“La poesía es donde se cocinan las palabras. En cambio la novela es como el smorgasbord, ese buffet frío nórdico donde todo se sirve”. La sonrisa de Margaret Atwood, luego de la comparación culinaria, es tan delicada que el gesto podría interpretarse como un modo elegante de marcar distancia. La escritora canadiense, que presentará hoy a las 19 dos libros de su marido, el escritor Graeme Gibson, en la Biblioteca Nacional (BN), habla con serenidad de los temas que le propone un grupo de periodistas con los que se reunió en la sala Juan L.Ortiz de la BN. Tal vez pertenezca a la vieja estirpe de escritoras que podrían aglutinarse bajo el lema: “nada de lo humano le es ajeno”. Por eso está comprometida como miembro de Amnesty Internacional y de BirdLife Internacional, institución en defensa de las aves. La autora de El cuento de la criada, que fue convertida en serie por el servicio de streaming Hulu y quizá sea como el nuevo 1984 o Un mundo feliz, sabe que el éxito que está teniendo la serie –que arrasó en la entrega de los premios Emmy– se traduce en más lectores. No es el único libro que devino serie. La novela Alias Grace (1996), sobre una adolescente canadiense condenada por un asesinato en el siglo XIX, tiene su versión por Netflix.
La mirada de Atwood condensa una atípica combinación entre curiosidad insaciable y empatía hacia los otros en ese tono de cielo despejado con el que observa a cada uno de los periodistas. La charla empieza por la adaptación para televisión de sus novelas. “Lo más importante es que tanto en las novelas como en la adaptación todo lo que allí pasa sucedió en la vida real; no hay nada que no haya sucedido. Así que no hay otros planetas, tampoco hay dragones y no hay magia, lamentablemente”, ironiza la escritora canadiense y reconoce que para trasladar el monólogo interior de las novelas a la imagen se recurrió al voice-over, al personaje que habla en off. Quizá está acostumbrada –o resignada– a que etiqueten su obra como feminista. “El momento en que ponés a una mujer como protagonista, como un ser pensante, ya es considerado feminista. Esta es una visión de muchas personas que consideran que las mujeres no deberían pensar. Mi propuesta comienza con el hecho de que las mujeres son personas; como pueden ver es una propuesta bastante radical”, dice como una abanderada ejemplar de la ironía. “Hay que considerar a las mujeres como seres reales que tienen emociones encontradas, que por momentos son valientes y por momentos son cobardes, que en ocasiones son generosas y en otras no; todo eso en la misma persona. Lo más radical es que las mujeres son personas integrales; no son ángeles”. Le pone cuerpo al humor cuando se le advierte que la mayoría del público que la escuchó en su primera charla con Alberto Manguel en la Biblioteca Nacional eran mujeres. “Los hombres no suelen asistir a este tipo de eventos porque no les gusta hacer cola. A las mujeres les gusta hacer cola porque lo consideran un hecho social y charlan con todo el mundo”.
La recepción de El cuento de la criada –ficción especulativa, como prefiere definirla su autora, que narra la historia de una sociedad situada en Nueva Inglaterra (Estados Unidos) en la que un gobierno totalitario ha despojado a las mujeres de todos sus derechos– varía de país a país. “En 1989 se produjo el fin de la Guerra Fría y en muchos países europeos suponían que Estados Unidos era el epítome de la libertad, la democracia, la sociedad abierta, en oposición al estalinismo y el totalitarismo. En Inglaterra pensaban que era un lindo cuentito: ‘ay, Margaret, esa imaginación…’, me decían. En Canadá, con cierto resquemor, con cierto nerviosismo, se preguntaban si eso podía llegar a pasar. En Estados Unidos fueron unos cuantos los que se preguntaban cuán lejos habían llegado. Ahora la situación cambió, incluso en los países donde pensaban que esto nunca iba a suceder me preguntan: Margaret, ¿cómo sabías que podía pasar?”. Hay un indicio de que tal vez El cuento de la criada sea el nuevo 1984 o Un mundo feliz por el uso del vestido rojo y la cofia blanca de la criada en muchas manifestaciones contra el presidente Donald Trump. “En las protestas en Estados Unidos, hay personas que se visten como el personaje de la criada y están presentes en reuniones legislativas o de índole gubernamental, simplemente sin decir nada, con una actitud muy silenciosa; no los pueden echar. Pero todos saben lo que significa la presencia de una persona vestida de esa manera en ese tipo de actos. Los libros cambian en función de cuándo y cómo los leemos”, subraya la ganadora del Premio Príncipe de Asturias.
La protagonista de El cuento de la criada es una joven fértil que fue adjudicada a la familia del Comandante. Las mujeres en la ficticia o cada vez más real Gilead son usadas con simples fines reproductivos. “La maternidad subrogada es un debate que se viene dando hace mucho tiempo. Hay que hacer una diferenciación entre si el vientre subrogado es por coerción o por elección, cuánta libertad tiene la mujer en el momento de decidir brindar su vientre: si lo hace por elección y quiere ayudar a la persona que no puede concebir, o si es una persona en una situación de pobreza y lo hace porque simplemente es la única forma de salir de una situación económica de extrema fragilidad. Si tuviera dinero, ¿lo haría o no?”, pregunta Atwood con la amabilidad de quien es consciente que lanza un dardo envenenado. La autora de más de cuarenta libros de ficción, poesía, crítica y ensayo reflexiona sobre los tiempos políticos de una época que define como “curiosa”, por el ascenso de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos y el Brexit en Inglaterra. “Hay algunos países que están adoptando un pensamiento aislacionista, pero Canadá no se puede dar ese lujo porque somos un país exportador. Hasta el ciudadano de a pie tiene mucha más conciencia de lo que está pasando en otros países respecto de lo que pasa con la ciudadanía estadounidense. No somos solamente un país bilingüe oficialmente, en realidad somos un país multilingüe, tenemos un porcentaje mucho más alto de pobladores originarios que lo que puede decirse de Estados Unidos”, compara la autora canadiense.
“Las palabras tienen mucho que ver con lo que pensamos –plantea Atwood–. El que entendió muy bien esto fue George Orwell y es por eso que ahora hay una relectura de sus obras. El mostró cómo el gobierno lograba torcer la perspectiva que la gente tenía de la realidad a través del lenguaje que utilizaba”.
–¿Su interés por los pájaros le dio una sensibilidad literaria especial? ¿Qué reflexión puede hacer entre el canto, la palabra, la escritura?
–Los pájaros y las personas tienen un gen en común que es el que permite el habla y el canto. Yo me crié entre biólogos y no entre escritores; soy una escapada de ese mundo de las aves. Aquí estoy viendo pájaros que nunca había visto, pero sí puedo identificar a qué familias pertenecen. Nosotros tenemos un hornero, pero es mucho más pequeño y el nido es muy chico. En cambio el nido de horneros de ustedes es mucho más grande. Graeme Gibson, que escribió The Bedside Book of Birds, es un converso tardío y como todos los conversos se tomó el tema con mucha energía en comparación con los que hemos nacido en el seno de esa religión. Cuando uno está en el mundo de las aves, tiene una visión mucho más global porque la mayoría de las aves migran y cuando vemos una declinación en la población de una determinada especie, sobre todo de aquellas que se alimentan de insectos, sabemos que algo anda mal. ¿Han escuchado la expresión en inglés ‘canary in a coalmine’, “como un canario en una mina”? Los canarios, cuando los bajaban a las minas de carbón, eran los primeros en desvanecerse a raíz de los gases tóxicos. Estamos en una mina y los canarios están cayendo desmayados. Prestemos atención porque los que seguimos somos nosotros.