—¿Cómo imaginás una provincia donde este proyecto ya sea ley?
—Imagino aulas vivas, donde los chicos salgan a recorrer sus pueblos, entrevisten a vecinos, busquen fotos viejas, reconstruyan relatos. Imagino escuelas conectadas con bibliotecas populares, con archivos municipales, con radios comunitarias. Imagino docentes que se animen a correrse del manual y construir junto a sus estudiantes una mirada propia sobre su historia. Imagino una juventud menos desesperada, menos anestesiada, más consciente de su lugar en el mundo. Porque cuando uno entiende de dónde viene, también puede elegir hacia dónde quiere ir. Y en estos tiempos, donde el futuro parece secuestrado por el miedo y la incertidumbre, recuperar el pasado puede ser una forma de liberación.