Paulinho Moska es conocido en la Argentina por canciones de redonda belleza como “Pensando em voce”: canciones pegadizas, sostenidas entre el pop y eso que se presenta como “lo brasilero”, cancioncitas de la radio, dirá él entre risas, que sin embargo pronto revelan otras profundidades en sus letras y melodías. En Brasil, dice, lo conocen como “el amigo de los latinos”: el tipo que insiste en mirar a sus vecinos de la otra lengua, incorporarlos a proyectos comunes, y hasta trabar con ellos amistades duraderas. Eso hizo con Jorge Drexler, Kevin Johansen, Lisandro Aristimuño, Fernando Cabrera o Fito Páez, entre otros con quienes compartió conciertos, discos y canciones de un lado y del otro. Ahora viene a dar tres conciertos en un formato que, asegura en diálogo con PáginaI12, se le impone en estos tiempos como necesario: Uma voz e um violão. Será mañana en la Sala Lavardén de Rosario (Sarmiento 1201), el viernes en Live Club de La Plata (Calle 39 589) y el sábado en el Centro Cultural San Isidro (Avenida del Libertador 16138).
Guitarrista, cantante, compositor, actor, director, fotógrafo, Moska se luce también como conductor (desde hace diez años tiene en televisión el programa Zoombido y, como cuenta con entusiasmo durante la entrevista, terminó de grabar la serie Tu casa es mi casa, donde suma música y ciencia). Pero es específicamente su faceta de actor, cuenta también, la que convoca junto a la de músico para los shows que viene dando en diferentes formatos, pero siempre sin banda, desde hace tres años. “Dejé la banda en un momento: mi guitarrista, Rodrigo Suricato, empezó a tener éxito con su banda de rock y se fue. El baterista, que también estaba hacía mucho, al mismo tiempo dijo: armé mi estudio, y me quiero dedicar a la producción. Una semana después el bajista, Alexander Catatau, también me dijo que iba a hacer una gira por Europa con Ed Motta”, repasa.
–O sea que la banda lo abandonó a usted…
–¡Claro, no fui yo! (risas). Tenía que armar una banda para grabar otro disco, pero no había posibilidad de continuar el mismo concepto. Y entonces pensé en armar algo nuevo. Había unos instrumentos que había comprado y que nunca habían salido de casa, eran “cosas de casa”. Lo que hice fue llevarlos a una especie de espectáculo semiteatral –aprovechando que me formé en teatro, y que de por sí soy un cantante un poco actor–, con un escenario, una iluminación especial, y hasta con un vestuario. Y armando una historia en la que introduzco cada instrumento como si fuera una mujer de mi vida, y donde cada uno es un capítulo de un libro: una guitarra de cuerdas de nylon, otra de acero para las cosas más folks y rocks, un ukelele, tan pequeño que parece una caja de música, en oposición un barítono, una guitarra acústica dos tonos y medio abajo y con un sonido de bajo muy poderoso. Y una guitarra eléctrica clásica, una Fender Stratocaster, sonando rock. Cada capítulo tiene su atmósfera sonora, su dinámica y así fui armando un derrotero.
–¿De ahí se desprende el espectáculo que va a hacer ahora, solo guitarra y voz?
–Sí, porque básicamente son las mismas canciones, solo que con un instrumento. Y además sumando sambas, porque cuando estoy fuera de Brasil siempre percibo que la gente disfruta mucho del samba, y yo también. No tengo una carrera como sambista, ni mucho menos, pero participo de muchos proyecto de samba. Entonces cuando estoy afuera tengo la excusa perfecta para decir: ¡bueno, aquí van unas canciones de mi país!
–¿Qué le permite este formato de guitarra y voz, qué plus encuentra?
–Creo que es la manera más íntima y sencilla, directa y profunda, de hacer un concierto porque es así que empieza todo: así es como las canciones fueron compuestas. Entonces puedo improvisar más, puedo decidir cambiar sin tener que avisar a nadie. Puedo hablar más y a la vez utilizar más el silencio como un parcero, un partner. En este mundo donde todo es cada vez más virtual, también las sensaciones y las relaciones, creo que los conciertos en vivo y sobre todo los de mucha intimidad, se están tornando los momentos más reales que podemos tener. Con la música, todo queda como un acuario con agua: la música impregnaba el lugar de realidad. Y en este formato hay una percepción de que es un momento de apagarse, de estar ahí, sin más. Por eso cada vez estoy disfrutando más de hacer estos conciertos. Sobre todo ahora, en este presente.
–¿Por qué?
–Me refiero a este momento tan difícil para el mundo todo. Que es básicamente la evidencia de cómo las cosas siempre fueron. No es que haya cambiado en esencia nada, pero ahora todo queda muy visto, evidente. El sistema está tan corrompido, que no consigue cambiarse. Solo le resta mostrarse tal cual es, y eso nunca pasó en la historia. Por eso creo que en este momento, como en todos los momentos difíciles de la humanidad, el arte nos va a salvar. Es nuestra única y última esperanza. Bueno, tenemos la ciencia también. Pero la ciencia tiene dos problemas: que no tiene apoyo de los gobiernos… ¡y que no hace conciertos!
