Diego Golombek habla con la misma cadencia con la que uno imagina que late un reloj biológico: pausado, exacto, pero atento a las irrupciones del caos. Biólogo, investigador superior del Conicet, divulgador incansable y explorador del tiempo --ese que nos habita y nos condiciona--, Golombek lanza una advertencia clara: lo más preocupante no es que falte presupuesto para la ciencia en Argentina, sino que se haya instalado la idea de que no sirve para nada.

En esta entrevista, el autor de La ciencia es eso que nos pasa cuando estamos ocupados haciendo otras cosas (Siglo XXI) reflexiona sobre el ataque ideológico a la ciencia, el peligro del pensamiento mágico que avanza tras la pandemia, la fuga de cerebros silenciosa que ya no se va tan lejos, y la urgencia de contar la ciencia desde la vida cotidiana. Tal como afirma, estamos hechos de tiempo... y, si no lo sincronizamos con el conocimiento, el reloj puede volverse contra nosotros.

--¿Cuál es la situación de la ciencia hoy?

--Es muy preocupante y no solo en Argentina. En nuestro país tenemos un problema dual. Por un lado, un problema presupuestario acuciante en cuanto a salarios, a la entrada de personal al sistema científico y a subsidios para investigación. Es muy grave; pero no es lo más grave que nos pasa. Ya hemos tenido etapas de vacas muy flacas: en algunas de ellas estuvimos “en la lona” en términos de financiamiento para la ciencia. Hoy, más grave que el tema presupuestario es el problema ideológico y el lugar que ocupa la ciencia en el imaginario de un Estado.

--¿A qué adjudica el desinterés del Gobierno por la ciencia?

--Frente a lo presupuestario, uno puede pensar “¿cómo nos arreglamos, cómo repartimos, cómo avanzamos?”. Pero lo ideológico es inédito; considerarla poco menos que inútil como actividad para el desarrollo de un país nos tiene muy desconcertados. El desdén actual paraliza porque uno se queda sin argumentos. No recuerdo un ataque semejante a la ciencia, al menos en la etapa democrática argentina. Es cierto que Argentina no está aislada en este sentido.

--¿Qué sucede en otros sitios?

--Estamos viendo cosas parecidas en otros lugares, particularmente en Estados Unidos. Allí la gente está muy preocupada con la censura que hay, con la baja de programas y los despidos. Hay movilizaciones de científicos y científicas para mostrar de qué se trata, pero no es la solución. Estamos desconcertados acerca de cómo avanzar con todo esto.

--¿Tiene esto algún anclaje en la pandemia?

--La pandemia fue un experimento en muchos sentidos. Fue trágico por un lado, pero también fue un experimento para visualizar la ciencia en tiempo real, con lo bueno y lo malo que eso tiene. Los avances de la ciencia fueron extraordinarios en la pandemia: secuenciar un virus en meses, tener una vacuna totalmente nueva en un año e inventar nuevos materiales. Eso fue extraordinario; al mismo tiempo, se podían ver los avances y retrocesos en el momento en que ocurrían. De pronto veíamos en los medios de comunicación a una viróloga que sugería lavar todo con lavandina, y a las dos semanas aparecía un inmunólogo que, además, decía que el virus no se transmitía por contacto, sino por aire, y sugería abrir las ventanas. Eso muestra que la ciencia aprende pero también le quita credibilidad. Más allá de esto, hay mucho de ombliguismo en Argentina.

--¿En qué sentido?

--Pensamos que la situación que vivimos durante la pandemia fue puramente nuestra. Uno viaja por todo el mundo y hay grupos que se quejan de la cuarentena extendida. Acá se hizo lo mejor que se pudo y bastante bien sobrevivimos. Pero, efectivamente, las situaciones más extremas traen consigo brotes de irracionalidad, del tipo “usá tal remedio de la abuela que funciona” o cuestiones conspiranoicas que son más sencillas y están muy bien construidas. Hay estudios que muestran que las fake news en redes van mucho más rápido y llegan a más gente que las noticias verificadas, particularmente las científicas.

