Desde Bogotá
“¿Quieres entrenar voguing con nosotrxs? Separe los jueves y conviértalo en un ritual del baile”. “Si usted es una estrella de Vogue Femme pero no tiene dónde mostrarlo más que en las historias del Instagram, venga a darlo todo en la tarima que estará disponible para su destreza”. Desde comienzos de septiembre, con mensajes como estos en las redes sociales bogotanas, se fue anunciando el Primer Ball de Vogue de la llamada “Atenas Suramericana”, organizado por House Of Tupamaras, en la K-Zona de la mítica zona La Candelaria.
Estamos en la localidad de Santafé, al lado del Centro Histórico de Bogotá y a tres cuadras de una “Zona de tolerancia” (donde se ejerce la prostitución). De día, en las calles estrechas y adoquinadas del “Barrio de Poetas” hay oficinas, universidades, narcoturistas, artistas callejeros, gentío, graffitis, el Museo de Botero, el Museo del Oro, casas coloridas con balcones de madera muy fotografiables. De noche la oscuridad intimida. Cada tanto se escapan vallenatos y salsa de puertas que se abren y cierran. En una de esas aparece un banner gigante que reza “House of Tupamaras” en letras de heavy metal. Es aquí el meollo del asunto.
Se armó en voguing
House of Tupamaras es algo más que un colectivo de baile de mariconas: en el intento de crear una escena local que no fuese réplica de las casas de vogue newyorquinas, mezclaron electrónica con merengue (¡Bingo!), crearon en espacio de danza bastante lujurioso para la libertad sexual y, al sumarse a las actividades de la K-Zona en su última gala, son una punta más a las iniciativas barriales para la recuperación de una zona “brava”. Que la movida voguing continuará en esa dirección no cabe duda y sus objetivos “para fuera”, para el barrio y la ciudad, ya están encaminados.
Mom Lady Hunter habla de “activar espacios alternos de la fiesta”, que no tengan que ser los ya establecidos, como las zonas de tolerancia de Chapinero y la 85. “Romper ese orden de la ciudad, dispersar, desafiar el imaginario de que en el centro de la ciudad a la noche es peligroso”.
La cosa empezó así: mucha lycra y barbas, mucho ron, mucho maquillaje y mucha seguridad. Una vez revisadas y advertidas sobre la prohibición del uso de drogas por la estricta vigilancia del evento, un batallón de hostess en purpurina y pelucones recibía a los nuevos feligreses. Era difícil diferenciar a los invitados de los organizadores porque todos se daban la bienvenida con euforia. Altos looketes. Cobra Tamara, una de las anfitrionas,se apronta a responder a nuestras preguntas.
¿Cómo surgió el nombre guerrillero del coletivo?
Cobra Tamara: Es un juego de palabras, intenciones y fuerzas porque acá hay un grupo de merengue muy famoso que se llama Los Tupamaros. Ellos utilizaban mucho la iconografía de la guerrilla tupamara. Nuestra pelea es el baile.
¿Cómo definen la escena de voguing local?
C.T: ¿Escena? ¡La estamos inventando a tientas!
Mom Lady Hunter: Nos juntamos los jueves en bar muy popular del centro para hacer vogue básico, por decirlo así. La gente viene sin ningún conocimiento previo, simplemente para estar con nosotros y aprender bases y bailar de una manea desinhibida. Tenemos pensado llevarlo también a casas que son refugios para jóvenes víctimas de prostitución.
¿Con qué objetivo?
M.L.H: Empoderarse el cuerpo sin tener algún calificativo externo y dependencia monetaria. Disfrutar lo que son y que sientan su cuerpo como son.
¿De dónde se conocen?
CT: Amistad. Nos juntamos once estudiantes de danza. No todos son de formación bailarines pero de vocación maricones. Canibalizamos todo. El merengue es un ritmo que sentimos que cada latino lleva adentro y tiene mucho de usurpación, de que se dice que es venezolano pero resulta que es portorriqueño o que es colombiano... no se sabe. Eso nos estimula.
