Alejandro Marmo, el creador de diversas esculturas en 2D de personajes y artistas super populares (Maradona, Evita, Sandro y siguen las firmas), sale al ruedo con un libro que reúne una serie de textos que son y no son cuentos, pero tampoco ensayos, y quizá tengan algo de disertaciones filosóficas, pero no del todo. “De arte no entiendo nada” es un viaje de 180 páginas que compila disertaciones muy personales, imágenes de las obras escultóricas del autor y una mirada novedosa sobre el vínculo entre trabajo y arte: la mirada de un artista que va y viene del conurbano a los Jardines Vaticanos, pasando por Japón, el Riachuelo para seguir viaje por el Camino de Cintura.

Pero, ¿de qué se trata este libro? “Para Leonardo no había distinción entre el arte y el resto de las cosas”, dice el prólogo, a cargo del fotógrafo Alfredo Srur, y esta frase resulta clave para entrarle a los textos que despliegan un andar sin pausa por paisajes alucinados del presente cotidiano, en el que abundan objetos y referencias muy concretas – la pantalla del celu, el taller mecánico, un bar del conurbano, la ruta a Mar del Plata, el Acceso Oeste y el Camino de Cintura- cruzado todo por una catarata irrefrenable de citas de personajes de la mitología griega (Proserpina, Cupido, Atenea) y obras de arte: la galería Borghese de Roma, El Padrino y Al Pacino, la estación de Karlsplatz que el ingeniero Otto Wagner diseñó en Viena, El beso de Gustav Klimt, Tita Merello, Fidel Pintos, El grito de Munch, la primavera de Arccimboldo y más y más.

El resultado es una colección de 21 textos en modo molotov, listos para ser lanzados sobre el desprevenido lector que se acerca, sin máscara ni casco protector, a un noble ejemplar estilo coffe table book – alta calidad de impresión, papel satinado, imágenes a todo color – y se abisma en textos de sentido difuso, rarísimos, inquietantes.

Pero antes las fotos

La serie de fotos merecen un apartado porque muestran –en un comienzo - al autor en acción: Marmo soldando, Marmo diseñando, Marmo sobre el andamio, Marmo corrigiendo trazos. Y hasta ahí: el ego autoral se detiene en las primeras páginas (quizá se retoma al final, pero con otros nuevos sentidos). El resto del libro está ilustrado por imponentes fotos de muchas de sus obras: las consabidas Evitas del edificio de la 9 de Julio, y también la serie de los “iluminados”: Spinetta, Cerati, Charly, Gilda, Mercedes Sosa y Pimpinela que decoran el paisaje urbano en diversas esquinas de la ciudad. El lector encontrará también fotos de su obra El Abrazo, esa ternura hecha de fierros retorcidos que está emplazada en diversos puntos de la ciudad de Buenos Aires y alrededores. Y hay más fotos, como la de las estrellas monumentales que el artista hace brillar en algunas circunvalaciones de la Panamericana y la escultura de Sandro de América en la torre del Palacio que fue de Sandro y el “Diego iluminado” que Marmo ha sembrado en diversos lugares del mundo.

Por supuesto que no faltan en el libro las fotos del Papa Francisco con las obras que Alejandro Marmo ha realizado para los Jardines del Vaticano: el Cristo Obrero y la Virgen de Luján hecha con desechos industriales. Y la referencia a la complicidad en materia de arte que el Santo Padre argentino tenía (tuvo, tiene) con el artista.

La serie de fotos puede leerse como un relato autónomo que cuenta la obra de Marmo: sus trabajos, los lugares de emplazamiento, la elección de los personajes. Al mismo tiempo, la serie de fotos genera un contrapunto productivo con los textos, porque “De arte no entiendo nada” es, finalmente, un libro ilustrado, un libro álbum también: las imágenes dialogan con los textos, amplifican sentidos, generan contrapunto, suman profundidad a esos textos que se las traen.

La cita: un sistema constructivo

Los títulos de la serie resultan más que tentadores: “Proserpina en el Camino de Cintura”, “Dialéctica en el Metaverso”, “La pasión de Mercurio en Vaca Muerta”, “La constelación de AstroBoy en Puente La Noria”, “La fantasía de Atenea en la tríada presidenciable”, “El desarrollismo en la visión divina” y algunas delicias más que no spoilearemos. Cada texto invita a un viaje de lectura lisérgica que conjuga imágenes sacras con preocupaciones cotidianas. Esas angustias del vivir hoy en este mundo.

“No es literatura que puede encapsularse en un género, sino que es la literatura que uno tiene cuando camina”, dice Alejandro Marmo, “en esa caminata en la que uno se acuerda de una pasta que comió en Milán o en el mecánico de la esquina de tu casa de la infancia. A veces salgo a caminar y encuentro un giro poético de las cosas: se mezclan las experiencias, las vivencias”.

El autor convida al lector su devenir reflexivo y personal. Dice Marmo: “Cuando tenés alrededor de 50 (años) pegas esa curva y volvés a mirar un poco tu infancia: yo viví siempre en el conurbano, el Camino de Cintura era mítico para mí cuando era chico, tan mítico como el rapto de Proserpina. Y creo que la literatura de la caminata me lleva a encontrarme con la renovación de esa capacidad de asombro para seguir encontrando un método de trabajo”.