Historias paralelas
Moska acaba de filmar una serie de ciencia y arte que lo llevó por doce países de América latina: Mi casa es tu casa, producida por NBC Brasil (ver aparte). La experiencia de la serie a lo largo del año lo hizo encontrar coincidencias a lo largo y ancho de esa América que primero sintió cercana a través de la música. “Lo que más me sorprendió en esta gira es que parecen el mismo país, todos. En una parte de la serie, pregunto: ¿y qué tal acá? ¿qué te parece tu país, qué es lo mejor, qué tiene de malo? Y todos decían: me gusta por su mestizaje, por la alegría de la gente de pueblo, por las ganas de vencer las dificultades... Pero tenemos diferencias sociales, los más ricos son dueños de los periódicos, de las televisiones, y son ellos los que luego gobiernan... Yo decía mira, no me digas más, porque estás hablando de Brasil. Latinoamérica es una historia de colonización, que todavía está latente. Estamos todavía esclavizados por un mercado internacional que lo domina todo, de México a Tierra del Fuego”, concluye.
–¿Eso puede verse en la serie?
–Ciertamente es una serie de protesta. Pero no es una protesta literal, es muy poética, muy llena de belleza por cómo está filmada para mostrar una América real y no tan folklórica. Porque también hemos quedado un poco presos de esta historia del folklore: vamos a luchar por lo original, por lo que somos, pero lo original es esto y nada más, somos esto y no nos movemos de acá…
–En lo que hace a la música popular, visto desde aquí siempre pareció que Brasil tiene mejor resuelto ese tema, que la tradición no es tan intocable...
–En comparación, sí. Pero estamos lejos de ser perfectos en ese tema. Brasil es un país muy grande, que hacia adentro es como muchos Brasiles, muy diferentes. Pasamos por esos conflictos de otra manera, en la convivencia de esa gran diversidad.
Entre amigos
–En lo que hace a lo musical, ¿sigue manteniendo una relación estrecha con Argentina y Uruguay?
–La cosa se extiende cada vez más. Realmente mi vida cambió cuando conocí a Drexler. No a él, a su música. Antes de él yo escuchaba música en español, no prestaba atención, no entendía. Tampoco era música que sonara en la radio, en la tele. Cuando escuché “La edad del cielo”, sentí que comprendía todo. Tal vez porque justo había terminado una relación, no lo sé, la cuestión es que me cayó así, redonda. Por esta canción le escribí a Drexler, quedamos amigos, él me presentó en Uruguay y Argentina a artistas como Kevin y Lisandro (Aristimuño), Fernando Cabrera, Francisca Valenzuela en Chile, muchos. Después Kevin me presentó a Andrea Echeverri de Colombia, y así. Quedé encantado y además muy prendido al idioma, a su gramática. Siento que fui aceptado por la lengua, por la sintaxis de la lengua, por la poesía nueva que empieza en nuestra cabeza cuando empezamos a hablar una lengua diferente. No hice ni una clase y hoy comprendo todo. Fue muy fácil. Aprendí el idioma haciendo amigos. Y así también fui encontrando música buena, que me daba ganas de compartir y disfrutar. De alguna manera encontré acá para mí una apertura mayor que en Brasil.
–¿Por qué?
–Porque en Brasil hay tanta gente haciendo música, tenemos tanta gente en el maistream, que es extraño, parece que nadie ve y nadie escucha a los demás. Es una Emepebez de mucha gente, ¡mucha!, que para mí es muy extraña: a veces me siento muy excluido, otras un privilegiado, es extraño. Acá no, acá soy siempre el brasilero que miro a Latinoamérica. Y me hace pensar: cómo puede ser que en 2017 no haya mucha, pero mucha más gente haciendo lo mismo? Cuando era chico veía a Caetano con Mercedes Sosa, a Milton Nascimento con Pablo Milanés, Piazzolla tocó con Chico en Río, pero era siempre un momento, nadie seguía trabajando, como me interesa hacer ahora, seguir proyectos, llevar gente para allá, venir para acá....
–¿No se siente parte de algo así como un movimiento?
–Por supuesto que no soy el único brasilero que mira a Latinoamérica, claro que mucha gente lo hace, pero digamos que sin estar en evidencia, quizás yo sea el único que lo hace evidentemente, públicamente. También siento que hay mucha gente con ese mismo interés en cada país, y que además esto está cambiando, con internet y todo eso, o al menos a mí me gustaría que cambiara. Lo que quiero decir es que en Brasil yo soy conocido como el tipo que mira a Latinoamérica, el amigo de los latinos. Y es que a mí me interesa encontrar pares, cantautores que de alguna manera conocen su folklore, traen algo de él, pero pueden sumar música pop, o rock, y siempre con algo conceptual. Kevin me dijo algo muy lindo: hacemos canciones que a primera escucha parecen cancioncitas de radio. Pero si las escuchás dos o tres veces, si prestás atención a la letra, al encadenamiento melódico, vas a encontrar algo para pensar. Yo busco gente que haga eso.
–¿Piensa seguir haciendo proyectos compartidos?
–No tengo más vuelta… no hay vuelta atrás. Mi vida se tornó así. Ayer estuve con Kevin, Lisandro y Javier Malosetti. Supieron que venía, se juntaron, me recibieron. ¡Qué bueno, qué lindo! Estar con tres grandes artistas que se reúnen para encontrarse, para charlar, para recibirme... Con tres colegas que son mis amigos. En buena parte, es para eso que hago música.