Por su lado, Jhona Tamara cuenta que los primeros encuentros fueron en la Casa LGBT de Teusaquillo, una localidad de Bogotá, y que empezaron a entrenar sin tener idea “más que ganas de mariquear”. El auge del Vogue en los ochenta “coincide con el auge de aquellas chicas merengueras que veían. Eran súper guarras, guisas, no les importaba nada, muy de barrio, muy de calle y quisimos trabajar a partir de eso porque acá se discrimina mucho dentro de la comunidad al que está mal vestido o la mariquita que es de tal barrio. Muchos somos del sur de la ciudad, de los barrios más marginados y distanciados. Quisimos decir: sí somos mariquitas, somos guisas, somos malvestidas y bailamos, hacemos política con nuestro cuerpo. Es un manifiesto”.
Electro merengue
La fiesta arranca con una selección musical ecléctica pero para nada azarosa, “muy fina”. Electro con toque de kuduro. Luego una Dj alemana mezcla pop arábico con otras rarezas musicales en las que suena muchas veces la voz de Shakira cantando en varios idiomas. Demora muchísimo en aparecer el legendario “Vogue” de Madonna y el batallón de canciones de las divas de RuPaul´s Drag Race. Después vendrá el merengue mezclado con vogue beat hasta que comience la competencia. El escenario es enorme. El jurado (celebrities locales: Gang, Gigi Williams, Mandorilyn y, desde Chile en avión directo, Queen Neptune) es severo y se mantienen firme frente a algunos abucheos del público por injusticias de puntaje, argumentados con tecnicismos irrefutables mientras regalan alguna picante pelea que en televisión daría muchos puntos de rating. Son bravísimas. Las categorías: Drag, Vogue Femme y Merengue Diva. Las disputas más aguerridas se dan en el Vogue Femme donde lxs contricantxs se enfrentan como fieras con hombros afilados y desafiantes drop deads sobre una tarima nueva.
La K-zona se está convirtiendo en un peculiar foco cultural con luz propia y ambiciones variadas. Es un edificio colonial recuperado en Calle 15. Hasta hace unos meses estaba alquilado a vendedores ambulantes y tenían una montaña de basura que llegaba hasta el primer piso del patio principal. Durante el día funciona como parqueadero de motos y bicicletas. También hay oficinas, un local comercial y un proyecto de hostel. Cuentan su agenda y es impactante: se están reuniendo con el Instituto de Patrimonio, con el de Desarrollo y Cuidado de Espacio Público de Bogotá, con la Alcaldía Mayor y con la de Santafé, con la Policía... en fin, además del baile están gestando lo que llaman “La recuperación de la Calle del Tranvía” y tienen muchos vecinos de aliados. Dos días antes del gran evento salieron a limpiar la plazoleta más cercana, frente al Parque Agrario, tristemente reconocida por el ser un punto de encuentro entre los habitantes de calle, los jíbaros que venden droga y los consumidores de basuco (paco). Pregunto cuál será la próxima actividad, pensando que en breve habrá una nueva competencia y responden que el siguiente paso será hablar con el Jardín Botánico para que se incluya la plazoleta dentro del programa de la Alcaldía que promueve la siembra de plantas.
Cobra Tamara cuenta su visión del movimiento lgbti en la Bogotá de los últimos meses, después que ganara en “No” en el plebiscito: “Hubo un montón de atropellos, momentos en donde te obligan a perder la esperanza o reforzar tus ideas, momentos de quiebre. Siento que el movimiento de alguna manera participó de esa coyuntura y, por un lado tiene cosas buenas porque muchos jóvenes empezamos a tener necesidad de hablar. Eso se traduce en abrir espacios, colectivos, pluralidad. Empezaron a sonar muchas más voces. El movimiento estaba nuy concentrado, habían sólo unos pocos haciendo algo y cierto juicio hacia el activismo que no fuese desde una participación política tradicional, se deslegitimaban otras voces que no fueran con esta vestidura política. Ahora hay una pluralidad. Creo que Tupamaras permite eso porque lo que buscamos siempre es descentralizar los poderes y los capitales que se manejan ahí, todos podemos hacer política, todos podemos participar. Las drags, por ejemplo, se organizan por casas y hay muchas: Casa Orquídea, Casa Bachué... el concepto de ‘casa’ hace que seamos una familia, una filiación y eso permite más cosas”.