Sin comerse la curva de frases que se aceleran en la profusión de citas, la lectura invita a caminar muy diversos paisajes: el Louvre, una esquina de Ciudadela, la Catedral del cura Justo Gallego, Rasputín, Gaudí, un amigo del autor, un tango, más mitos, héroes y heroínas de otros mitos, el Puente La Noria, una ópera, los dichos de un vecino, y la lista sigue y podría seguir infinitamente. ¿Hasta dónde citar? La pregunta podría responderse con otra pregunta: ¿y por qué no citar infinitamente? ¿Qué es el arte o la creación sino un desfachatado sistema de citas caprichosas, un devenir de asociaciones personalísimas que resultan germen de la creación personal?

Marmo lo confirma con sus textos: sin distinción entre el arte y el resto de las cosas, la mezcla es sumamente productiva porque deviene en sabio disparate y va más allá del disparate, hasta el absurdo. El absurdo como germen del pensamiento creativo: el absurdo como punto de partida de la creación artística.

Y si decimos absurdo, en estos días, decimos realidad.

En este loco mundo

Entre cita y cita, las caminatas textuales dan lugar a temas actuales y sensibles: la tecnología y el (des)encuentro de amores y amistades; el trabajo, la emoción y la economía: ¿cómo se conjugan estas tres potencias?; el poder y el ego; y una pregunta fundamental: ¿Dónde está la salida?

El asunto de las pantallas recorre varios textos. En alguno, el narrador se instala en una posición de abstinencia del típico “no-me-llevo-bien-con-la-tecnología”. En otro, lo descubrimos en pleno romance con su celular: “El celu me tira onda”, dice el protagonista que casi se desmaya cuando cree haber perdido el dispositivo. El encuentro con la pantalla vibra en alta sensualidad.

Sin embargo, en “La guerra del wifi contra la telepatía” la posición es clara: cuando el narrador se encuentra de casualidad con un amigo en el que había estado pensando aparece la hipótesis de la telepatía. Y en la mesa del bar, nadie pide la clave wifi ni mira sus pantallas porque el encuentro físico se impone. Entonces, más preguntas: ¿Para qué miramos el celular cada cinco, diez o dos minutos? ¿Para quién? “El ojo pierde poder en el sistema físico porque ya no mira. Pero ver lo invisible es el tesoro que hay que cuidar. La intuición, lo que uno percibe y el mundo espiritual, tienen más futuro que las criptomonedas”, dice el texto, en una zona del libro que exhibe la apacible y profunda mirada de Leonardo Favio desde la escultura realizada por Marmo. Los ojos buenos de Favio nos miran mirar.

Y en las páginas siguientes, vemos las esculturas de Rodolfo Walsh y su mirada amorosa, sensata, abierta, mientras el texto -en audaz contrapunto- sigue rondando el temita de los celulares, la (no)comunicación y la consabida ansiedad de pantallas.

El narrador finalmente advierte: “La huella digital es reina madre de la estrategia en el cambio de esta época. Bajo su nombre, como si fuese Dios, se logra todo y se consigue lo peor; por ejemplo, hasta ser militante del mundo virtual, donde uno mismo queda anulado emocional e intelectualmente”. La conexión será tangible o no será nada.

En las fábricas (abandonadas)

Otra zona interesante de las caminatas del autor-filósofo (filoso) es la fábrica, donde comienza el texto “La conquista de tu sonrisa”:

“–Ayer vino a la fábrica un candidato que quiere ser presidente y nos habló una hora con una sonrisa que aparecía, cada tanto, como la alarma del despertador. Sonaba cada 10 minutos, mientras no había nada para reír. Los discursos están llenos de la palabra “amor”, con gestos de odio y posturas violentas, y la sonrisa aparece para cerrar la idea de que los votemos-. El amigo le respondió: –Eso es la sobredosis de coaching”.

Porque en el mundo del trabajo –ese paisaje de hierros y grasa perenne abandonados por la desindustrialización– se impone la reflexión compartida. “El dilema de la humanidad es la contienda entre el arte y su administración”, dice el texto y siembra una pregunta tan antigua como el capitalismo y, sin embargo, activa y vigente: ¿Cómo realizar la utopía si no hay plata? ¿Cómo generar el billete en el mundo del arte? ¿Y en el trabajo? Y, además: ¿oficina o taller?

“La vida cotidiana y sus internas son la expresión de un lenguaje universal, y se entienden sentados en el cordón de la vereda”, dice el narrador que se desliza por el universo del trabajo bonaerense, donde “las horas vuelan para llegar al sueño de la casa propia”. Mientras tanto, en la pantalla de TV alguien rapea otras realidades: “(…) el economista televisivo encontró un lenguaje familiar con metáforas de remisería para abordar la ciencia abstracta del dios dinero. La resolución práctica de lo complejo puede darle el prestigio para aspirar a un cargo o a la banda presidencial”.

Allí, el texto se detiene. En las imágenes vemos una nueva serie de fotos de Marmo trabajando, artista obrero al fin, el autor está entre hierros, con sus guantes de seguridad, torno en mano y soldaduras a pura chispa. El relato cierra por el lado de la introspección: “Buscar una conclusión frente al panorama de la diversidad de internas laborales que rigen la producción y el desarrollo nacional, me hace pensar que todo proyecto transformador nace en lo sentimental”.

Porque después del absurdo creativo, y el delirio irónico y luminoso de estas caminatas, la invitación es volver a mirar la serie amorosa que incluye a Diego, Sandro, Gilda, Spinetta, Rodrigo, Cerati, Leo Matioli, Mercedes Sosa, Walsh, Favio, Atahualpa y otros tantos, todos entrañables. Y seguir recorriendo este libro que bajo el aspecto engañoso de coffee table book (ese look superficial y fachero), arroja ideas molotov que estallan –como las chispas del soldador artista - en la productiva mente lectora.