--¿Por qué ocurre eso?

--Porque las noticias científicas tienen una construcción que apela a cierta creencia en lo sobrenatural que tenemos de fábrica y es muy exitosa. Frente a esto, a veces la ciencia queda un poco en falso, porque no siempre te dice lo que vos querés que te diga. Y un punto más con respecto a esto de la irracionalidad y la pandemia: el nuestro no es un cerebro muy ahorrativo. Nos cuesta mucho prever el futuro y la ciencia es una previsión de futuro, una inversión cuyo rédito no conocés a priori. En promedio el rédito siempre es positivo, pero en el medio se presentan callejones sin salida. Por eso cuesta mucho pensar la ciencia como una inversión. El Gobierno actual aprovecha esa percepción para presentarla como un gasto.


--¿Cuál es el objetivo y la capitalización política de ese objetivo performativo de la irracionalidad hacia la ciencia?

--El objetivo es crear bandos, claramente. Si uno crea bandos aprovecha el tumulto. En este momento hay un bando --no sé si mayoritario, pero sí importante-- que considera la ciencia como una pérdida de tiempo y recursos; y del otro lado quedan los iluminados: “mirá, los elitistas, los iluminados, que quieren seguir con la ciencia cuando la gente se muere de hambre”, como si la ciencia no tuviera nada para decir a propósito de la gente que se muere de hambre o para mejorar las calidad de vida de la gente. Ese “divide y reinarás” es histórico, no lo inventó este Gobierno, pero lo aprovecha muy bien.

--Esos dos bandos que señala se hicieron evidentes durante la pandemia, especialmente en relación con la vacuna. ¿En qué medida habría que mejorar la comunicación y difusión de la ciencia para que cierto discurso encuentre menos eco en la sociedad?

--La economía del comportamiento y la psicología cognitiva descubrieron que somos bichos más irracionales que racionales, más emocionales que racionales. Por eso, intentar un convencimiento puramente racional de cualquier hecho va camino al desastre. Entonces, si vos le traés a alguien un paquete de papers que explica por qué tiene que vacunarse, probablemente no le dé mucha importancia. Te va a decir: “no, porque yo escuché que en realidad las vacunas causan autismo”. Tenés que apelar también a argumentos emocionales, como que vacunarse es un acto de solidaridad o que hay personas inmunosuprimidas que no pueden hacerlo, y por lo tanto, la única forma de que avancemos como sociedad es que todos nos vacunemos al mismo tiempo. Eso es un argumento emocional. Al mismo tiempo sucede que la comunicación de la ciencia no forma parte del imaginario.

--¿Cómo podría ser parte del imaginario?

--Para alguien que hace ciencia, contar lo que hace no es parte de lo que hace. Sí lo es hacerlo profesionalmente, porque vivimos de las publicaciones, las conferencias, los libros, pero no contárselo a un público general. Esto es una verdad incómoda, pero hay un cierto relajamiento de “yo tengo mi quinta, publico, formo gente... ya está”. No está nada. Contar la ciencia es parte de hacer ciencia. Sin embargo, quienes hacemos ciencia nos mantenemos alejados de ese mundo del contar, como si fuera denigrante. Entre otras razones, no lo hacemos porque consideramos que no es nuestra tarea. En la enorme mayoría de las escuelas de comunicación de Argentina no existe la comunicación de la ciencia como disciplina.

--¿A qué lo adjudica?

