En un mundo que a menudo parece girar a velocidades vertiginosas, donde las certezas se desdibujan y las preguntas se acumulan, Eduardo Mangiarotti, un sacerdote de 46 años de la diócesis de San Isidro, se presenta como un compañero de camino. Ordenado en 2006, lleva casi dos décadas acompañando a una comunidad en el territorio que le fue confiado, pero si se le pide que se defina, no duda: “Soy cristiano”. Y, cada vez más, también un buscador. “Ser religioso no te exime de las preguntas, te pone en situación de búsqueda”, afirma.
Oriundo de San Fernando, la vocación sacerdotal de Eduardo comenzó a gestarse en su infancia, aunque fue a los 16 años, durante una misión organizada por su colegio en Capilla del Señor, cuando sintió con claridad el llamado. “Fue una experiencia de encuentro con Dios en todo: en el servicio, en la vida compartida, en la oración”, recuerda. Aquel momento marcó un antes y un después. Tras un breve paso por la carrera de abogacía, decidió ingresar al seminario a los 19 años, un paso que no estuvo exento de dudas, pero que sintió como una respuesta natural a lo que había experimentado.
“Yo soy de la diócesis de San Isidro, que son los cuatro partidos de acá de la zona norte. Toda esta zona estuvo marcada por un deseo de renovación muy fuerte después del Concilio Vaticano II, que fue ese gran momento de aggiornamento de la iglesia. Yo soy fruto de este pedacito de tierra argentina muy particular”, dice.
La diócesis de San Isidro fue un semillero de renovación pastoral y teológica, y esa apertura influyó profundamente en el camino de fe de Eduardo. Hoy, como párroco, acompaña a una comunidad amplia y diversa: desde los fieles que asisten a la misa dominical hasta los estudiantes y familias del colegio parroquial, pasando por quienes participan en La Brújula o se acercan a través de sus redes sociales.
La Brújula es un taller de espiritualidad nacido en plena pandemia. La idea surgió de una conversación con un amigo mayor, quien le propuso: “¿Por qué no hacés un taller de espiritualidad para los viejos?”. Aquella sugerencia prendió en Eduardo, quien decidió crear un espacio online para “repensar la fe”. Lo que comenzó como una propuesta dirigida a personas mayores se transformó rápidamente en algo mucho más amplio: un taller que atrajo a participantes de todas las edades, creyentes y no creyentes, provenientes de distintos lugares del mundo, todos unidos por el deseo de encontrarse con la fe.
La Brújula se estructura como un espacio flexible: cada mes aborda un tema nuevo, independiente de los anteriores, lo que permite que cualquiera pueda sumarse sin necesidad de haber participado antes. Las sesiones comienzan con una breve meditación, seguida de una charla de unos 40 minutos a cargo de Eduardo, y concluyen con media hora de diálogo en grupo, un momento de compartida que él valora profundamente por su riqueza y espontaneidad. Aunque muchos participantes optan por seguir el taller de manera asincrónica, una modalidad que no es la preferida de Eduardo. “Aunque sea virtual, yo valoro mucho el momento donde todos compartimos nuestras reflexiones, porque no se trata de tener un GPS que lo marque todo de antemano, sino de estar abiertos a buscar y repensarnos”, explica Eduardo.
El símbolo de la brújula no es casual. Para él, representa una manera de entender la fe no como un conjunto de respuestas cerradas, sino como una apertura constante a la vida, al misterio y a las preguntas que nunca dejan de surgir. Ese mismo espíritu se refleja en su podcast, disponible en Spotify, donde comparte reflexiones en clave espiritual. Allí, con un lenguaje accesible y profundo, invita a sus oyentes a detenerse, a contemplar y a hacerse preguntas que los conecten con lo esencial.
La figura del Papa Francisco ocupa un lugar central en la mirada de Eduardo sobre la Iglesia actual. Para él, el legado de Francisco es inmenso, no solo por sus gestos de cercanía o su capacidad de diálogo con el mundo, sino por su apuesta por una Iglesia madura. “Madura en el sentido de que se anima a discernir con un espíritu más concreto y práctico. Ya no está buscando recetas de manual, sino que se pone en diálogo con Dios y con el mundo y, en ese proceso de doble diálogo, va intentando dar respuestas y se anima a equivocarse y a ensayar. Una iglesia madura se pone en camino, se ocupa, se hace cargo. Una iglesia en tensión con el mundo es dinámica. Cuando eso falta, la iglesia se enferma y se abatata”, dice.