--En este momento, muchos periodistas científicos están sin trabajo o son colaboradores freelance. Se ha dado una conjunción entre periodistas y científicos a propósito de contar la ciencia pero es muy incipiente y no encuentra espacio. Los grandes medios que tenían una página o un suplemento dedicado a la ciencia no lo tienen más. En todo caso, incorporan noticias en otros cuerpos del diario, como si la ciencia no rindiera. Ahora nos estamos dando cuenta de lo prioritario que es contar lo que hacemos para no generar esta desidia y estas críticas hacia lo que no se conoce, porque parece que no vende o que no genera demasiado interés. Eso es histórico y el resultado lo estamos viviendo actualmente: a la hora de repartir recursos o hacer política en general, la ciencia ocupa un lugar muy secundario en lo que piensa la gente. Tenemos que salir a contar la ciencia.

--¿Cómo ve esta forma de comunicar en/desde un encuadre que asoma desventajoso?

--Uno de los argumentos principales es que hay que apoyar a la ciencia, pero después de resolver los otros problemas. Ese encuadre debería reemplazarse por otro que indique: apoyarse en la ciencia para resolver el desarrollo del país, la pobreza, la distribución de la riqueza, la energía, la contaminación, la salud. Muchas veces se expresa como una abstracción --“hay que apoyar a los científicos”--, cuando de abstracto no tiene nada. Es absolutamente concreto y tenemos que ir con ejemplos de por qué lo es. Y esos ejemplos también permitirían romper el discurso de “estudian cosas inútiles”. No hay ninguna cosa que sea inútil si está bien estudiada.

--Se ha vuelto a hablar de fuga de cerebros. ¿Cuál es su mirada a este respecto?

--La historia reciente nos da cierto viso de esperanza porque realmente tocamos un fondo muy importante en los ‘90 hasta comienzos de los 2000, que fue cuando yo volví al país. Después tuvimos una recuperación y un repunte significativos con el retorno de gente, con financiamiento, incluso con estrategias público-privadas muy incipientes en la ciencia argentina; habíamos empezado ese camino. Ciertamente, cuanto más se destruya y más tiempo pase, peor será y más tiempo tardaremos en revertir este estado de cosas. Estamos viviendo una fuga, todavía incipiente, con características diferentes.

--¿Cuáles son esas características?

--Algo nuevo es que los jóvenes ya no emigran únicamente a los países centrales, sino también a destinos como Uruguay, Chile... donde se respeta y valora su trabajo. Eso tiene la ventaja de que están más cerca para traerlos de vuelta, pero también quiere decir que, comparativamente, estamos en una situación muy diferente a otras. Y creo que ahí es donde talla la ideología. Este ataque a la ciencia no se había visto antes. Volver de este ataque también nos va a costar, porque no se trata solo de un gobierno de chiflados o ignorantes --y otro montón de epítetos posibles--, sino de una porción nada desdeñable de la población que compra ese discurso. Volver de eso va a resultar muy difícil.

--En el libro La ciencia es eso que nos pasa mientras estamos haciendo otras cosas da ejemplos concretos para mostrar hasta qué punto la ciencia está presente en la vida cotidiana. ¿Dónde podemos palpar esa cercanía de forma clara?

--Lo que hago es una estrategia comunicacional que me divierte. Es muy importante contar los hechos de la ciencia. Eso se llama “periodismo”: contar hechos, contar noticias, contar lo que hacen los científicos y las científicas argentinas. Es fundamental hacerlo. Sin embargo, muchas veces queda muy alejado. Lo que más me gusta es contar historias de ciencia en lugar de noticias, como estrategia de comunicación. Las historias permiten contar cómo llegás a un resultado más allá del resultado, algo que las noticias no siempre pueden ofrecer por falta de espacio, tiempo o lugar. Lo que más me interesa es lo que llamo “ciencia de contrabando”.

--¿A qué alude ese concepto?

--A meter la ciencia donde la gente no la espera. Cuando decís que vas a hablar de ciencia de pronto te encontrás con un desierto. En cambio, si vos a la gente le decís: “yo te voy a hablar de música, te voy a hablar de fútbol, del baño, de la cocina, del jardín, de la luz, del atardecer o del sueño”, la respuesta suele ser la contraria: “ah, eso me interesa”. Y ahí metés la ciencia en fenómenos cotidianos y en las cosas que nos pasan todos los días. Es un recurso que funciona. La ciencia está en todos lados. Me da mucha satisfacción aprovechar cuestiones de la vida diaria para hablar, en el camino, de ciencia. A todo ejemplo que pensemos se le puede dar una vuelta de tuerca y encontrarle una explicación científica. Otra herramienta comunicacional que está un poco subaprovechada, sobre todo en esta coyuntura en la que se ningunea el rol del Estado, es que detrás de esos inventos con los que la derecha se llena la boca --el iPhone, Tesla o internet-- está el Estado.

--No se admite que ahí hay ciencia y hay Estado.

--La campeona de esto es Mariana Mazzucato, una economista italiana que habla del Estado emprendedor. Cuando una persona quiere inventar algo es muy difícil que tenga apoyo del mundo privado, que quiere un rédito relativamente rápido. Entonces, si ahí no está el Estado para apostar por algo a mediano y largo plazo, nos quedamos sin inventos, nos quedamos sin tecnología de punta. Eso está presente en lo que sea que se piense. Y, además, en el camino de que el Estado apueste --también un concepto de Mazzucato, el de emisiones--, surgen un montón de subproductos económicos. Por ejemplo, todo lo que fue la carrera espacial en la década de 1960 en Estados Unidos generó cientos de empresas. Invap en Argentina no es solo Invap, sino todas las empresas subsidiarias que se crearon alrededor de una idea de largo plazo. Apostar por la ciencia y contarla desde lo cotidiano siempre es ganar-ganar.

--¿Cómo es el vínculo entre la ciencia y el tiempo al que se refirió hace un instante?

--Todos tenemos un pedacito de cerebro que mide el tiempo y le dice al cuerpo qué hora es. Se llama “reloj biológico”. El reloj biológico hace que seamos personas distintas a lo largo del día. Una persona no es la misma a la mañana, a la tarde y a la noche porque nuestro reloj biológico manda señales diferentes al cuerpo. Es fundamental conocer nuestro reloj biológico. Ese reloj no es exactamente de 24 horas, es de “alrededor de”, por eso se lo llama “circadiano”, cerca de un día. Pero al no ser exactamente de 24 horas, no solo es importante cómo funciona ese reloj, que es importantísimo, sino cómo se pone en hora para estar sincronizados con el mundo.

--¿Cómo se pone en hora?

--Se pone en hora, por ejemplo, con la luz del día, no la de la noche, y se pone en hora con una sociedad que un poco ya no existe. Estamos preparados para un mundo fósil, un mundo que ya no existe, en el cual hay días y noches, en el cual no prendemos la luz ni el aire acondicionado, ni trabajamos de noche o volamos atravesando husos horarios. Estamos brindándole desafíos al reloj biológico para los cuales posiblemente no está preparado. Me interesan mucho, de nuevo con la vida cotidiana, los ritmos biológicos. Particularmente el sueño como parte de los ritmos biológicos es algo que le toca a la gente de inmediato. Hacer una encuesta de sueño es lo más fácil del mundo: le preguntás a la gente cómo duerme y la respuesta es “duermo mal”.

--¿De qué manera cambia la percepción del tiempo a medida que crecemos?

--Hay cambios en la percepción de la velocidad del tiempo. A medida que envejecemos, el tiempo va más rápido por una cuestión de esperanza de vida. De jóvenes somos todos inmortales, pero también se va consolidando el reloj. Vamos pasando por distintos horarios, vamos siendo más neutros, después más nocturnos, más noctámbulos en la adolescencia, más diurnos en la adultez. Vamos percibiendo el tiempo de manera diferente. Estamos hechos de tiempo y somos relojes con patas. Eso es crecer, es lo que nos permite un poco afrontar un mundo que gira y afrontar una sociedad de 24/7 que nos pone desafíos para los cuales no estamos del todo preparados.