Eduardo tuvo la oportunidad de conocer al Papa cuando aún era arzobispo de Buenos Aires, y más tarde, durante su tiempo en Roma, donde fue a realizar un doctorado en teología, pudo experimentar de cerca el impacto que generó su elección en 2013. “Mucha gente se acercó o sintió simpatía por la Iglesia gracias a Francisco. Su figura proponía algo diferente en un mundo cada vez más invadido por discursos rígidos y crueles”, recuerda. Para Eduardo, el Papa no solo ha sabido leer los signos de los tiempos, sino que ha invitado a los cristianos a salir de sus zonas de confort, a ensuciarse las manos, a vivir la fe como un camino de encuentro y servicio.
“Mucha gente encontró en la figura del Papa Francisco una voz distinta en medio de un discurso global de mucha rigidez, crueldad e intolerancia. Muchas personas vieron en él a alguien en el cual fe y compromiso con el otro, trascendencia e inmanencia, vida espiritual y compromiso social y político no eran cosas separadas, sino, por el contrario, siempre integradas y eso para mí es muy propio de lo católico cuando está bien vivido”, afirma y reflexiona: “Eso hizo que la gente volviera a preguntarse por la fe”.
La curiosidad y un gusto personal por la comunicación llevaron a Eduardo a explorar las redes sociales. Todo comenzó en Roma, cuando, durante sus años de estudio, compartía fotografías en Facebook que capturaban momentos de su vida cotidiana. Con el tiempo, su presencia en las redes evolucionó, y hoy Instagram se ha convertido en su principal plataforma de diálogo y evangelización.
Una vez al mes, Eduardo organiza jornadas de preguntas y respuestas en su perfil, un espacio que se ha transformado en un punto de encuentro para personas de los más diversos contextos: creyentes que buscan profundizar en su fe, no creyentes con inquietudes espirituales, jóvenes que exploran su identidad, adultos que quieren recuperar un vínculo con lo trascendente. La participación es tan variada como profunda, y para Eduardo, estas interacciones son una forma concreta de acompañar a otros en sus propios caminos de búsqueda.
La otra gran fe de su vida es la literatura, afirma, y en particular la poesía. Su acercamiento consciente a la fe, de hecho, coincidió con sus primeras lecturas poéticas. Poetas como Pablo Neruda, Miguel Hernández, Walt Whitman y Hugo Mujica lo marcaron profundamente, y más tarde descubrió a Mary Oliver, cuya obra cita con frecuencia. De ella, recuerda un poema breve que se ha convertido en una especie de manifiesto personal: Instrucciones para vivir una vida: “Prestar atención, asombrarse, contarlo”.
“La palabra poética es una preparación para la experiencia espiritual y de fe. La poesía te ayuda a ver el mundo con los ojos limpios y a recuperar la capacidad de asombro frente a lo real. Olga Orozco dice que el poema es como el mapa del territorio de fuego. Queda ese registro, aunque sean cenizas de la experiencia que el poeta vivió y que quien lo lee no es que repita esa experiencia, pero encuentra ahí un mapa que le pueda permitir acercarse también al misterio”, dice Eduardo, a quien la poesía lo ayudó a encontrarse con Dios. Subraya también que no es casual que muchos grandes místicos, como San Juan de la Cruz o Santa Teresa de Ávila, hayan sido poetas. “A veces, un verso dice más que un tratado”, asegura.
Eduardo no ignora los desafíos que enfrenta la Iglesia en la actualidad. Para él, el alejamiento de muchas personas de la fe no responde a una única causa, pero sí refleja una desconfianza generalizada hacia las instituciones, un fenómeno propio de este tiempo. Sin embargo, lejos de verlo como una amenaza, Eduardo percibe en esa distancia una oportunidad. “Es una invitación a volver a la fe desde un lugar más libre, más personal, más auténtico”, reflexiona.
Con respecto al cónclave que se dará en las próximas semanas, muchos argentinos siguen soñando con un nuevo papa argentino. En el conurbano claman por Vicente Bokalik Iglic, oriundo de Lanús y hoy arzobispo de Santiago del Estero. “No sé qué puede suceder. Nadie sabe nada. Tienen que sentarse y conversar muchos cardenales que no se conocen entre sí. Lo que vaya a pasar es un misterio”, concluye Eduardo.
Los cuatro argentinos que serán parte del cónclave son: Victor “Tucho” Fernández de La Plata, Ángel Sixto Rossi de Córdoba, Mario Poli de Buenos Aires y Vicente Bokalic Iglic de Santiago del Estero.
Las redes y las misas de Eduardo están abiertas. En Instagram se lo puede encontrar como @edumangia y en Spotify se puede encontrar su programa La Brújula.